La imperial Cyd

junio 18, 2008

Algún veterano crítico de cine, más conocido hoy en día por sus exabruptos radiofónicos que por sus amplios conocimientos, decía que en sus tiempos la conocían como “La imperial Cyd”. También confesaba que en los duros años 50 los chicos españoles iban a los musicales porqué allí se veían piernas (aunque como decía aquel aburrido productor de La calle 42, después de varias semanas es una pierna que sube y que baja). Desde ese punto de vista la recién fallecida Cyd Charisse recién fallecida, no defraudaba. Unas largas extremidades capaces de enrollarse como las de una serpiente. Pero su muerte nos retrotrae a una época del cine desparecida para siempre. La de los grandes musicales de la Metro, lujo y technicolor a toda pantalla. Alcancero tuvo hace años la oportunidad de ver The Band Wagon en una sala y la experiencia fue alucinante.

 

            Cyd Charisse sufrió el fin de la era dorada del musical. No era buena actriz, y no supo reciclarse. No cantaba y solía doblarla Marnie Nixon, la misma que cantaba con la cara de Audrey Hepburn en My Fair Lady. Pero toda su sosería se transformaba cuando bailaba, combinando letalmente arte y erotismo. Suya era la interminable pierna que frenaba a Gene Kelly en el número onírico de Cantando bajo la lluvia. Y ahí están sus dúos con Fred Astaire en la citada The Band Wagon o La bella de Moscú, donde tuvo otro de sus más recordados momentos cuando en solitario danzaba con gracia infinita cambiando sus ropas de institutriz soviética por lencería fina occidental. Pero fue el gran Nicholas Ray el que supo aprovechar esta esquizofrenia de Cyd Charisse, leona cuando bailaba, modosita cuando no, en la magistral Chicago, años 30. Su mejor película y su mejor papel. Su fallecimiento deja huérfano de recuerdos a una era que nunca volverá.


El mejor compañero de viaje

junio 18, 2008

Stan Winston hizo alguna película como director, pero su destino era ser el mejor compañero de alguno de los más populares cineastas de los últimos años. Sin él no se entendería el giro que el cine americano dio en los 70 y 80 hacía la espectacularidad y la tecnocracia. Winston era el heredero de Ray Harryhausen, ese genio de las maquetas, pero al mismo tiempo contribuyó a matar esa herencia. Gracias al talento del recién fallecido técnico de efectos especiales, las entrañables películas de Harryhausen parecen auténticamente naif a las nuevas generaciones.

 

            En este estilo empezó Stan Winston, hasta que descubrió el potencial de los ordenadores y pasó a crear los increíbles efectos de Aliens y las dos películas que cambiarían para siempre la recreación en mundos virtuales en cine, Terminator 2 y Parque Jurásico. Muchos de los que vendrían tras él usarían sus técnicas de forma mecánica, pero él las dotaba de trabajada belleza. Recuérdese el inquietante ojo del tiranosaurio cuando le caía encima la luz de la linterna. O esa virguería del rostro del asombrado piloto del helicóptero reflejado en el metal líquido del T-1000 en la secuela de Terminator, cuyos efectos también realizó.

 

            Así, este hombre que fracasó como cómico de sala y actor antes de encontrar su verdadero camino, fue crucial para una época del cine americano donde se conquistaron mundos imposibles. También de una infantilización de la que ahora parece estar escapando, pero esa es otra historia. Sea como fuere, Stan Winston fue en gran parte el responsable de que una generación que ahora está por los cuarenta se enganchase al cine hace dos décadas. Cuatro Oscars avalan la importancia que tuvo para la industria.

 

(Publicado en Diario de Cádiz el 18 de junio)


Rebelión natural

junio 17, 2008

¿Vive Shyamalan de las rentas de El sexto sentido? Mal que le pese, casi diez años después de su famosa historia de fantasmas hay que colegir que algo sí. Al director hindú cada vez le gustó más la trampa narrativa y no supo encontrar el milagroso equilibrio entre ella y la genuina sorpresa que recorría El sexto sentido. Lo peor es que a su éxito más rotundo siguió un creciente conservadurismo que llegó a lo puramente reaccionario en Señales, con su terrible –y no por los extraterrestres- plano final. Parece que lo que le interesaba era enderezar familias en peligro a los que las catástrofes que acaecían sobre ellos las llevaba a redescubrirse.

 

            No obstante, la hermosa fábula La joven del agua parecía marcar un nuevo camino, ya que volvía el narrador elegante. El problema es que la vendieron como un film de terror puro y duro –ahí estaba su engañoso trailer- cuando no lo era en absoluto, con lo que muchos se desengañaron al verla. Lo malo es que Shyamalan no ha aprovechado el giro y ofrece más de lo mismo en su nuevo film, El incidente. De nuevo una tragedia cae sobre un matrimonio que no lo tiene nada claro, y donde ella es una infiel. Parece que la naturaleza se ha hartado del expolio al que le sometemos los humanos y empieza a extinguirnos, emitiendo una toxina que provoca suicidios. Shyamalan disimula que en el fondo la historia no tiene mucha entidad con su efectivo estilo. Evita los sustos fáciles –de nuevo los trailers son engañosos- y rueda las muertes con elegancia, sin recrearse en exceso, salvo en dos prescindibles momentos. Pero no se puede ocultar que en fondo es un rutinario film de catástrofes con pretensiones. Eso sí, el conservadurismo del director aparece sin recato. El viento que esparce las toxinas puede ser el aliento de  Dios como en el Antiguo Testamento y otra vez una pareja en crisis se arregla gracias a ello. Tal vez por ello son respetados por la desatada naturaleza, no como ese matrimonio que se separa y por ellos muere. Es una sublevación de las plantas muy moralista.

 

            Hay una parte interesante en la película, cuando deambulan sin rumbo intentando huir de la rebelión natural y se topan con una serie de peligrosos freakies de la América profunda. Una metáfora del caos social que puede vivir parte de la sociedad estadounidense actual cuando el miedo se apodera de ella. Pero es muy poco teniendo reciente la estupenda La niebla de Stephen King que incidía en ello de forma muy efectiva. El incidente se va perdiendo en lo que en realidad es una película bastante topica, incluyendo el profesor de naturales que es capaz de ir deduciendo sobre el terreno lo que está ocurriendo por ciencia infusa. Y el final es digno de los filmes baratos de ciencia ficción. Una película que ofrece mucho menos de lo que aparenta su trascendente estilo.


Pobres viejos

junio 15, 2008

El verdadero tema de La familia Savages no es la descomposición familiar, sino la decadencia y la vejez. Aparentemente nos encontramos ante una trama de dos hijos cuarentones víctimas de un padre terrible que se halla a las puertas de la muerte. Demente senil, es expulsado de la urbanización donde vive, uno de estos auténticos ghettos de clase media que se han puesto de moda. De este apartadero pasamos a otros, las residencias para ancianos donde las sonrisas y las terapias no ocultan que son almacenes donde poner a unos ciudadanos que estorban en este mundo nuestro tan tecnificado. Podemos tener internet y GPS en el móvil, pero no sabemos que hacer con nuestros ancianos cuando dejan de ser productivos y se comen nuestras rentas para seguir invirtiendo en tecnología.

 

            En esos asistentes sociales que no quieren recoger la mierda de los ancianos, en esas residencias que no admiten a nadie a partir de las cinco, en esas habitaciones donde roban cosas sin que el personal se cosque está el verdadero mensaje de la película, bastante áspero. Los detalles de comedia indie no ocultan la amargura del argumento. Cuando uno de los hermanos se enfrenta a un muerte preguntando “¿Y eso es todo?” la angustia llega a su paroxismo. Junto a este sombrío panorama, las tensiones entre los dos protagonistas casi se diluyen. Hijos de este padre terrible que se les apaga, tienen demasiados reproches que hacerle a él y entre si. Lo que ocurre es que Tamara Jenkins, guionista y directora de este film, no hace nada para que los dos hermanos nos caigan simpáticos. Nos lo presenta como dos egoístas irredentos que seguramente usan su complicada infancia como excusa para su fracaso vital que deriva de sus débiles personalidades. El final es un poco engañoso. Aunque entra un poco de luz, se sobreentiende que ellos van a seguir a la suya. No existe nada de maduración personal ni evolución. Cada uno se queda como estaba.

 

            Este áspero pero interesante film no será muy popular, al faltar asideros emocionales para que los espectadores se agarren. Pero a su modo es una película arriesgada que demuestra que con materiales moralmente innobles se puede hacer buen cine que ahonde con inteligencia en los males de nuestra sociedad.


Los tiempos están retrocediendo

junio 7, 2008

¿Qué opinará Michael Moore de La edad dela ignorancia cuando vea como su admirado Canadá, al que contrapone como modelo a la locura estadounidense en sus documentales, es un caos en este film de Denys Arcand? El presunto paraíso es en realidad un sitio con una burocracia inhumana, con un sistema sanitario desastroso y con un grado de incomunicación y competitividad que no tiene nada que envidiar al resto del mundo posindustrial. 

            Arcand cierra con esta película una inconfesa trilogía que inició hace 22 años con El declive del imperio americano y siguió con la soberbia Las invasiones bárbaras. En ellos hace una crítica de la generación progre, la que iba a cambiar el mundo en los 60 y sólo trajo a la larga el neoliberalismo salvaje, convirtiéndose en víctimas y verdugos. En la primera de la serie veíamos a un grupo de personajes atrapados en sus contradicciones. En la segunda, cómo el paso del tiempo les había afectado y se reunían para despedir a uno de ellos que se moría de cáncer. En su adiós y en su autoeutanasia se ennegrecía el discurso. En La edad de la ignorancia seguimos a un superviviente de esa generación. Tal vez envidie al que murió, pues su vida está completamente carente de atractivos.

 

            Pero hay mucho más que una desencantada crónica generacional en esta trilogía. Si seguimos sus títulos, vemos una nada inocente e irónica reflexión histórica. Al igual que la caída del imperio romano dio lugar al oscurantismo de la Edad Media, así nosotros estamos entrando en otra era similar. La película contrapone las fantasías del protagonista para evadirse de su triste realidad con el absurdo de un mundo tecnificado pero insensible. No obstante, este es el punto más débil la cinta. No añade nada a otras historias de corte similar. Pero es más efectivo el choque entre la insensibilidad de la administración frente a las tonterías New Age. Puede que estos funcionarios hagan feng-shui y motivación, pero luego no pueden dar respuestas a sus usuarios y a veces toman decisiones inhumanas. Como a esa víctima de un accidente a la que hacen pagar una farola que rompió en su desgracia.

 

            Es por ello que la mejor secuencia es la del torneo medieval, mitad fantasía de unos pocos mitad fiesta gótica para unos descerebrados. En ese policía que se transmuta de fraile en la mascarada y porta un discurso fascista está la caña de la película. Estamos en un mundo donde la tecnología no esconde que entramos en una nueva Edad Media donde la razón está marginada y el integrismo con visos de cruzada toma el mando. Ya hemos visto en la triste labor de este funcionario el fracaso del estado liberal y éste se halla desmantelado y las grandes corporaciones trasnacionales toman el lugar de los señores feudales.

 

            Arcand cuenta esto con su habitual humor dolorido. La pena es que La edad de la ignorancia tiene los fallos dichos de las fantasías y un final excesivamente largo y poco convincente, donde se defiende la vuelta a los orígenes comunales ante tanto caos. Pero a pesar de estos handicaps es un film inteligente y con los suficientes momentos álgidos como para justificar su visionado. No es el menor de ellos la aparición del cantante de moda, Rufus Wainwright.

 


Terror en el hipermercado

junio 3, 2008

En una célebre escena de Los pájaros, una despeinada Tippi Hedren se refugiaba en un restaurante tras un ataque de las levantiscas aves. Allí tenía lugar un inquietante diálogo entre varias personas desconcertadas ante lo que esta pasando en su antaño apacible pueblo. Entre ellas una señora ultraderechista que pone los vellos de punta con su interpretación de la sublevación de los pájaros. Es la escena clave de la película, la que demuestra la intención del maestro Hitchcock en esta desoladora obra maestra. La separación humana y como las catástrofes lejos de unir disocian y sacan las diferencias.

             La niebla de Stephen King, llamada así tanto por el reclamo del escritor de Maine como, suponemos, evitar comparaciones con La niebla de John Carpenter, es como una versión corregida y aumentada de esta secuencia hitchcockiana. Como el genio londinense, Frank Darabont usa el terror como metáfora social. Y como tal la película no tiene desperdicio. Una extraña niebla que esconde inenarrados monstruos se apodera de un pequeño pueblo, dejando a un grupo de gente atrapada en un supermercado. Pronto queda claro que el principal problema no es lo que acecha entre las bajas nubes, sino como diría Sartre, que el infierno son los otros para con los demás. El grupo tiene que sobrevivirse a si mismo antes que los engendros que les rodean en la oscuridad.

 

            Es la tercera vez que Darabont adapta a King (la cuarta en realidad si añadimos un cortometraje hecho en sus años juveniles) y parece que su mirada se ha agriado. Cadena perpetua era una hermosa fábula sobre la libertad y La milla verde, a pesar de la dureza de la pena de muerte, dejaba entrar lo maravilloso. Luego, ya sin las muletas de King, hizo The Majestic, un inmerecido fracaso que demostraba lo difícil que es en este principio de tercer milenio que la gente se trague historias a lo Frank Capra. Tal vez por ello ha oscurecido su mundo. A esto se une que La niebla es un relato largo –o novela corta, que nunca me aclaro con esto- de 1980, la mejor época de King antes de convertirse en una churrería del terror, cuando era capaz de hacer obras que eran amargos reflexiones sobre la sociedad americana, como El resplandor. Darabont es fiel a ello. Su amarga fábula social tiene los elementos justos del cine de terror viscoso y algo gore para justificar el género, incluyendo una innecesaria alusión a la saga de Alien. Pero lo que importa es ver a este grupo de egoístas pensando sólo en salvarse a si mismos. La mujer a la que nadie va a ayudar cuando decide buscar a sus hijos. Los chulitos que cuando estalla el horror son incapaces de hacer nada. Y sobre todo, esa fanática religiosa que aprovecha la crisis para hacer adeptos. Veo innecesario recalcar lo que significa hoy en día hablar en un film estadounidense de gente asustada ante amenazas innominadas que cae en manos de una dictadura religiosa.

 

            Por si quedaba alguna duda de que Darabont no va a hacer concesiones se nos reserva un final insólito en una película comercial americana de hoy en día. Si en Los pájaros los protagonistas se perdían en la nada rodeados de aves aquí hay un desenlace de una contundencia tal que nos deja claro que lo que hemos visto era definitivamente un cuento cruel sobre una crisis social.