La seducción del fascismo

diciembre 6, 2008

laola

A una nueva generación de cineastas alemanes les ha dado por reflexionar sobre su pasado reciente. Nacidos en los 60 y los 70, les queda tan lejos la guerra como la postguerra, pero han crecido con sus secuelas. Toda la vida han tenido que soportar la culpabilidad colectiva de su nación por el nazismo y ahora que son adultos parece que quieren revisar el tema. Oliver Hirschbiegel reflexionó en El experimento sobre las raíces del autoritarismo y luego abiertamente sobre la derrota alemana en su controvertida El hundimiento. Uli Edel, más veterano que esta promoción, estrenará pronto en España El complejo Baader-Meinhof, sobre el célebre grupo terrorista, hijos del forzado desarrollismo de los 60 que se pasaron como sus mayores de los años 30 a la lucha armada. A estos se une ahora Dennis Gansel con La ola.

 

            Gansel ha hecho el camino inverso de Hirschbiegel, pues ha pasado de hablar en 2004 del nazismo en si mismo con Napola, ambientada en una de las escuelas de élite del partido nazi donde sus cachorros aprendían a ser líderes, a presentar el fascismo en abstracto. Hay otro punto en común con el director de El experimento, pues tanto este film como La ola se basan en dos experiencias sociológicas que curiosamente tuvieron lugar en Estados Unidos. Hirschbiegel se inspiró en un grupo de estudiosos que reconstruyó una cárcel a ver como se comportaba la gente, y tuvieron que suspender el asunto cuando los que hacían los carceleros se propasaron. De igual modo, La ola sigue los pasos de un bienintencionado profesor de instituto californiano que en 1967, en plena oleada hippie, montó una sociedad fascista en su clase con objeto de que sus alumnos supiesen de verdad lo que era aquello. Como en el caso de la supuesta prisión, el docente tuvo que cortar el asunto cuando los alfa empezaron a abusar de los beta. Ni la LOGSE en sus mayores delirios llegó tan lejos.

 

            Este último experimento, que echa por tierra las teorías liberales (las antiguas, no las neocon) y religiosas sobre la bondad innata del ser humano, es usado por Gansel para su película, sólo que trasponiéndolo de Estados Unidos a la actual Alemania, donde el miedo a un rebrote nazi esta oficializado en diversas medidas legales. Un profesor poco valorado entre sus compañeros por su afición al rock duro y sus vestimentas macarras se encarga de rebote de dar un breve seminario sobre autoritarismo. Él quería dar en realidad el de anarquismo, pero un ortodoxo compañero de claustro se lo ha birlado. Cuando uno de sus alumnos le asegura el primer día que el fascismo nunca se repetirá en Alemania, al profe se le ocurre crear en esa semana un nuevo movimiento para dar una clase práctica. En pocos días la cosa se va de madre, pues los chicos se lo toman tan en serio que parece verdaderamente que es posible que un nuevo Führer se apodere de las almas germánicas.

 

            La película es curiosa. Gansel tiene la habilidad de hacer una arquetípica película de adolescentes bajo sus pretensiones sociológicas, lo que puede explicar que en Alemania La Ola haya sido un éxito sin precedentes. Su formulación cinematográfica es más bien ramplona. Pero no deja de ser un magnífico y estremecedor análisis de cómo opera el fascismo y cómo engancha a la gente, aprovechando las fisuras de una sociedad tan imperfecta como la nuestra: necesidad de formar parte de un grupo, frustración social, el liderazgo fuerte que da a cada uno un lugar, la necesidad de unas creencias, etc. Hay una tensión entre un guión lleno de sutilidades y una dirección que no los explota. Algo bastante absurdo, pues ambos corren a cargo de Dennis Gansel, que no ha sabido dialogar consigo mismo. Esto es más patente en el caso de Rainer, el profesor que lo lía todo. Uno intuye que en el fondo él es otro frustrado en un sistema que no termina de aceptarlo y que le va la marcha de nuevo Führer más que lo que le gustaría, pero el tema queda muy diluido, frustrando las explicaciones personales del fascismo y prefiriendo las sociales. No obstante, La ola se deja ver con algo más que rutina y resulta un film interesante. Seguro que su edición en DVD se convierte en un clásico en las futuras clases de Educación para la Ciudadanía, si la particular ola católica la deja vivir.


Asesinos cotidianos

noviembre 21, 2008

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Gomorra parte del escalofriante libro de investigación que un joven –27 años- Roberto Saviano escribió sobre las actividades de la Camorra, la organización criminal que domina Nápoles y el sur de Italia. Una panda que ha hecho de la discreción su mayor virtud, pues ha dejado que sus hermanos sicilianos se lleven la fama, pero no necesariamente la lana. La Camorra, a pesar –o igual gracias a ello-de controlar un territorio bastante pequeño es de las mafias más rentables y más sanguinarias, dejando en mantillas a los Corleone y a los Tony Montana. Al final del film se nos dice que en 30 años han cometido 40.000 asesinatos del ala (¿Cuándo podemos empezar a considerar el termino “genocidio”?), además de tener los mercados de droga más rentables del planeta y otros negocios sucios. Un auténtico cáncer social que no olvida, pues desde que editó el libro Saviano vive bajo escolta policial pues los camorristas se la han jurado por desvelar sus miserias.

 

            Hasta la fecha, Mateo Garrone, el director de la versión fílmica, no parece que haya tenido problemas. Tal vez se halla curado en salud, pues la palabra “Camorra” no se menciona en ningún momento, como hizo Coppola en la saga Corleone con el término “Mafia”. Además al pasarlo a formato de narración cinematográfica no se sigue el enfoque documental del libro de Saviano, con lo que algo puede diluirse su impacto. Pero sólo algo. A pesar de que su masacre inicial pueda hacer pensar lo contrario, la Gomorra cinematográfica no sigue los patrones impuestos por el cine americano para hablar de estas pandas. Lo que vemos es un desolador cuadro donde el crimen campa por sus respetos. No es una tragedia operística a lo El padrino ni la crónica de un ascenso y caída a lo Scorsese, aunque algo queda, como en la historia de la madre que pierde a sus hijos que quieren separarse de la banda principal. O en estos dos descerebrados canis auténticos que quieren prosperar en la organización imitando al Pacino de El precio del poder pero son dos tontos de remate, sobrados de chulería y faltos de inteligencia. El que éste sea un tipo muy común en nuestros días, sean de la Camorra o no, es bastante impactante.

 

            Lo que hay de verdad es la crónica, rodada con técnicas documentales, de una organización criminal en su vida cotidiana. No hace falta contar su auge y caída porque ya está allí como el Génesis, desde el principio de los tiempos y lo que le queda. Esto es lo verdaderamente escalofriante del film, el ver que la corrupción y la violencia son el pan nuestro de cada día en la sociedad napolitana. Matar o delinquir allí es como para nosotros coger al autobús para ir a trabajar. No hay moralina barata, sino pura mostración del día a día de esta gente, que han sabido reciclar sus negocios. También se dedican por ejemplo a quitar de en medio residuos tóxicos a fabricantes sin escrúpulos, con lo que han conseguido aumentar en un 20% los casos de cáncer en los lugares donde los colocan. El que Garrone haya cogido actores no profesionales, alguno de los cuales tuvo problemas con la ley tras el rodaje, acentúa la sensación de realidad de este trabajo, que nos acerca al crimen organizado con la desnudez y sin el glamour que a veces lo rodean en el cine. Eso sí, recomiendo que si van a verla doblada no lo hagan. Es la copia que yo vi y el doblaje es espantoso, haciendo mucho daño al visionado. Si tienen que esperar al DVD para verla subtitulada háganlo, merecerá la pena.

 

            Y un detalle personal. Lo que más acojonó a este Alcancero es ver como esta panda de canis napolitanos –aunque están podridos de pasta los camorristas viven como parados de una película irlandesa- se parecían tanto a los de la ciudad donde vive. Rodada en verano, esas playeras, bermudas horteras y camisetas baratas me sonaban demasiado. Es como si ese viñero gordo que se toma en verano su tinto con casera y juega al bingo con su familia en La Caleta fuese capaz de acercársete por la espalda y vaciarte un cargador a quemarropa. Por cierto, el libro de Saviano está editado en bolsillo en España por unos escasos 8 euritos, por si a alguien le interesa.


Los tiempos están retrocediendo

junio 7, 2008

¿Qué opinará Michael Moore de La edad dela ignorancia cuando vea como su admirado Canadá, al que contrapone como modelo a la locura estadounidense en sus documentales, es un caos en este film de Denys Arcand? El presunto paraíso es en realidad un sitio con una burocracia inhumana, con un sistema sanitario desastroso y con un grado de incomunicación y competitividad que no tiene nada que envidiar al resto del mundo posindustrial. 

            Arcand cierra con esta película una inconfesa trilogía que inició hace 22 años con El declive del imperio americano y siguió con la soberbia Las invasiones bárbaras. En ellos hace una crítica de la generación progre, la que iba a cambiar el mundo en los 60 y sólo trajo a la larga el neoliberalismo salvaje, convirtiéndose en víctimas y verdugos. En la primera de la serie veíamos a un grupo de personajes atrapados en sus contradicciones. En la segunda, cómo el paso del tiempo les había afectado y se reunían para despedir a uno de ellos que se moría de cáncer. En su adiós y en su autoeutanasia se ennegrecía el discurso. En La edad de la ignorancia seguimos a un superviviente de esa generación. Tal vez envidie al que murió, pues su vida está completamente carente de atractivos.

 

            Pero hay mucho más que una desencantada crónica generacional en esta trilogía. Si seguimos sus títulos, vemos una nada inocente e irónica reflexión histórica. Al igual que la caída del imperio romano dio lugar al oscurantismo de la Edad Media, así nosotros estamos entrando en otra era similar. La película contrapone las fantasías del protagonista para evadirse de su triste realidad con el absurdo de un mundo tecnificado pero insensible. No obstante, este es el punto más débil la cinta. No añade nada a otras historias de corte similar. Pero es más efectivo el choque entre la insensibilidad de la administración frente a las tonterías New Age. Puede que estos funcionarios hagan feng-shui y motivación, pero luego no pueden dar respuestas a sus usuarios y a veces toman decisiones inhumanas. Como a esa víctima de un accidente a la que hacen pagar una farola que rompió en su desgracia.

 

            Es por ello que la mejor secuencia es la del torneo medieval, mitad fantasía de unos pocos mitad fiesta gótica para unos descerebrados. En ese policía que se transmuta de fraile en la mascarada y porta un discurso fascista está la caña de la película. Estamos en un mundo donde la tecnología no esconde que entramos en una nueva Edad Media donde la razón está marginada y el integrismo con visos de cruzada toma el mando. Ya hemos visto en la triste labor de este funcionario el fracaso del estado liberal y éste se halla desmantelado y las grandes corporaciones trasnacionales toman el lugar de los señores feudales.

 

            Arcand cuenta esto con su habitual humor dolorido. La pena es que La edad de la ignorancia tiene los fallos dichos de las fantasías y un final excesivamente largo y poco convincente, donde se defiende la vuelta a los orígenes comunales ante tanto caos. Pero a pesar de estos handicaps es un film inteligente y con los suficientes momentos álgidos como para justificar su visionado. No es el menor de ellos la aparición del cantante de moda, Rufus Wainwright.

 


Terror en el hipermercado

junio 3, 2008

En una célebre escena de Los pájaros, una despeinada Tippi Hedren se refugiaba en un restaurante tras un ataque de las levantiscas aves. Allí tenía lugar un inquietante diálogo entre varias personas desconcertadas ante lo que esta pasando en su antaño apacible pueblo. Entre ellas una señora ultraderechista que pone los vellos de punta con su interpretación de la sublevación de los pájaros. Es la escena clave de la película, la que demuestra la intención del maestro Hitchcock en esta desoladora obra maestra. La separación humana y como las catástrofes lejos de unir disocian y sacan las diferencias.

             La niebla de Stephen King, llamada así tanto por el reclamo del escritor de Maine como, suponemos, evitar comparaciones con La niebla de John Carpenter, es como una versión corregida y aumentada de esta secuencia hitchcockiana. Como el genio londinense, Frank Darabont usa el terror como metáfora social. Y como tal la película no tiene desperdicio. Una extraña niebla que esconde inenarrados monstruos se apodera de un pequeño pueblo, dejando a un grupo de gente atrapada en un supermercado. Pronto queda claro que el principal problema no es lo que acecha entre las bajas nubes, sino como diría Sartre, que el infierno son los otros para con los demás. El grupo tiene que sobrevivirse a si mismo antes que los engendros que les rodean en la oscuridad.

 

            Es la tercera vez que Darabont adapta a King (la cuarta en realidad si añadimos un cortometraje hecho en sus años juveniles) y parece que su mirada se ha agriado. Cadena perpetua era una hermosa fábula sobre la libertad y La milla verde, a pesar de la dureza de la pena de muerte, dejaba entrar lo maravilloso. Luego, ya sin las muletas de King, hizo The Majestic, un inmerecido fracaso que demostraba lo difícil que es en este principio de tercer milenio que la gente se trague historias a lo Frank Capra. Tal vez por ello ha oscurecido su mundo. A esto se une que La niebla es un relato largo –o novela corta, que nunca me aclaro con esto- de 1980, la mejor época de King antes de convertirse en una churrería del terror, cuando era capaz de hacer obras que eran amargos reflexiones sobre la sociedad americana, como El resplandor. Darabont es fiel a ello. Su amarga fábula social tiene los elementos justos del cine de terror viscoso y algo gore para justificar el género, incluyendo una innecesaria alusión a la saga de Alien. Pero lo que importa es ver a este grupo de egoístas pensando sólo en salvarse a si mismos. La mujer a la que nadie va a ayudar cuando decide buscar a sus hijos. Los chulitos que cuando estalla el horror son incapaces de hacer nada. Y sobre todo, esa fanática religiosa que aprovecha la crisis para hacer adeptos. Veo innecesario recalcar lo que significa hoy en día hablar en un film estadounidense de gente asustada ante amenazas innominadas que cae en manos de una dictadura religiosa.

 

            Por si quedaba alguna duda de que Darabont no va a hacer concesiones se nos reserva un final insólito en una película comercial americana de hoy en día. Si en Los pájaros los protagonistas se perdían en la nada rodeados de aves aquí hay un desenlace de una contundencia tal que nos deja claro que lo que hemos visto era definitivamente un cuento cruel sobre una crisis social.

 


Todos somos empleados

mayo 13, 2008

En un visionado superficial, Casual Day puede verse como una hija bastarda de Smoking Room. También hay una crítica a los usos y costumbres de las grandes empresas actuales a través de la relación de dominación entre sus empleados, pero el debut de Max Lemcke en la dirección llega más allá que la algo sobrevalorada película de Roger Gual y Julio Wallowits. Y eso que la primera escena hace temer que la inspiración de Smoking Room sea más que admiración. Afortunadamente, el film que nos ocupa encuentra pronto su propio rumbo.

 

            El Casual Day es una de estas prácticas que se han copiado de Estados Unidos, como el neoliberalismo y otras joyas del moderno orden mundial. Consiste en que los empleados de una empresa se vayan juntos al campo, dejando las corbatas en casa y conviviendo o fingiendo convivir. Uno cree que antes de esta moda ya en España teníamos los partiditos de fútbol los sábados y ese invento genial de las relaciones sociales que son las comidas de Navidad, pero no soy nadie para enfrentarme a la modernidad. La película habla de uno de estos Casual Day. En realidad resulta ser una trampa. Se aprovecha para hacer pruebas psicológicas a cargo de un profesional de los recursos humanos (encarnado por Alberto  San Juan) en las que se adivina el truco, como cuando consigue que uno de los empleados confiese que su bajo rendimiento laboral deriva de sus problemas matrimoniales.

 

            En realidad, el día contra el stress y por el buen rollito va dejando claro que las clases quedan patentes. Las diferencias son explotadas, como la planta que ocupa cada uno en el edificio, o la rabia de uno de los empleados cuando se queda fuera del reparto de un oso con su madroño. Hay un jefe –Juan Diego, que se está especializando en estos papeles- que no descansa y aprovecha el Casual Day para hacer alguna de las suyas, mezclando el paternalismo de los viejos lobos de empresa con los despiadados métodos actuales. La partida de Paintball que más que unir encona a los unos con los otros. Y, sobre todo, la historia que une a todas las demás: la del novio de la hija del jefe, una metáfora del empleo moderno. A pesar de no gustarle nada todo lo que ve, no tiene más remedio que ir tragando, incluso a través de un magnífico final donde queda claro que lo que importa es mantener el sistema. En el fondo, muchos somos como este chico. Con lo que se demuestra que este día no tiene nada de casual, sino que sirve para fortalecer los lazos, no emocionales, pero sí sociales.

 

            Lo curioso es que esta magnífica película no concursara en el pasado Festival de Málaga, como todas las españolas que se estrenan estos meses primaverales. A lo mejor es que es buena.


Vivir con miedo

abril 29, 2008

Cobardes no es un film sobre Chiquito de la Calzada, sino el segundo del sorprendente dúo formado por José Corbacho y Juan Cruz, que dio la campanada hace dos años con Tapas. El cómico televisivo formado en el grupo teatral La Cubana y su compinche –es estos casos uno se pregunta quien de los dos es el verdadero cerebro- hacen un cine que no es lo que se espera de ellos, sobre todo del primero. Dramático y con un sentido social ausente de sus apariciones catódicas.

 

Su segundo film es curioso, porque tarda en detonar. Frente a los humildes currantes que protagonizaban Tapas, ahora los personajes son más burgueses. Tal vez eso lleve a una desnaturalización de lo narrado, pues se nota que los directores no andan tan finos con esta clase social, lo que lleva a una primera parte plagada de tópicos. Familias estiradas y diálogos un tanto de baratillo. Sin embargo, mediada la película, empieza a subir el interés cuando entran los verdaderos temas del film. El niño horrorizado por el acoso escolar (Bullying) que sufre a manos de una panda de sus compañeros es la excusa para sacar a la luz los miedos que atenazan a nuestra sociedad. Los padres que prefieren callarse antes de enfrentarse con los problemas de sus hijos. Los matrimonios qué viven con el miedo al fracaso. Los currantes acojonados por perder el puesto de trabajo. Los directores demuestran en este segmento de Cobardes un gusto por el detalle malévolo. En una reunión de padres se prefiere hablar de chorradas antes que de temas importantes. Cuando uno de los niños protagonistas acompaña a su progenitor a su trabajo oye de su jefe un “si no se cumplen los objetivos del trimestre ya sabes lo que pasa”.

 

El desenlace deja un regusto agridulce. Se escoge la figura del justiciero para arreglar el entuerto y el discurso más agresivo de Cobardes lo lleva un personaje que oculta una sorpresa que es algo discutible. Pero los últimos minutos parecen abonarse a la teoría de que la violencia genera violencia. Una película irregular pero muy interesante que tiene un pero. ¿Era necesario que la gaditana Paz Padilla ocultase su acento andaluz y hablase con uno perfecto de Valladoliz?.


Esclavismo laboral

febrero 28, 2008

Tras el patinazo de El viento que agita la cebada, inverosímil Palma de Oro en Cannes que demuestra que no sólo los Oscars se vuelven locos de vez en cuando, Ken Loach ha vuelto a aguas más conocidas. Con su habitual guionista Paul Laverty plantea otro filme social a los que nos tiene acostumbrados. Pocos cineastas tan coherentes consigo mismos como el galés en su empeño de denunciar los males del neocapitalismo.

A muchos esto les aburre ya y niegan el pan y la sal del reconocimiento crítico a Loach, en estos tiempos desideologizados. No se dan cuenta que el director ha hecho su propia reconversión y ha ampliado sus horizontes temáticos, aunque parezca que no se mueve de donde está desde hace años. Llegó un punto donde cansaba ya tanto film sobre proletarios víctimas de las duras reconversiones empresariales del thatcherismo, pero el dúo Loach-Laverty se dio cuenta de los nuevos problemas sociales que la globalización estaba trayendo. En Sólo un beso trataban de una relación interracial entre un inmigrante musulmán y una maestra inglesa, con la incomprensión que levantaba. Y ahora, En un mundo libre…, demuestran sensibilidad para sacar a la luz varios males contemporáneos. Primero, el autentico esclavismo laboral a que se ven sometidos los inmigrantes en el primer mundo. Segundo, la proletarización a escala masiva que ya no afecta sólo a los obreros, sino a la clase media. La protagonista de la película es una chica con título que trabaja en una empresa de trabajo temporal, verdadera trata de negros aunque sean blancos, hasta que es despedida al negarse a ceder al acoso sexual de un compañero. Para buscarse la vida monta una agencia similar clandestina, que la lleva a radicalizarse con tal de salir adelante. 

La clave de la película se halla en la conversación que la chica mantiene con su padre, un obrero “tradicional” jubilado con una buena pensión y que deplora las actividades de su hija. Ella le echa en cara que su generación tenía trabajos estables y que la suya –la nuestra- es presa de la inseguridad. Loach y Laverty no condenan a la chica, sino que la consideran una víctima más del sistema demencial del neoliberalismo. Aunque ella va haciendo disparates cada vez mayores para sobrevivir nunca pierde nuestra simpatía como ser humano. Una buena defensa contra todos los que acusan al cineasta de maniqueo.

 Otro detalle interesante es el feminismo de la cinta. La chica tiene un hijo pero su entrega al trabajo le impide verlo mucho, criándose con su abuelo. Una crítica sobre lo difícil que tienen las mujeres hoy en día conciliar la vida laboral y familiar. No estaría de más que todos esos que tronan contra la disolución de la familia tradicional reflexionasen sobre como las condiciones socioeconómicas obligan a padres y a madres a trabajar para buscarse la vida. 

Loach cuenta esto con su estilo aparentemente descuidado habitual, pero que en fondo es riguroso. En un mundo libre… no se halla exento de errores, como ese habitual personaje bondadoso que mete el dúo en sus filmes como si no se atreviesen a pintarlo todo muy negro. Aquí le toca a un comprensivo inmigrante polaco, que como de costumbre resulta inverosímil en su candidez y que además tampoco juega un papel muy importante. Pero este handicap no desmerece en nada el resto del film, que sigue siendo una lúcida visión sobre un mundo que se nos escapa de las manos.


Juventud, divino aburrimiento

febrero 4, 2008

Hace tres años, el sevillano Jesús Ponce sorprendió con su primer film, 15 días contigo. Se unía a la moda social de una parte de nuestro cine contando las peripecias de una mujer madura intentando buscarse la vida tras salir de la cárcel y su relación con un homeless. La película respiraba veracidad por sus cuatro costados y más allá de su crónica social resultaba un ajustado retrato de unos perdedores y sus deseos de dejar de serlo.

Ponce repite la jugada corregida y aumentada con Déjate caer, donde mejora los resultados de su debut. Hay que reconocer que a pesar de sus virtudes, su ópera prima tenía un final algo forzado ausente ahora. En principio, su nueva obra parece unirse a esas temibles apologías de los canis, tipo la sobrevalorada hasta la extenuación Siete vírgenes. Habla de tres chavales de barrio que se pasan la vida en el respaldo de un banco bebiendo cervezas y comiendo palmeras, fantaseando con la panadera que les sirve estos productos. No obstante, es una falsa alarma. Aunque los chicos tienen familias problemáticas (uno es hijo de una posesiva viuda, otro hijo de un borrachín, el tercero de un padre que sólo ve la tele y pregunta si su hijo tiene derecho a la andaluza paguita) no son víctimas del sistema. También queda claro su responsabilidad individual y su complejo de Peter Pan, hasta que la realidad se va imponiendo y les obliga a tomar decisiones. A esta fuga de la apología cani contribuye la mordaz crítica contra sus usos y costumbres, como el impagable personaje de la ligona hermana de uno de los protagonistas. Es curioso que a pesar de que gran parte de la película transcurre en la calle los transeúntes brillan por su ausencia, centrando el conflicto entre sus protagonistas y dándole a la narración un sorprendente aire de película de cámara.

Por lo demás el director mantiene sus armas, la gran veracidad en lo narrado y la simpatía por sus personajes, que no excluye la crítica. En el fondo, es una crónica del precio inexcusable que hay que pagar por madurar y dejar atrás la prolongada adolescencia. El único fallo entre el conjuntado y espléndido grupo de protagonistas lo da el que los tres jóvenes (Iván Massagué, Darío Paso, Juanfra Juárez) no tienen el necesario acento andaluz para lo que se supone transcurre en un barrio popular de Sevilla. Pero lo compensa la debutante Pilar Castro con su sencillez. Un ejemplo de cómo Jesús Ponce sabe trascender un material que podía ser tópico y complaciente a lo Siete vírgenes y hacer una estimulante película.