Salamanca capital mundial

En el punto de mira es un gozoso disparate. No sabemos cuanto habrá pagado el ayuntamiento de Salamanca para que los productores rueden allí y saquen a la ciudad lo máximo posible, pero los desinformados que vean la cinta allende nuestras fronteras pueden sacar algunas conclusiones muy equivocadas. Como que los españoles hablan con acento mexicano, como que hay en nuestro país terroristas islámicos con inequívoca pinta árabe pero con nombres hispanos y que el alcalde de la ciudad universitaria parece un cacique sudamericano. De nuevo el meeting polt que mezcla nacionalidades sin cuento. Sólo hay un actor patrio, Eduardo Noriega, frente a latinos que hacen de compatriotas nuestros. Igual es una secuela tardía de la retirada de tropas de Irak hace cuatro años y nos confunden con los islamistas de forma torticera. 

Independientemente de esto, el film naufraga por otros sitios. No sabemos quien fue el genio que decidió que la Plaza Mayor de Salamanca, una auténtica ratonera, sea el escenario de una cumbre mundial de líderes para arreglar lo del terrorismo. Pero no parece que una ciudad de provincias, por mucha solera que tenga, sea el lugar ideal para un encuentro de estas características. En el punto de mira invoca en vano a Rashomon, de Kurosawa, con su fragmentación de una historia desde varios puntos de vista. Pero no hay un enfoque moral como en la magistral película japonesa, que iba sobre lo difícil que es establecer la verdad, sino puro artificio para jugar mediocremente con el suspense. Se sigue a una serie de personajes que asisten al anuncio que el presidente USA va a hacer tras la cumbre cuando es alcanzado por un francotirador. Al llegar al momento decisivo del atentado se vuelve atrás –el efecto del rebobinado cada vez llega a ser cansino- y se empieza de nuevo con otro personaje, que va completando el puzzle. Esta estructura nos guarda una sorpresita a mitad del metraje y permite que todos los implicados estén presentes en el desenlace de la trama. En realidad el film sería menos efectivo narrado cronológicamente, pues descubriríamos los diversos trucos antes de tiempo.

Aunque al principio tiene su gracia, En el punto de mira va deslizándose progresivamente por lo inverosímil y por el thriller moderno en el sentido de aumentar la espectacularidad a costa de la credibilidad de la historia, que tiene bastantes puntos débiles. No sabemos nunca quienes son los malos, si terroristas radicales que no quieren arreglar las cosas o sectores del gobierno USA que tampoco quieren la paz. Hay errores garrafales, como esa bomba que entra en la plaza cuando hemos visto las brutales medidas de seguridad que afectan incluso a la policía. El personaje de Eduardo Noriega, miembro del  Cuerpo Nacional de Policía que escolta al alcalde (cualquier espectador medianamente informado sabe que la policía nacional no se dedica a escoltar alcaldes) se dedica a vaguear por la plaza arreglando sus asuntos amorosos sin cumplir su misión. Como estos hay cientos de detalles que dañan la trama. Baste decir ese increíble acto de compasión final que tienen unos terroristas a los que hemos visto todo el film matar sin piedad.

Es una lástima que dirija este caos Pete Travis, que se dio a conocer hace cuatro años con la magnífica Omagh. Uno cree que ha intentando imitar a su paisano Paul Greengraas e intentar hacer una película de Bourne, pero la efectividad técnica que muestra no compensa un guión tan errático. Y da grima ver a dos magníficos actores como William Hurt y Sigourney Weaver en una película tan alejada de su talento. Una última reflexión. ¿Qué opinará Basilio Martín Patino, salmantino de pro, de esta profanación de su ciudad?

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