Vivir con miedo

abril 29, 2008

Cobardes no es un film sobre Chiquito de la Calzada, sino el segundo del sorprendente dúo formado por José Corbacho y Juan Cruz, que dio la campanada hace dos años con Tapas. El cómico televisivo formado en el grupo teatral La Cubana y su compinche –es estos casos uno se pregunta quien de los dos es el verdadero cerebro- hacen un cine que no es lo que se espera de ellos, sobre todo del primero. Dramático y con un sentido social ausente de sus apariciones catódicas.

 

Su segundo film es curioso, porque tarda en detonar. Frente a los humildes currantes que protagonizaban Tapas, ahora los personajes son más burgueses. Tal vez eso lleve a una desnaturalización de lo narrado, pues se nota que los directores no andan tan finos con esta clase social, lo que lleva a una primera parte plagada de tópicos. Familias estiradas y diálogos un tanto de baratillo. Sin embargo, mediada la película, empieza a subir el interés cuando entran los verdaderos temas del film. El niño horrorizado por el acoso escolar (Bullying) que sufre a manos de una panda de sus compañeros es la excusa para sacar a la luz los miedos que atenazan a nuestra sociedad. Los padres que prefieren callarse antes de enfrentarse con los problemas de sus hijos. Los matrimonios qué viven con el miedo al fracaso. Los currantes acojonados por perder el puesto de trabajo. Los directores demuestran en este segmento de Cobardes un gusto por el detalle malévolo. En una reunión de padres se prefiere hablar de chorradas antes que de temas importantes. Cuando uno de los niños protagonistas acompaña a su progenitor a su trabajo oye de su jefe un “si no se cumplen los objetivos del trimestre ya sabes lo que pasa”.

 

El desenlace deja un regusto agridulce. Se escoge la figura del justiciero para arreglar el entuerto y el discurso más agresivo de Cobardes lo lleva un personaje que oculta una sorpresa que es algo discutible. Pero los últimos minutos parecen abonarse a la teoría de que la violencia genera violencia. Una película irregular pero muy interesante que tiene un pero. ¿Era necesario que la gaditana Paz Padilla ocultase su acento andaluz y hablase con uno perfecto de Valladoliz?.


Proyecto sin rumbo

abril 28, 2008

Proyecto dos sigue una deshonrosa tradición de nuestro cine, bastante olvidada: la de aquellos filmes que en los 70 intentaban imitar con más vergüenza que miedo los clásicos del terror de la época, chez Hammer a la cabeza. Esta desastrosa película, 30 años después, intenta hacer lo propio con los thrillers a la moda. Personajes cotidianos atrapados en situaciones que los superan, ciencia ficción de baratillo, sorpresas de guión fáciles y acción. Pero como digo, el resultado es nefasto.

 

La pregunta es si las cinco personas que han metido mano en el guión lo estropearon o es que fueron necesarias para intentar poner orden en algo que desde el principio iba torcido y que nadie supo arreglar. La trama esta llena de inverosimilitudes difíciles de creer. Uno no se traga a la racial Lucía Jiménez de agente del MI 5 ni a esos extraños asesinos de Europa del Este que hablan entre ellos español con acento rrruso, en vez de hacerlo en su idioma. Pero esto es lo de menos en esta trama absurda, con grandes elementos de cine basura. Uno de tantos ejemplos: se supone que en los años 60 había un sujeto científico que era igual que Adriá Collado, actor que parece estar especializándose en este tipo de filmes. Cuando aparece ya anciano no tiene ni rastro de ese parecido. La vejez cambia pero no tanto. Otro ejemplo. Al final el ayudante de Collado en el laboratorio donde trabaja le escribe una carta preguntándole donde se halla. Si la recibe no debe andar tan desorientado, digo yo.

 

            En fin, que sólo cabe señalar algo en lo que Proyecto dos se diferencia de sus antecesoras de los 70, y es en la calidad de su factura técnica. Uno cree que montadores, técnicos de sonido, etcétera, han tenido que sudar lo suyo para intentar dar coherencia fílmica a un guión naufragado desde el principio. Que buenos vasallos si hubiese buenos señores. Tal vez alguno de ellos, si se asoma por aquí, podría explicar quien demonios es quien dispara a los agentes del servicio secreto de su majestad en la terraza del hotel madrileño donde se finiquita la acción.


Sobrevivir antes del Apocalipsis

abril 27, 2008

Puede que a muchos les sorprenda que 3 días ganase el Festival de Málaga, pero era el sitio exacto donde hacerlo. Un evento como el de la ciudad de la Costa del Sol, donde se prima la industria y su gran hito es tener al Duque de Sin tetas no hay paraíso paseándose por la calle Larios todo el tiempo era el ideal para que ganase este producto. Cuenta con el patrocinio de Antonio Banderas, que sigue intentando escapar de su fracasada carrera en Hollywood –Mi novio es un ladrón llega como escolta de Iron Man el próximo miércoles- montando producciones de sabor andaluz. 3 días cumple los requisitos: además del señor Griffith se halla a la producción Maestranza Films. La dirige un debutante cordobés procedente del mundo del cortometraje, F. Javier Gutiérrez. La música es de Antonio Meliveo, otro malagueño. Los actores son mayoritariamente de la tierra, con Mariana Cordero, Vicente Romero o el algecireño Víctor Clavijo como más destacados. En este ambiente patrio, uno se pregunta si el darle el papel del villano de la función a un catalán, el gran Eduard Fernández, es más que una casualidad.

 

            Todo esta mezcla de andalucismo y solvencia industrial da como resultado un film curioso y fallido, pero con una extraña capacidad de seducción. El empezar como una película de Michael Bay, con ese satélite estallando en pedazos con una banda de sonido convenientemente elevada, es sintomático de la esquizofrenia que sacude a  3 días. Por un lado espectacularidad que sigue las normas de los thrillers americanos actuales. Por otro, un drama familiar en medio del Apocalipsis. Entre estos dos extremos se mueve Gutiérrez. Uno intuye que el director está más a gusto con la segunda vertiente que con la primera. A veces se nota demasiado que 3 días está pensada para entrar en el mercado americano, con la ayuda de la agenda de Banderas. Es la historia de una familia en apuros cuando faltan 3 días para que un meteorito se estrelle contra la Tierra y nos extinga como en su momento ocurrió con los dinosaurios. En este ambiente,  se enfrentan a su peor pesadilla: la fuga de un asesino sistemático que ya les hizo daño y aprovecha el caos mundial para rematar la faena.

 

            Esto hace que 3 días caiga en el fantasma de la indefinición. El arranque, cuando empieza el pánico, es estupendo, con la recreación de un pueblo andaluz aplastado por el calor veraniego. En esto último se nota que el director cordobés sabe de que habla. Luego, la aparición del asesino deriva a la película a una arquetípica película de psicópatas donde el que se convierte en líder de la familia por las circunstancias se halla a sí mismo. La ironía es un tanto incomprensible. Esta gente lucha por vivir cuando en horas todos estarán muertos. Pero las persecuciones y las violencias no aportan nada al género.

 

            Sin embargo, Gutiérrez se muestra como un director bastante bien dotado para su oficio. A pesar del discutible y un tanto absurdo giro argumental, consigue rodarlo todo con una tensión y un sentido de la planificación modélicos. Además, se le ve predispuesto a filmar historias con fondo dramático siempre que le dejen y no entren por medio otros factores más comerciales. Con lo que habrá que seguir la pista a este cordobés tan bien apadrinado en su debut.


Policías poco intensos

abril 27, 2008

Los que conozcan la percutante obra de James Ellroy, el novelista americano autor entre otras de L.A. Confidential y La dalia negra, reconocerán rasgos suyos en el guión de Dueños de la calle (traducción española del original Street Kings que parece el nombre de un grupo de rap). La trama de policías de Los Angeles entre policías de Los Angeles. La corrupción en el cuerpo, sin detalles moralizantes a lo Serpico: la podredumbre es más un estado social que una anomalía. Agentes de la ley tomando decisiones morales y torturados por su vida. Violencia contundente y emblemáticos cadáveres putrefactos enterrados, como el Lee Blanchard de La dalia negra.

 

            Pero también echarán de menos otras cosas, aunque no parece que haya que contabilizarlo en el debe de Ellroy, sino en el del apagado director del filme, David Ayer, guionista de esa trampa llamada Training Day. Dueños de la calle no llega hasta el final porqué no se explotan sus posibilidades dramáticas. Sabemos que el policía protagonista, al que le toca enfrentarse a una trama de corrupción entre sus compañeros con ecos del escándalo de la comisaría de Rampart, una de las mayores sacudidas en uno de los cuerpos más conflictivos del mundo –escándalo que también inspiró la magnífica serie The Shield-, está amargado por la muerte de su esposa y eso le lleva a actuar al límite, entrando solo a eliminar bandas de secuestradores como al principio del film, pero eso no se nos transmite. Parte de la culpa la tiene el confiar el protagonismo a un pasmao como Keanu Reeves, cuando haría falta un actor con más aristas. Pero es Ayer el que echa el freno con una dirección demasiado funcional centrándolo todo en la habilidad de la trama pero sin explotarla a fondo. La maestría narrativa de Ellroy se impone y queda un guión, el primero que ha escrito ex profeso para el cine, bastante interesante en el crescendo de su historia y en la desoladora sensación de mierda generalizada que deja. Como es habitual en el escritor, el ganar no te hace mejor persona y no deja de tener sus pérdidas en el camino. Pero uno se queda con ganas de ver mayor intensidad dramática y más atmósfera en una película que la reclamaba a gritos.

 

            Tal vez es que otras dos manos, Kurt Wimmer y Jaime Moss, han metido mano en el guión de Ellroy. Pero para los espectadores que no sean tan tiquismiquis como este Alcancero, o los que no conozcan la brutal intensidad que pueden alcanzar los escritos del novelista americano, les queda un apañado policial que sigue la estela de la magistral La noche es nuestra, con lo que esperemos estemos asistiendo a una cierta resurrección de uno de los géneros que más alegrías ha dado al cine americano.


El mundo de Alicia al revés

abril 25, 2008

A pesar de todo, Terry Gilliam no debe olvidar su etapa en el legendario grupo Monty Python. En una de las escenas de Tideland, estrenada después de su fallido intento de reconciliarse con una industria que nunca le ha querido en El secreto de los hermanos Grimm pero rodada antes (o mejor durante, ya que como es habitual en Gilliam su film sobre los célebres folkloristas hubo una interrupción que aprovechó), sale un disco con el inquietante epígrafe Monty Python. Se halla literalmente en una esquina de un plano y hay que fijarse para verlo. A lo mejor, el cineasta no deja de añorar esos felices tiempos, donde hacía inimitables animaciones y colaboraba en alguno de los guiones más delirantes que jamás se han escrito. Con una carrera cinematográfica escabrosa, llena de incidentes y con aciertos y fracasos equivalentes, no es extraño que recuerde aquellos maravillosos años.

 

            Tideland no va a reverdecer sus laureles precisamente. Es una historia que levantó polémicas en su presentación en San Sebastián, donde más bien de una forma inverosímil ganó el Premio de la Critica. El ver a una niña  preparando picos a sus drogadictos padres y sobre todo seduciendo sexualmente, tal y como está el tema de la pederastia, fue demasiado para muchos estómagos. Pero este escándalo no es para tanto visto el film. Son peores para su visionado otros errores. Es peligroso hacer una película donde todos los que salen son unos tarados o directamente unos psicópatas. Gilliam no trasciende esta antipatía y no sublima con la poesía de lo frikie ni con el humor negro. La insoportable Jeliza-Rose, encarnada por Jodelle Ferland, tiene demasiado metraje con sus jueguecitos con las cabezas de sus muñecas, que no aporta nada nuevo. Y hay excesiva histeria en las actuaciones y muchos planos deformados, como sustituto fácil de una historia no tan deforme como parece. Definitivamente, estos marginados de la vida no inspiran nuestra simpatía. Y eso que la estrategia era bastante interesante, ya que se trataba de hacer una inversión de la historia de Alicia. La niña protagonista, que por algo lee el libro de Carroll, llega a un peculiar país de las maravillas, donde todo es terrible, sus personajes son peligrosos sin saberlo a veces y Jeliza-Rose no es una inocente que se diga. Pero este planteamiento no se lleva bien a cabo.

 

            Gilliam ha demostrado en otros films de su obra, como Brazil, tener una atractiva poética de lo grotesco, pero con los mimbres de Tideland era difícil y no lo consigue. Pero el ex Monty Python es como Curro Romero, cuando se le da por muerto resucita. Confiemos en que aún le quedé fuelle para sorprendernos en el futuro.


Alma de cortometrajista

abril 23, 2008

 

A pesar de la cacareada crisis del cine español, no dejan de producirse los debuts de nuevos directores con un pasado de cortometrajistas. Es el caso de Peris Romano y Rodrigo Sorogoyen, que se inician en el gran formato con 8 citas. Lo que no es tan normal es que mantengan el corto en sus largos. Su film es una suma de películas breves, de unos diez minutos cada una. Como un librito de relatos sobre el amor y las relaciones de pareja. O un programa de películas breves sobre el mismo tema.

 

            Si hubiese una industria potente en nuestro cine, no cabe duda que Romano-Sorogoyen tendrían un gran futuro. 8 citas tiene una solventísima factura y un reparto de impresión, que mezcla jóvenes –Raúl Arévalo, Arturo Valls, Verónica Echegui, etc.- y veteranos –Miguel Ángel Solá, Adriana Ozores- y medios –Belén Rueda, José Luís García Pérez y alguno más-, lo que le da un molesto airecillo de serie televisiva. De estas que mezclan varias generaciones para que todas las edades se vean representadas. Hasta el estilo de cada historia cambia, en función de la juventud o no de sus intérpretes. Como decía Nicholas Ray, no hay una fórmula que garantice el éxito y si una que garanticé el fracaso: contentar a todo el mundo.

 

            Y es que 8 citas  es blandita en su formulación, como si precisamente quisiese que los espectadores salgan contentos y no se compliquen mucho la cabeza. Todos los sketches suelen tener un final más o menos feliz, o al menos con la puerta abierta a la esperanza. Las situaciones más comprometidas seguro que no llevan la sangre a ningún río. Además, el film usa el consabido truco de que todos los personajes están relacionados al final, un recurso que ya es cansino. La comicidad es forzada y algunas de las historias están hechas con profesionalidad pero sin pasión. Con lo que 8 citas acaba siendo un film fallido que encima constata una realidad preocupante: lo mal que le sienta a una impostada Belén Rueda el estrellato.


La reeducación sentimental

abril 21, 2008

Tras tantear la producción internacional en su breve pero intensa filmografía, Isabel Coixet por fin ha rodado una producción completamente norteamericana, pero con el sello indie. Adapta una novela de Joseph Roth, El animal moribundo, pero fuentes fiables cuentan que la ambiciosa directora catalana la lleva a su terreno. El libro original, que este Alcancero no ha leído, parece ser una versión macarra del inmortal Lolita (que ese si lo he disfrutado, no vayan a pensar que soy un iletrado del todo que sólo ve películas), con un profesor maduro que se liga jovencitas alumnas, con encuentros sexuales narrados con fruición. Coixet lleva esta historia al romanticismo que ha marcado sus últimos filmes: el extraordinario Mi vida sin mi y el algo más formulario La vida secreta de las palabras. Como siempre en ella, en Elegy, importa más lo que no se dice que lo explícito, lo soterrado que lo contado.

 

            En el fondo, Elegy es la historia de una reeducación sentimental y sobre lo complicado que es comprometerse en esta sociedad nuestra. El protagonista, un soberbio Ben Kingsley, es un algo más que maduro profesor que no cree en el amor. Su ideal de relación es la que tiene con el personaje interpretado por Patricia Clarkson, un encuentro sexual cada pocas semanas sin complicaciones sentimentales. Ello es así hasta que aparece una alumna bajo los rasgos de Penélope Cruz (como siempre, más pendiente de ser una estrella glamourosa que una actriz y con sus carencias habituales), que atiende al extraño nombre de “Consuela”, así, en femenino. Para él será una revelación y una puerta al amor, aunque intentará escaquearse. Las circunstancias le llevarán a tener que enfrentarse a la posibilidad del compromiso.

 

            Coixet consigue una sensible película, aunque el fantasma del diseño la sobrevuela a veces. Aunque uno cree que las dos historias secundarias del film son mejores que la principal. La relación del profesor con su amigo poeta, un mujeriego inveterado, encarnado por Dennis Hooper, y con la citada Patricia Clarkson, tienen mas enjundia que la que tiene con Consuela. Entre todos dan el retrato de un sujeto hedonista y egoísta, pero el film hábilmente abre la puerta a su justificación. Tuvo un desgraciado matrimonio del que nació un hijo ya treintañero con el que no se lleva nada bien. Tal vez ello explique tanto escepticismo.

 

            Sentimiento que domina demasiado en nuestra fría sociedad actual. De ello y de la forma de vencerlo por vías insospechadas habla con elegancia y delicadeza Elegy. Aunque no desdeñen su variante melodramática. El público mayoritariamente femenino que estaba en la sesión a la que acudió este Alcancero tenía bien apretujados varios pañuelos al acabar la proyección.


Falso culpable

abril 19, 2008

Expediente Anwar se está uniendo a las películas que desde el corazón de Hollywood están cuestionando la política de George Bush Jr., ahora que se halla en los últimos meses de su nefasta presidencia. En esta temporada hemos visto Leones por corderos, de Robert Redford o En el valle de Elah, de Paul Haggis. El film que nos ocupa da un paso más allá, pues muestra directamente uno de los hechos más bochornosos de una administración que tiene mucho de lo que achararse, como son las detenciones ilegales de ciudadanos por parte de la CIA. Siguiendo con la filosofía de Ranger de Texas de la Casa Blanca, la agencia puede secuestrar a quien quiera donde quiera por meras sospechas y llevarlos a cárceles secretas en las que cualquier método es válido para sacar información. En España la justicia permite errores en cascada que dejan a pederastas asesinos reclamados en la calle para cometer sus crímenes, pero en Estados Unidos no hay posibilidad de fallos. La misma arbitrariedad del procedimiento los tapa. 

            Sin embargo, el film que nos ocupa se basa en una historia real, la de un falso culpable víctima de los manejos de la CIA. Una entidad que dado su evidente fracaso como agencia de espionaje, pues no parece capaz de prever las grandes jugadas en el tablero mundial, léase invasión de Kuwait o el 11-S, se gana el jornal dando duro a los detenidos. Hace medio siglo Hitchcock rodó una de sus historias más estremecedoras, llamada precisamente Falso culpable, sobre un inocente sobre el que caía el erróneo peso de la justicia. Expediente Anwar le debe mucho a este gran clásico. Detalla con la frialdad de un reportaje el proceso por el que un ciudadano corriente cae en las manos de una maquinaria implacable que lo reduce a la nada. Desde este punto de vista, es la antitesis de The Contract, reseñada un post atrás. El film está rodado con precisión y cuenta con un guión donde se nota que uno de los productores es Steve Golin, que hizo lo propio en Babel. Una serie de personajes afectados por la decisión de secuestrar a un ciudadano egipcio residente en Estados Unidos tendrán que tomar su postura. Un grupo de actores excelentes dan verosimilitud dramática a sus personajes. En especial, Meryl Streep. Aunque este Alcancero nunca le tuvo mucha simpatía, está perfecta como la guerrera del nuevo orden que no duda en dar las órdenes más demenciales.

 

            Expediente Anwar huye de lo panfletario y es casi como lo que decíamos de Todos estamos invitados. Muestra una situación demencial donde hay unos descerebrados que ponen bombas masivamente y unos poderes públicos cuyas respuestas para combatirlos son infames. Todo ello genera una violencia que se retroalimenta y que lleva a otro callejón sin salida. Pero, ay, el film no remata su brillantez. Al fin y al cabo está diseñado para las grandes multisalas y no para competir en festivales, lo que lo lleva a cortar sus alas. Hay un truco narrativo final que en realidad no aporta nada. Asume el discurso tan americano de que por muy podrido que esté el sistema, siempre habrá sujetos honrados dispuestos a desafiarlo. Cabe la posibilidad de que los malos sean castigados. Y puede haber solución por muy negra que sea la cosa. Además, tanta referencia a la familia es sospechosa.

 

            Sin embargo, a pesar de su decepcionante conclusión, Expediente Anwar, tiene bastantes puntos de interés en todo su primer tramo de metraje y no deja de ser un eficaz testimonio en contra de una de las mayores atrocidades del nuevo orden mundial.

 


Ciudadano demasiado ejemplar

abril 19, 2008

 The Contract parte de una situación tan inverosímil que hace muy difícil tomarse el resto de la película en serio. Un buen ciudadano, que se va con su hijo adolescente a darse una acampada en un bosque para intentar reconstruir su deteriorada relación, se topa con poli moribundo que transporta a un peligroso preso. El agente de la ley encarga al anónimo –para él, se entiende- sujeto que termine su misión y escolte al delincuente a la estación de policía más próxima. Seguramente, en un guión del difunto Azcona el ciudadano hubiera puesto como excusa el reuma para escaquearse. Pero aquí, el tipo va y se pone a custodiar al detenido, aunque sabe que sus compañeros lo están buscando y no se andan con chiquitas.

 

            Más allá de esta disparatada premisa, que no deja de ser propaganda del amor de los estadounidenses por la ley, la película hace aguas por todos los costados. A Bruce Beresford, antaño conocido por sus dramas intimistas como Tender Mercies o Paseando a Miss Daisy, se le nota completamente desinteresado en lo que tiene entre manos y se ve que lo ha rodado rapidito para cobrar el cheque. Pero es que la absurda trama no daba para más. El detenido se nos presenta como un crack de los servicios de inteligencia que trabaja por libre, como los compañeros que lo buscan, pero es incapaz de derrotar a su inesperado guardián, que se supone es un modesto profesor. Además, éste resulta capaz de vencer a los puños a sus perseguidores o de manejar con precisión un rifle de asalto. Sabemos que desde el 11-S cualquier americano es un marine en potencia, pero esta exhibición es excesiva. Uno sospecha que el buen ciudadano tuvo que tener un pasado de profesional de la violencia, pero no se nos explica. Especial grima da ver a dos excelentes intérpretes como Morgan Freeman y John Cusack perdidos en este absurdo. ¿Qué demonios les contaron para convencerlos?.

 

            En fin, que no merece la pena extenderse más en The Contract. Un ejemplo de la coherencia de la trama para disuadirles del todo de verla: en el bosque donde transcurre la acción, sito por cierto en Bulgaria haciendo que son los del estado de Washington, no hay cobertura para los móviles pero sí hay wifi para que los malos vean los planos del bosque en su portátil.


El demonio del juego

abril 16, 2008

Atención aquellos que defienden el modelo de universidad americana. 21 Black Jack demuestra que no es oro todo lo que reluce. La película saca a la luz una historia real aunque convenientemente dramatizada ocurrida hace unos años. Un grupo de estudiantes de matemáticas del prestigioso MIT de Massachussets pusieron sus talentos numéricos al servicio del juego. En concreto, estudiaron las probabilidades en el juego del Black Jack, uno de los más populares en los casinos. Para los profanos decir que es como las siete y media pero con 21 como cifra tope. El trabajo nada académico de los alumnos les permitió ganar una pasta en la meca del juego, Las Vegas, aunque pasaron a las listas negras de los casinos. Se desconoce si esta exhibición matemático-festiva les permitió subir nota en sus carreras.

 

            21 Black Jack podía enfocar este asunto de varias maneras. La obsesión americana por el triunfo, la compulsividad del jugador habitual, un drama moral a lo Scorsese, pongamos por caso. Pero por desgracia elige la más fácil: convertir esta peripecia en una historieta con moralina de catequesis sobre el mal que caerá sobre aquellos que desvíen del camino recto. El protagonista es un joven brillante cuyos talentos matemáticos llaman la atención de un profesor de ecuaciones no lineales. El tipo tiene montado con sus mejores chicos un peculiar grupo de estudio, el del Black Jack. Sus conclusiones no pueden publicarlas para engordar currículum en revistas científicas, pero son más prácticas, ya que todos los fines de semana van a un casino de Las Vegas a sacar dinero fácil. Siempre van al mismo sitio ya que es uno de los pocos garitos de la ciudad del juego donde aún no hay sofisticados softwares de seguridad y pueden burlar al factor humano.

 

            Pero como hemos dicho se impone la moralina. El buen chico americano se mete en la historia para poder pagarse su cara universidad y ligarse de paso a la buenorra de la casinera pandilla. Pero el demonio de la codicia lo ciega y lo pierde todo. A sus amigos, que demuestran frente al dinero fácil el valor del esfuerzo y la perseverancia. La credibilidad ante su madre, que está dispuesta a cederle sus ahorros de toda la vida para que estudie. Una caída en los infiernos carente de grandeza y si de moralismo parroquial. Pero no se preocupen. De una forma bastante tramposa, pues en su momento se nos hurtan detalles fundamentales de la trama, el chico podrá levantarse y su manipulador profesor, parte docente estricto, parte sargento instructor y parte jefe mafioso, recibirá su merecido.

 

Aún así destacan dos aspectos de este pobre film. Uno Jim Sturgess, el hermano de las Bolena en el reciente título que hablaba de ellas, que aspira a ser uno de los actores de su generación. Contrasta demasiado con Kevin Spacey, cuya prometedora carrera de hace unos años parece haberse reconvertido en villanos de opereta (ay, ese Lex Luthor de Superman Returns). Y dos, una trama secundaria que no se aprovecha. Las de esos “controladores de pérdidas”, así reza en sus tarjetas, que vigilan los casinos al viejo estilo y están siendo sustituidos por ordenadores. Su canto de extinción se une a los de los  dinosaurios que exhibían filmes mejores como Casino o The Cooler. A ello ayuda que al de 21: Black Jack le de vida el gran Laurence Fishburne.