Falso culpable

abril 19, 2008

Expediente Anwar se está uniendo a las películas que desde el corazón de Hollywood están cuestionando la política de George Bush Jr., ahora que se halla en los últimos meses de su nefasta presidencia. En esta temporada hemos visto Leones por corderos, de Robert Redford o En el valle de Elah, de Paul Haggis. El film que nos ocupa da un paso más allá, pues muestra directamente uno de los hechos más bochornosos de una administración que tiene mucho de lo que achararse, como son las detenciones ilegales de ciudadanos por parte de la CIA. Siguiendo con la filosofía de Ranger de Texas de la Casa Blanca, la agencia puede secuestrar a quien quiera donde quiera por meras sospechas y llevarlos a cárceles secretas en las que cualquier método es válido para sacar información. En España la justicia permite errores en cascada que dejan a pederastas asesinos reclamados en la calle para cometer sus crímenes, pero en Estados Unidos no hay posibilidad de fallos. La misma arbitrariedad del procedimiento los tapa. 

            Sin embargo, el film que nos ocupa se basa en una historia real, la de un falso culpable víctima de los manejos de la CIA. Una entidad que dado su evidente fracaso como agencia de espionaje, pues no parece capaz de prever las grandes jugadas en el tablero mundial, léase invasión de Kuwait o el 11-S, se gana el jornal dando duro a los detenidos. Hace medio siglo Hitchcock rodó una de sus historias más estremecedoras, llamada precisamente Falso culpable, sobre un inocente sobre el que caía el erróneo peso de la justicia. Expediente Anwar le debe mucho a este gran clásico. Detalla con la frialdad de un reportaje el proceso por el que un ciudadano corriente cae en las manos de una maquinaria implacable que lo reduce a la nada. Desde este punto de vista, es la antitesis de The Contract, reseñada un post atrás. El film está rodado con precisión y cuenta con un guión donde se nota que uno de los productores es Steve Golin, que hizo lo propio en Babel. Una serie de personajes afectados por la decisión de secuestrar a un ciudadano egipcio residente en Estados Unidos tendrán que tomar su postura. Un grupo de actores excelentes dan verosimilitud dramática a sus personajes. En especial, Meryl Streep. Aunque este Alcancero nunca le tuvo mucha simpatía, está perfecta como la guerrera del nuevo orden que no duda en dar las órdenes más demenciales.

 

            Expediente Anwar huye de lo panfletario y es casi como lo que decíamos de Todos estamos invitados. Muestra una situación demencial donde hay unos descerebrados que ponen bombas masivamente y unos poderes públicos cuyas respuestas para combatirlos son infames. Todo ello genera una violencia que se retroalimenta y que lleva a otro callejón sin salida. Pero, ay, el film no remata su brillantez. Al fin y al cabo está diseñado para las grandes multisalas y no para competir en festivales, lo que lo lleva a cortar sus alas. Hay un truco narrativo final que en realidad no aporta nada. Asume el discurso tan americano de que por muy podrido que esté el sistema, siempre habrá sujetos honrados dispuestos a desafiarlo. Cabe la posibilidad de que los malos sean castigados. Y puede haber solución por muy negra que sea la cosa. Además, tanta referencia a la familia es sospechosa.

 

            Sin embargo, a pesar de su decepcionante conclusión, Expediente Anwar, tiene bastantes puntos de interés en todo su primer tramo de metraje y no deja de ser un eficaz testimonio en contra de una de las mayores atrocidades del nuevo orden mundial.

 


Política de aficionados

febrero 26, 2008

La guerra de Charlie Wilson es de estas películas que esconden una gran trampa. Se vende como un nuevo escalón en la cadena de filmes que progresivamente le están dando caña a la administración Bush, pero no es tan crítico el lobo como lo pintan. Parte de la culpa la tiene el guionista, Aarón Sorkin, un sujeto ideológicamente muy ambiguo. Sorkin escribió los libretos de Algunos hombres buenos y El presidente y miss Wade. El primero era una militarada sin concesiones, y el segundo dio pie a la obra maestra del guionista, la excelente serie El ala oeste de la Casa Blanca, creación suya y cuyas primeras temporadas escribió. Es un magnífico dialoguista y su acercamiento al poder no es nada destructivo. Más bien es lo que en América llaman un “demócrata Jeffersioniano”, rasgo que comparte con Michael Moore. Ninguno de los dos cuestiona el sistema, sino su perversión en manos de las élites actuales. Su idea es volver a los viejos tiempos de las asambleas y de la democracia más verdadera y menos tecnocrática. 

La película que nos ocupa es buena prueba de ello. La guerra de Charlie Wilson recupera una historia real, la del congresista por Texas del mismo nombre que se dedicaba a la buena vida sin preocuparse mucho de su labor legislativa hasta que se cruzó la invasión rusa de Afganistán. Impulsado por una ultraderechista millonaria amiga y ocasional amante consiguió que la CIA se tomase el tema en serio y multiplicase ad infinitum sus esfuerzos allí, dando armas y aprovisionamientos a los guerrilleros afganos hasta que consiguieron expulsar a los soviéticos de su país. La consecuencia es conocida. Se ganó la Guerra Fría pero quedaron miles de radicales islámicos armados y entrenados que acabaron convirtiéndose en la pesadilla de la América actual. Pero el guión no incide en esto ni cuestiona el derecho de Estados Unidos a librar sus guerras encubiertas. Más bien es una defensa del individualismo americano frente a la burocracia estatal. Mientras que los poderes oficiales no se tomaban en serio lo de Afganistán, Wilson, su amiga ultra y un pintoresco agente de la CIA que, oh sorpresa, se lleva mal con sus jefes acostumbrados a la política de despachos, lo arreglan todo.  

Visto desde ese punto de vista, es admirable. Pero no deja de ser inquietante que la política de Washington acabe en manos de una panda de aficionados. Que el filme no se cuestione esto ni la extraña alianza que incluye una multimillonaria ultraderechista y ultracatólica junto con un congresista más interesado en ligar que en legislar es sorprendente y daña mucho su presunto pedigrí liberal. Hay que hacer lo que hay que hacer en cada momento y no importa quien lo ejecute, parece ser el mensaje de la película. Hay dos escenas muy significativas. La primera cuando Wilson se conciencia tras una cinematográficamente manipuladora visita a un campo de refugiados afganos. Nadie ha parecido caer en que eso está ocurriendo ahora mismo en Irak. La segunda, cuando tras la derrota soviética, los planes del congresista para reconstruir Afganistán caen en saco roto. El papel de América no debe ser sólo guerrear, sino también ayudar. 

No obstante la película es interesante para públicos que no quieran calentarse mucho la cabeza con cuestiones políticas. Sorkin demuestra su habilidad para los diálogos, Mike Nichols, sí, el de El graduado, dirige con ritmo y los actores, en especial un divertidísimo Philip Seymour Hofffman, están muy bien. Pero uno sale con una excesiva sensación de que le han querido dar gato por liebre. Lo que queda claro es que en Estados Unidos hay una “tercera vía” que no reniega del papel imperial del país, sino que quiere que se ejerza con más dignidad y generosidad. ¿Votarán estos a Hillary, Obama o a McCain?.