Mi fascinación por el grupo Joy Division viene de una sola canción de las pocas que hicieron en su breve carrera. No es que intente entrar en el terreno de los amigos replicantes o del insigne Profesor Franz, pero Love will Tear us Apart es un tema de una enigmática belleza. Es difícil hace a la vez una canción intimista y ruidosa, triste y esperanzada, melancólica y optimista, que se dirige a tu sentido del ritmo y a tu corazón sin que colisionen tan dispares premisas. Tampoco les voy a engañar, no hace tanto tiempo que la conozco. Había oído hablar de la Joy División como de tantos grupos y no se si en mis años mozos escuché algo de ellos. Evidentemente, el cine es un gran maestro y conocí mejor a esta peña gracias al vigoroso 24 Hours Party People, del gran Michael Winterbottom, en 2002. La canción de marras cerraba el film y desde entonces me enganchó. No debo negar que la triste figura del líder de los Division, Ian Curtis, sujeto oscuro y que se suicidó en 1980 con 23 años, también atrajo mi atención. Pero en 24 Hours era un personaje más de esa vibrante crónica del sonido Manchester. Lo que ha ocurrido es que póstumamente el mito de Curtis ha crecido en estas décadas a medida que le han ido surgiendo admiradores en las nuevas hornadas de músicos que veían en su tristeza vital y en su lúgubre sonido un precursor de modernas tendencias. En 2005 Deborah Curtis publicó un exitoso libro sobre su figura, Touching the Distance, y ahora Anton Corjbin lo ha hecho cine con Control.
Adecuadamente filmada en blanco y negro, teniendo en cuenta el espíritu de su protagonista, Control es un curioso título que da lo que promete al mismo tiempo que no lo da. Aparentemente es una biografía ortodoxa de Curtis, desde que tenía 17 años y se pasaba la vida escuchando en su cuarto discos de Bowie hasta su suicidio. Asistimos a su carrera musical, desde que formara parte de uno de esos grupos surgidos en Inglaterra a fines de los 70 al rebufo de los Sex Pistols, cuando parecía que cualquier joven desgarrado –o que creía serlo- podría perpetrar cualquier crimen contra la música. Afortunadamente la Joy Division ofreció algo más, dos escasos álbumes que influirían más en el futuro que en su momento. Desde este punto de vista, Control funciona impecablemente como biopic. Pero el film es como la música de Curtis, y ofrece entre sus pliegues mucho más. En su narración hay un extraño punto de desasosiego en todo momento, como si una tragedia oculta amenazase a los presentes en la pantalla. Y su protagonista se aleja de los músicos convencionales, incluso de las personas convencionales. Más que un ser triste, Ian Curtis es un autista emocional, muy bien encarnado por Sam Riley. Alguien que parece siempre encerrado en un extraño dolor que nunca se manifiesta claramente pero del que vemos sus consecuencias. La chulería con que aborda al manager Tony Wilson, su miedo a la epilepsia -que justifica sus célebres espasmos cuando actuaba, a guisa de exorcismo- y sus problemas sentimentales, atrapado entre su prematura esposa –Samantha Morton en el film- e hija (se casó con 19 años) y la periodista belga que conoce cuando empieza a despuntar en la música. En todo momento queda claro que Ian Curtis se halla devorado por contradicciones y tensiones que le llevaron a su triste destino. Así, la película escapa a su previsible destino de biografía convencional y llega a otro terreno más sutil, el de la angustia que no se ve (nadie parece captar este registro de Curtis) y el de la soledad del artista a cuya profundidad nadie llega. Curiosamente, el visionado de Control deja el mismo regusto agridulce que la música que compuso el líder de Joy Division. No es mal homenaje trasladar su estilo del pop al cine, ciertamente.
¿Algún cine se va a atrever a proyectar en Cádiz una película en blanco y negro, pregunto un tanto receloso?
No por ahora. Yo la ví el finde pasado en Málaga, pero la sociedad de la información ofrece otras alternativas para verla.
Ya pillo su indirecta.
Malandrín.
Nos vemos.
Lo echamos un tanto de menos, Maese Alcancero.
Ahí va. Una cibertelaraña. Qué asco.
¿Y yo por qué me paso de vez en cuándo por éste y otros blogs que SÉ fallecidos?
Me siento pasear entre tumbas… cosa que tiene su encanto, por otro lado. Nadie me molesta entre estos cadáveres.