Salamanca capital mundial

febrero 29, 2008

En el punto de mira es un gozoso disparate. No sabemos cuanto habrá pagado el ayuntamiento de Salamanca para que los productores rueden allí y saquen a la ciudad lo máximo posible, pero los desinformados que vean la cinta allende nuestras fronteras pueden sacar algunas conclusiones muy equivocadas. Como que los españoles hablan con acento mexicano, como que hay en nuestro país terroristas islámicos con inequívoca pinta árabe pero con nombres hispanos y que el alcalde de la ciudad universitaria parece un cacique sudamericano. De nuevo el meeting polt que mezcla nacionalidades sin cuento. Sólo hay un actor patrio, Eduardo Noriega, frente a latinos que hacen de compatriotas nuestros. Igual es una secuela tardía de la retirada de tropas de Irak hace cuatro años y nos confunden con los islamistas de forma torticera. 

Independientemente de esto, el film naufraga por otros sitios. No sabemos quien fue el genio que decidió que la Plaza Mayor de Salamanca, una auténtica ratonera, sea el escenario de una cumbre mundial de líderes para arreglar lo del terrorismo. Pero no parece que una ciudad de provincias, por mucha solera que tenga, sea el lugar ideal para un encuentro de estas características. En el punto de mira invoca en vano a Rashomon, de Kurosawa, con su fragmentación de una historia desde varios puntos de vista. Pero no hay un enfoque moral como en la magistral película japonesa, que iba sobre lo difícil que es establecer la verdad, sino puro artificio para jugar mediocremente con el suspense. Se sigue a una serie de personajes que asisten al anuncio que el presidente USA va a hacer tras la cumbre cuando es alcanzado por un francotirador. Al llegar al momento decisivo del atentado se vuelve atrás –el efecto del rebobinado cada vez llega a ser cansino- y se empieza de nuevo con otro personaje, que va completando el puzzle. Esta estructura nos guarda una sorpresita a mitad del metraje y permite que todos los implicados estén presentes en el desenlace de la trama. En realidad el film sería menos efectivo narrado cronológicamente, pues descubriríamos los diversos trucos antes de tiempo.

Aunque al principio tiene su gracia, En el punto de mira va deslizándose progresivamente por lo inverosímil y por el thriller moderno en el sentido de aumentar la espectacularidad a costa de la credibilidad de la historia, que tiene bastantes puntos débiles. No sabemos nunca quienes son los malos, si terroristas radicales que no quieren arreglar las cosas o sectores del gobierno USA que tampoco quieren la paz. Hay errores garrafales, como esa bomba que entra en la plaza cuando hemos visto las brutales medidas de seguridad que afectan incluso a la policía. El personaje de Eduardo Noriega, miembro del  Cuerpo Nacional de Policía que escolta al alcalde (cualquier espectador medianamente informado sabe que la policía nacional no se dedica a escoltar alcaldes) se dedica a vaguear por la plaza arreglando sus asuntos amorosos sin cumplir su misión. Como estos hay cientos de detalles que dañan la trama. Baste decir ese increíble acto de compasión final que tienen unos terroristas a los que hemos visto todo el film matar sin piedad.

Es una lástima que dirija este caos Pete Travis, que se dio a conocer hace cuatro años con la magnífica Omagh. Uno cree que ha intentando imitar a su paisano Paul Greengraas e intentar hacer una película de Bourne, pero la efectividad técnica que muestra no compensa un guión tan errático. Y da grima ver a dos magníficos actores como William Hurt y Sigourney Weaver en una película tan alejada de su talento. Una última reflexión. ¿Qué opinará Basilio Martín Patino, salmantino de pro, de esta profanación de su ciudad?


Esclavismo laboral

febrero 28, 2008

Tras el patinazo de El viento que agita la cebada, inverosímil Palma de Oro en Cannes que demuestra que no sólo los Oscars se vuelven locos de vez en cuando, Ken Loach ha vuelto a aguas más conocidas. Con su habitual guionista Paul Laverty plantea otro filme social a los que nos tiene acostumbrados. Pocos cineastas tan coherentes consigo mismos como el galés en su empeño de denunciar los males del neocapitalismo.

A muchos esto les aburre ya y niegan el pan y la sal del reconocimiento crítico a Loach, en estos tiempos desideologizados. No se dan cuenta que el director ha hecho su propia reconversión y ha ampliado sus horizontes temáticos, aunque parezca que no se mueve de donde está desde hace años. Llegó un punto donde cansaba ya tanto film sobre proletarios víctimas de las duras reconversiones empresariales del thatcherismo, pero el dúo Loach-Laverty se dio cuenta de los nuevos problemas sociales que la globalización estaba trayendo. En Sólo un beso trataban de una relación interracial entre un inmigrante musulmán y una maestra inglesa, con la incomprensión que levantaba. Y ahora, En un mundo libre…, demuestran sensibilidad para sacar a la luz varios males contemporáneos. Primero, el autentico esclavismo laboral a que se ven sometidos los inmigrantes en el primer mundo. Segundo, la proletarización a escala masiva que ya no afecta sólo a los obreros, sino a la clase media. La protagonista de la película es una chica con título que trabaja en una empresa de trabajo temporal, verdadera trata de negros aunque sean blancos, hasta que es despedida al negarse a ceder al acoso sexual de un compañero. Para buscarse la vida monta una agencia similar clandestina, que la lleva a radicalizarse con tal de salir adelante. 

La clave de la película se halla en la conversación que la chica mantiene con su padre, un obrero “tradicional” jubilado con una buena pensión y que deplora las actividades de su hija. Ella le echa en cara que su generación tenía trabajos estables y que la suya –la nuestra- es presa de la inseguridad. Loach y Laverty no condenan a la chica, sino que la consideran una víctima más del sistema demencial del neoliberalismo. Aunque ella va haciendo disparates cada vez mayores para sobrevivir nunca pierde nuestra simpatía como ser humano. Una buena defensa contra todos los que acusan al cineasta de maniqueo.

 Otro detalle interesante es el feminismo de la cinta. La chica tiene un hijo pero su entrega al trabajo le impide verlo mucho, criándose con su abuelo. Una crítica sobre lo difícil que tienen las mujeres hoy en día conciliar la vida laboral y familiar. No estaría de más que todos esos que tronan contra la disolución de la familia tradicional reflexionasen sobre como las condiciones socioeconómicas obligan a padres y a madres a trabajar para buscarse la vida. 

Loach cuenta esto con su estilo aparentemente descuidado habitual, pero que en fondo es riguroso. En un mundo libre… no se halla exento de errores, como ese habitual personaje bondadoso que mete el dúo en sus filmes como si no se atreviesen a pintarlo todo muy negro. Aquí le toca a un comprensivo inmigrante polaco, que como de costumbre resulta inverosímil en su candidez y que además tampoco juega un papel muy importante. Pero este handicap no desmerece en nada el resto del film, que sigue siendo una lúcida visión sobre un mundo que se nos escapa de las manos.


Estress navideño

febrero 28, 2008

Parking 2 es un título engañoso. En esta época donde la secuelas surgen como las setas tras la lluvia un espectador despistado puede pensar que se trata de la segunda parte de un film precedente. Pero no, el número del título indica en nivel del aparcamiento subterráneo donde transcurre gran parte de la acción.

En principio, es una clásica película de psicópata acosador de chica guapa, pero ofrece algo más. Puede que la explicación esté en que Alexandre Aja, uno de los nombres más interesantes del gore actual, autor del nada desdeñable remake de Las colinas tienen ojos, figura como productor de la cinta. La cosa va de una joven ejecutiva que vive entregada a su trabajo, incluso en Nochebuena. Una serie de cambios en unos contratos de última hora la tienen hasta tarde en su despacho. Al salir y coger el coche en el parking la secuestra el guardián del mismo, un psycho de manual que la ama en silencio y le da la fiestas. El enfrentamiento entre ambos marca la trama. 

Esta se halla rodada con agradable funcionalidad. No se abusa de la acción física y si del choque psicológico entre ambos. Pero hay apuntes que enriquecen la película, como la constatación de la soledad de la chica. Aunque parece socialmente integrada, más que su chiflado captor, una llamada a su familia que la espera para cenar demuestra que en el fondo puede desaparecer los días que haga falta. Nadie la echará de menos. Parking 2 no es una obra maestra, ni mucho menos, pero los amantes del género echarán un rato entretenido en una película que los trata de forma más adulta de lo que es habitual. Eso si, confirma algo que algunos intuimos cuando vimos a Wes Bentlley como el hijo del marine en American Beauty. Que ocultaba en su tierno físico un temible psicópata.


Política de aficionados

febrero 26, 2008

La guerra de Charlie Wilson es de estas películas que esconden una gran trampa. Se vende como un nuevo escalón en la cadena de filmes que progresivamente le están dando caña a la administración Bush, pero no es tan crítico el lobo como lo pintan. Parte de la culpa la tiene el guionista, Aarón Sorkin, un sujeto ideológicamente muy ambiguo. Sorkin escribió los libretos de Algunos hombres buenos y El presidente y miss Wade. El primero era una militarada sin concesiones, y el segundo dio pie a la obra maestra del guionista, la excelente serie El ala oeste de la Casa Blanca, creación suya y cuyas primeras temporadas escribió. Es un magnífico dialoguista y su acercamiento al poder no es nada destructivo. Más bien es lo que en América llaman un “demócrata Jeffersioniano”, rasgo que comparte con Michael Moore. Ninguno de los dos cuestiona el sistema, sino su perversión en manos de las élites actuales. Su idea es volver a los viejos tiempos de las asambleas y de la democracia más verdadera y menos tecnocrática. 

La película que nos ocupa es buena prueba de ello. La guerra de Charlie Wilson recupera una historia real, la del congresista por Texas del mismo nombre que se dedicaba a la buena vida sin preocuparse mucho de su labor legislativa hasta que se cruzó la invasión rusa de Afganistán. Impulsado por una ultraderechista millonaria amiga y ocasional amante consiguió que la CIA se tomase el tema en serio y multiplicase ad infinitum sus esfuerzos allí, dando armas y aprovisionamientos a los guerrilleros afganos hasta que consiguieron expulsar a los soviéticos de su país. La consecuencia es conocida. Se ganó la Guerra Fría pero quedaron miles de radicales islámicos armados y entrenados que acabaron convirtiéndose en la pesadilla de la América actual. Pero el guión no incide en esto ni cuestiona el derecho de Estados Unidos a librar sus guerras encubiertas. Más bien es una defensa del individualismo americano frente a la burocracia estatal. Mientras que los poderes oficiales no se tomaban en serio lo de Afganistán, Wilson, su amiga ultra y un pintoresco agente de la CIA que, oh sorpresa, se lleva mal con sus jefes acostumbrados a la política de despachos, lo arreglan todo.  

Visto desde ese punto de vista, es admirable. Pero no deja de ser inquietante que la política de Washington acabe en manos de una panda de aficionados. Que el filme no se cuestione esto ni la extraña alianza que incluye una multimillonaria ultraderechista y ultracatólica junto con un congresista más interesado en ligar que en legislar es sorprendente y daña mucho su presunto pedigrí liberal. Hay que hacer lo que hay que hacer en cada momento y no importa quien lo ejecute, parece ser el mensaje de la película. Hay dos escenas muy significativas. La primera cuando Wilson se conciencia tras una cinematográficamente manipuladora visita a un campo de refugiados afganos. Nadie ha parecido caer en que eso está ocurriendo ahora mismo en Irak. La segunda, cuando tras la derrota soviética, los planes del congresista para reconstruir Afganistán caen en saco roto. El papel de América no debe ser sólo guerrear, sino también ayudar. 

No obstante la película es interesante para públicos que no quieran calentarse mucho la cabeza con cuestiones políticas. Sorkin demuestra su habilidad para los diálogos, Mike Nichols, sí, el de El graduado, dirige con ritmo y los actores, en especial un divertidísimo Philip Seymour Hofffman, están muy bien. Pero uno sale con una excesiva sensación de que le han querido dar gato por liebre. Lo que queda claro es que en Estados Unidos hay una “tercera vía” que no reniega del papel imperial del país, sino que quiere que se ejerza con más dignidad y generosidad. ¿Votarán estos a Hillary, Obama o a McCain?.


La barbería de los horrores

febrero 26, 2008

En Tito Andrónico de Shakespeare, un auténtico catálogo de horrores pocas veces superados en su desesperanza vital –uno piensa en Quiero la cabeza de Alfredo García, la obra maestra de la negrura de Sam Peckimpah-, uno de los platos fuertes es el canibalismo indirecto. El vengativo protagonista de la obra, Tito, le da a comer a la instigadora de la violación y mutilación de su hija sus propios retoños bajo la forma de unas apetitosas empanadillas. Sweeney Todd, el musical de Stephen Sondheim que ha adaptado Tim Burton, tiene la misma idea. Para deshacerse de los cadáveres provocados por la vesania del barbero encarnado por Johnny Depp, su cómplice la señora Lovett los reconvierte en unas empanadas que se convierten en un éxito. El público que las devora no sabe su cruel secreto.            

Esta coincidencia entre el brillante compositor y el bardo de Strattford no parece casual. Tito Andrónico y Sweeney Todd están protagonizadas por hombres cuyo mundo se hunde debido a turbias conspiraciones y reaccionan con una venganza implacable que acaba destruyéndoles, al consagrar su vida a la muerte de una forma que cae en lo psicótico. A Sondheim le gustan los retos fuertes con obras polémicas. Tiene una, Assassins, sobre los cuatro magnicidas estadounidenses. En Sweeney Todd adaptó musicalmente la obra de Christopher Bond sobre un confuso personaje mitad histórico mitad leyenda, inscrito en el gótico británico con letras de oro. Es por cierto otro rasgo que une a Sondheim y a Shakespeare: ninguno usa argumentos originales y fagocita los de otros. Sweeney Todd es un brillante musical pero algo anticuado en su concepción. Temas como Pretty Women se han convertido en standards que han interpretado varios cantantes. Pero es muy escénico y no sigue la corriente moderna de canciones que comentan la trama o la hacen avanzar, como en Chicago por ejemplo. Es el clásico musical donde la acción se detiene para que los cantantes se luzcan. Eso hace que su adaptación cinematográfica se resienta.             T

Tim Burton tiene que luchar contra este handicap. Su versión empieza titubeante, dependiendo demasiado de la música. Otro problema es que la adaptación de los temas no es buena, ni en orquestación ni en cantantes. Depp, Bonham-Carter y Rickman recitan muchas veces, con lo que se pierde fuerza. La excepción la pone Sacha Baron Cohen, el antiguo Borat, que si le da a sus cantables la gracia necesaria. Pero el film va de menos a mas, tal vez relacionado con que la parte musical se elide en el último tramo, donde Burton toma las riendas. Y el resultado es sorprendente. Más de uno ha relacionado la imagen emblemática de Sweeney Todd, Johnny Depp con la navaja alargada, con Eduardo Manostijeras. Pero entre ambos títulos hay un mundo. Eduardo corta césped para ser admitido socialmente y el barbero de la calle Fleet rebana cuellos sin piedad. Mucho se ha perdido por el camino. No hay nada de la poesía gótica de Burton por ningún sitio, sino, volviendo a Tito Andrónico, una desesperanza y una negrura vital ausente hasta la fecha en el director. Sweeney Todd acaba siendo un film de horror (no de terror: de horror) sanguinoliento y de una crueldad moral desarmante.            

 La pregunta si como le pasa a muchos creadores al llegar a cierta edad la mirada de Burton se ha endurecido con la vida. El tiempo dirá si Sweeney Todd es una rara avis en su carrera o si va a ser para su filmografía lo que Psicosis significó para Hitchcock, el inicio de una radicalización temática y formal hacía los lados más oscuros de la existencia. Por de pronto ahí está. Acabaré con dos curiosidades. Una es la pedante que tiene que tener todo crítico de cine que se precie, pero no se si alguien ha reparado en la similitud entre el decorado donde Todd comete sus crímenes y la buhardilla donde Robert Mitchum victima a Shelley Winters en La noche del cazador. Hasta el gesto de alargar el brazo y mirar la navaja es similar. La segunda es una rareza de esas que el fascinante mundo de internet te permite. El caso es que bicheando en Youtube me he topado con un vídeo de la versión teatral catalana de Sweeney Todd que se hizo hace unos diez años con Constantino Romero y Vicky Peña.  Se lo dejo aquí. Si tienen algo de paciencia con la lengua de Maragall verán una excelente versión de Pretty Women.


Ambición desmesurada

febrero 25, 2008

Pozos de ambición hace honor a su título. Dos horas y media de cine ambicioso, pretencioso y con vocación totalitaria de machacar al espectador con la épica americana. Rodada en los mismos escenarios donde se filmó otra historia petrolera, Gigante, adapta la novela de Upton Sinclair, novelista social que es famoso por producirle a Eisenstein Que viva México, aunque por razones desconocidas le retiró el apoyo y dejó la película a medias. A lo mejor por los antecedentes del novelista Pozos de ambición tiene ese airecillo de película a lo Erich Von Stroheim en su naturalismo.

La historia nos cuenta el ascenso de un petrolero a primeros del siglo XX. Hombre hecho a si mismo, pasa de minero a magnate a base de tesón. Como todos estos, es un hombre cruel y despiadado, consigo mismo y con el mundo. Uno de sus problemas será el chocar con un joven predicador evangelista en el pueblo donde tiene su yacimiento más rico. Algunos han visto una metáfora del actual momento político americano, con la relación entre petroleros y cristianos radicales, pero no es el caso. Paul Thomas Anderson, el director de Magnolia, demuestra su ambición de crear historias complejas y sus limitaciones como guionista. Aunque no se trata de una trama coral, sino focalizada en Daniel Day-Lewis, auténtico pivote de la película, falla. No se sabe muy bien que quiere contar, si la relación con su hijo o con el joven evangelista. Bambolea entre ambos vectores sin decidirse por ninguno, lo que lleva a la película a un desarrollo vacilante. De hecho, el final parece decantarse porque la trama principal era la del predicador, pero llega demasiado tarde para soldar el film. Aunque lo chocante de este estupendo desenlace, todo lo contrario que la cacareada Juno, ayuda a dar la impresión de que las dos horas anteriores son mejores de lo que ofrecen en realidad. De hecho la trama del evangelista no ocupa tanto en el metraje como para darle el tratamiento estelar final. En cualquier caso, es una conclusión que salva a Pozos de ambición de ser una clásica historia de magnate cuyo ascenso social le lleva al fracaso personal.

Anderson muestra brillantes momentos de genio, pero estos se mezclan con algunos bastante flojos y con problemas de ritmo. Entre los primeros, ver como antes de invadir países musulmanes los petroleros americanos ya daban coba a su propio pueblo para poder extraer el oro negro. Entre los segundos, la alargada trama del hermano que de pronto aparece en la vida del minero, que se descubre muy funcional para propiciar determinado giro de la trama. Demasiado irregular como para levantar los delirios que Pozos de ambición ha despertado en ciertos sectores. Como siempre, Day-Lewis actúa al borde la apoplejía y además su personaje cojea, lo que le habrá ayudado a ganar su segundo Oscar.

Anderson, que consiguió el premio en Berlín como director, no es un mal cineasta, pero necesita un buen coguionista que le ayude a limar sus problemas de estructura y le centre en su megalomanía narrativa. Un poco más de humildad y puede ser un director a valorar en el futuro. Mientras, presenta demasiadas carencias como para ser considerado como a él le gustaría uno de los grandes.


Encerrado en la imaginación

febrero 25, 2008

Mi viaje a Pamplona y diversos compromisos me han tenido alejado del blog un par de semanas. En estos días ha pasado de todo, el estreno de filmes para los Oscars y la propia ceremonia, que nos ha dado la alegría de Bardem. Intentaré ponerme al día con los títulos que se han estrenado y que he visto recientemente. Empezaré por La escafandra y la mariposa, la película de Julian Schnabel, el hombre que consiguió la primera nominación para el actor madrileño. 

Supongo ya sabrán que trata de la increíble historia de Jean-Dominique Bauby, pijo redactor jefe de la revista Elle versión francesa cuya vida cambió radicalmente tras sufrir un infarto cerebral. De su agitada existencia llena de glamour y de sexo pasó a ser un vegetal que sólo podía parpadear con su ojo izquierdo. Lo malo es que su derrame fue del modo llamado médicamente “síndrome del cautiverio”. Como en aquel cuento de uno de los discípulos de Lovecraft, aunque su cuerpo estaba muerto su mente funcionaba perfectamente. Bauby usó su parpadeo para dictar un libro sobre su experiencia, La escafandra y su mariposa, un best seller sensible y humorístico. No queremos pensar que hubiese ocurrido si esta historia hubiese caído en manos de un tremendista de Hollywood. Se hubiese convertido en una película de superación personal a lo Una mente maravillosa seguramente más valorada cara a los Oscars. Tampoco es un drama pesimista como el que hizo Amenábar en Mar adentro. Schnabel aprovecha para hacer una defensa de la imaginación como alternativa vital. A Bauby sólo le queda escapar de su escafandra imaginando otros mundos. A pesar de su dureza, la película usa un estilo poético que demuestra que se puede hablar de determinados temas con dulzura. La forma de contarlo es estimulante. El principio del film está narrado desde el punto de vista de Bauby, con lo que ve desde su ojo sano. Así entramos en su perspectiva, tanto física como mental. Progresivamente, el espectro se amplía y ya vemos al enfermo desde fuera, llegando un momento donde se equilibran los dos puntos de vista. Así se llega a una completa visión de lo que significa sufrir el “síndrome del cautiverio”.  

Pero el verdadero punto de visto es interior. Bauby acaba sacando jugo a su limitado campo de visión, centrado en el hospital donde se trata, y haciendo poesía de ello. Schnabel hace valer su formación pictórica para dar una gran plasticidad a su filme. Pero hay algo más, una gran historia de amor y sacrificio, centrada en su ex esposa. Mientras la actual novia del periodista no comparece en el centro ni de casualidad, su antigua mujer está allí dando el callo aunque Bauby ni se cosca, obsesionado con su actual chica. Es excelente y cruel la escena en que la ex esposa tiene que hacer de intermediaria con la novia en una conversación telefónica, donde tiene que soportar una auténtica humillación. La encarna una sorprendente Emmanuelle Segnier, madura como mujer y como actriz, lejos de aquella agresiva chica que salía en las películas de su protector y amante Roman Polanski. Eso nos ayuda a distanciarnos algo de Bauby al descubrir que el hecho de estar enfermo no significa la perfección moral. Una ambigüedad que enriquece la película al alejarla de la hagiografía.             

Compleja y poética, consigue transmitir una extraña sensación de optimismo. Uno de los filmes más originales de los últimos tiempos, tanto en su formulación como en su sorprendente filosofía.


Invocar a ‘Pequeña Miss Sunhine’ en vano

febrero 12, 2008

Pequeña Miss Sunhine, Pequeña Miss Sunshine, cuantos crímenes se cometen en tu nombre. La gran sorpresa indie de hace dos años, en este caso merecida –aunque a sus dos autores sólo les ha valido para hacer Diario de una niñera– ha abierto una brecha en el cine americano. En el fondo, la película hablaba del reencuentro consigo misma de una disfuncional familia, un mensaje muy poco corrosivo. Pero el estilo con que lo hacía y su prodigioso guión la elevaban muy por encima de un telefilme de domingo tarde en Antena 3.

Viene esta introducción a cuento de Juno, que dos años después parece repetir la jugada. Escrita por una señora que atiende al gozoso nombre de Diablo Cody, antigua stripper y empleada de líneas eróticas, dirigida por Jason Reitman, autor de la sorpredente Gracias por fumar e hijo de Ivan, el director de Ghostbusters, también habla de disfuncionalidades. En concreto, la de una chica de 16 años que se queda embarazada y decide buscar a unos padres de adopción, que resultan ser unos yuppies demasiado perfectos. Al menos en apariencia. Esto y la entrada de Juno en la final de los Oscars, aspirando a los premios gordos, han invocado el espíritu de Pequeña Miss Sunshine, pero vista la película uno cree que en vano. El aclamado guión de Cody es más hábil que bueno. Carga todo el peso en su protagonista, una sorprendente Ellen Page, la niña de Hard Candy, capaz de darle la sorpresa a Julie Christie y quitarle el Oscar, con un personaje que a veces es cargante. Frente a ella, todos los demás actores son satélites, en algún caso demasiado desdibujados, como los padres de la chica, que uno cree merecen más cancha dada la situación. Lo peor, empero, es que Cody se hace trampa a si misma, pues no sabe rematar bien la historia. La relación entre la embarazada y los futuros padres se interrumpe bruscamente y la conclusión que saca la chica es decepcionante. Para finalizar la trama de una manera tan convencional no hacía falta montar el aparataje de una presunta comedia dramática transgresora.

Porque Juno es una película bastante conservadora, a pesar de sus apariencias. Antiabortista, defensora del rol supremo de la mujer como madre, apoyando que los chicos deben estar con sus chicas sin tonterías, etc. Uno cree que su único aspecto interesante ha sido un error del dúo Cody-Reitman. La niña parece muy madura tomando sus decisiones, pero en realidad muestra su inexperiencia de la vida y una gran inconsciencia, la de la juventud que no valora las consecuencias de sus acciones. Pero esto se debe más a un fallo en la caracterización del personaje que a una estrategia consciente, me temo. Sin embargo, tras ver Juno, uno piensa que tal vez pueda colar y dar la campanada en los confusos Oscar de este año.


Metafísica del mal

febrero 9, 2008

En el fondo, la novela No es país para viejos, de Cormac McCarthy, es bastante conservadora. Es una obra de anciano que añora los viejos tiempos donde el mal y el bien estaban mejor definidos. Esto no deja de ser una falacia, como recordar los veinte años de cada uno como una época maravillosa. La tortuosa historia del hombre sobre el planeta Tierra nos demuestra que si todo hubiese estado tan claro como parece en la memoria de McCarthy, otro gallo nos hubiese cantado. Otra cosa es que antaño la gente estuviese dispuesta a aceptar los valores imperantes sin rechistar, en vez de lo que ocurre en estos descreídos tiempos. Es por ello que en el libro son tan importantes los monólogos del sheriff Bell, un viejo vaquero en la sesentena que no entiende nada de la violencia que se desencadena en su jurisdicción cuando un grupo de narcos empieza a matarse. Y cuando uno de sus convecinos cede a la codicia al encontrar una cartera llena de dinero, empezando una persecución implacable.

Los Coen son más jóvenes que el prestigioso y huraño escritor norteamericano y no les interesa tanto la nostalgia. Tal vez por ello el sheriff Bell sea el gran perjudicado de su adaptación. Ellos ponen el punto de gravedad de No es país para viejos en lo que les interesa, los aspectos en los que el libro se une a sus mejores obras. Tras las fallidas y más bien preocupantes Crueldad intolerable y The Ladykillers los hermanos aprovechan la oportunidad para recuperar la violencia rural de Fargo y de su impactante debut hace ya casi un cuarto de siglo, Sangre fácil. De nuevo tenemos a paletos jugando con fuego pasándose de listos y una presencia del azar que lo descoloca todo. He aquí porque los Coen le dan tanta cancha al personaje central de la historia, Anton Chigurh.

Además de poderle dar el Oscar a Bardem, que tras El amor en los tiempos del cólera demuestra que se le dan mejor los papeles sombríos que los líricos, Chigurh es un ser metafórico. Un asesino nato, que se dedica a ello 24 horas del día, como un auténtico robot de la destrucción. Uno, aunque la comparación suene a escandalosa, le recuerda al Terminator en su carencia de objetivos más allá de los profesionales, en su implacabilidad y en su ausencia de vida cotidiana. Nunca le vemos comer ni hacer nada parecido. Sólo consagrarse a su misión de destrucción. Es una metáfora del mal, de ese mal que entra en nuestras vidas cuando menos lo esperamos y que tal como llega desaparece, aunque dejando sus secuelas. El sheriff Bell lo explica en la novela en un magnífico monólogo que por desgracia los Coen han desechado. Javier Bardem es consciente de ello y le da a su interpretación el amenazante tono de un ángel de la muerte. Las únicas veces que habla es para mostrarnos su peculiar filosofía, que es la de la historia. Todo es azaroso y puede depender de una moneda. Más que un psicópata, Chigurh es un nihilista que pone al hombre en su lugar de cascarón de nuez frente a las fuerzas desatadas del universo.

Ante esto, el resto de los personajes palidecen un tanto, aunque la interpretación de todos ellos es de categoría, en especial la del gran Tommy Lee Jones como Bell y la del ascendente Josh Brolin como el paleto cuya avaricia desata todo. Los Coen cuentan toda esta trama de persecuciones por los campos y moteles de Texas con el frío ritmo de un escalpelo y con toda la crueldad de la novela de McCarthy, en la que es su mejor película en años. Pero este Alcancero es puñetero, que se le va a hacer, me dibujaron así, y no deja de inquietarle que una de las parejas más creativas del cine americano reciente tenga que pegarse tanto a un trama ajena. Tras sus dos filmes anteriores, habrá que preguntarse si la vieja creatividad de los hermanos está atascada y necesitan fuentes externas. El tiempo lo dirá.


Amor, sexo y moral

febrero 7, 2008

Irina Palm es una muy grata sorpresa, una película humana sin ser empalagosa y original a pesar de que transita un terreno que podía ser muy trillado, pero el film esquiva todos los riesgos. Su planteamiento es el de un melodrama: ante la desesperada necesidad de dinero que una modesta familia necesita para que un niño pueda ir a Australia a salvar su vida mediante un novedoso tratamiento, su abuela acude a un anuncio que no es lo que parece. Pues su trabajo consiste en masturbar a clientes anónimos en un negocio de sexo, que mezcla venta de DVD con strippers y todos sus atributos.  Es una viuda de mediana edad poco atractiva –maravillosamente encarnada por la cantante Marianne Faithfull- pero tiene que vencer sus reticencias, aunque acaba cogiéndole el gusto al tema.

Varias tramas se derivan de aquí. Primero el nada moralista retrato de las profesionales del sexo. La película habla de ello sin moralina y sin morbo. Segundo, el que una tarea a priori tan sórdida puede ser valida para que una mujer se encuentre a si misma y deje detrás una vida de dependencia. Tercero, hay un curioso debate moral. Irina Palm, pues ese el nombre artístico que adopta la mujer, es más noble en su prohibido trabajo que el entorno que lo rodea. Sus comadres, auténticas serpientes de barrio –encabezadas por una madura Jenny Agutter, la chica de La fuga de Logan y Un hombre lobo americano en Londres– son peores que las que se ganan la vida con su cuerpo. El propio hijo de Irina, al enterarse de las actividades de su madre, quiere rehusar el dinero que ha ganado para su niño enfermo, prefiriendo la moral a salvar a su crío. Cuarto, la falta de oportunidades laborales que la sociedad da a los cincuentones hace que tenga que convertirse en pajillera. Y, sobre todo, hay una hermosa historia de amor entre ella y el dueño del garito donde trabaja, muy bien interpretado también por Miki Manojlovic. Como toda la película, esta se desarrolla de forma suave y sin que los mismos protagonistas se den cuenta de lo que está ocurriendo. Un ejemplo del elegante estilo de este refrescante y encantador film.