Historias extraordinarias

febrero 10, 2009

benjaminEste año las candidaturas a los Oscar en el apartado de director son de lo más curiosas. Junto a un funcionario de los estudios de toda la vida como Ron Howard, y la habitual nota británica que pone Stephen Daldry, figuran tres cineastas que se pasan la vida entrando y saliendo del sistema de Hollywood según les conviene. El más radical es Gus Van Sant, que puede pasar de hacer un film tan extremo como Elephant al pasteleo de Mi nombre es Harvey Milk. Danny Boyle nunca verá recompensada su excelente Millones, olvidado film que demuestra que el macarra director que siempre pone las bandas de sonido con más decibelios de la cuenta (como los gritos de los infectados en 28 días después y las emanaciones solares en Sunshine) es más de lo que muchos creen. Y David Fincher, el juguetón director que parecía no tomar demasiado en serio su gran talento hasta Zodiac, una de las películas americanas de la década, extraordinaria crónica criminal que hablaba mejor que muchos filmes del espíritu de la paranoia estadounidense actual. Sin embargo, parece que tras este hito Fincher ha decidido “gusvansantnizarse” y acercarse a las mieles de Hollywood, desactivando todo su potencial.

El resultado ha sido El curioso caso de Benjamin Button, una de estas películas que tienen un “gran concepto” que vender a los productores que van a pagarla y a los espectadores que van a verla. En este caso, un hombre que nace al revés y que va rejuveneciendo mientras los demás se encaminan al geriátrico. Uno cree que el verdadero cerebro de esta operación es el guionista Eric Roth más que el propio Fincher, pues su historia, que adapta más que libremente un cuento de Scott Fitzgerald, se parece demasiado a otro exitoso libreto suyo, Forrest Gump. Aquí también tenemos a un personaje extraordinario que cruza por el mundo mientras lucha por un gran amor. Como Tom Hanks, es un sujeto esencialmente bueno, y que parece no enterarse de nada de lo que le pasa. A esta sensación ayuda un Brad Pitt más bien hierático todo el metraje. El curioso caso de Benjamin Button está llena de problemas. Para empezar, si uno se toma la molestia de reconstruir esta narración pensado que el protagonista es igual que los demás seres humanos en su devenir temporal se dará cuenta de que funciona perfectamente. Al fin y al cabo, al derecho y al revés siempre nos pasa lo mismo. Con lo que el “gran concepto” se queda mismamente en eso, sin mucha operatividad narrativa. El buscarle como excusa el cuentecito del relojero del principio, por otra parte la mejor historia del film, es marear la perdiz.

Y como Forrest Gump, Benjamin vive aventuras que bien mirado son bastante gratuitas y que sirven para buscar una épica inexistente. El que el verdadero film empiece cuando queda media hora escasa en un metraje de 165 minutos es grave. La historia se enerva cuando Benjamin y Daisy al fin consuman su amor marcado por la anormalidad de él, pero hasta entonces era un puro aburrimiento. Fincher se pone solemne pero no puede tapar un guión lleno de detalles que en realidad no aportan nada pero dan el pego como el clásico film de “gran historia”, como si la acumulación de gratuidades significara algo y la brillantez de la fotografía bastara para dar empaque. Uno entiende que Fincher quiera reconciliarse con la industria tras los problemas que tuvo con ella en Zodiac, pero esta pachanga narrativa es muy decepcionante tras la incisiva brillantez de su anterior film. Empero, lo más extraño es que en sus 13 candidaturas a los Oscar no figure la especialista en nominaciones Cate Blanchett, cuando ella y su doliente personaje es lo mejor de la larguísima función.


Dudoso material

febrero 10, 2009

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Lo más curioso de La duda es que nadie haga referencia al gran acontecimiento eclesial que tenía lugar en el año donde tiene lugar la acción, como era el Concilio Vaticano II. Resulta un tanto chocante que John Patrick Shanley, el guionista y director del film, en el que adapta su propio Pulitzer de teatro, lo ignore, pues su choque entre una monja decimonónica y un dicharachero sacerdote parece apropiado para ese momento histórico. En 1964, en unos Estados Unidos marcados por el reciente magnicidio de JFK, la hermana Aloysius, que forma parte del claustro de un colegio neoyorquino, ve con malos ojos las simpatías de un nuevo sacerdote con aires renovadores. Tanto, que su decimonónico sentido del deber aprovecha las simpatías que el pater tiene con el primer alumno negro de la escuela para montar una campaña de difamación y quitárselo de encima, insinuando que sus favores hacía el chiquillo son de los que años más tarde sacudieron las diócesis estadounidenses amargando los últimos años del Papa Wojtyla.

 

            Y es que La duda parece hablar del choque entre renovación y tradición en el seno de la Iglesia Católica, pero esta impresión es engañosa. El texto –pues a pesar de sus “aireaciones” el film no puede negar que viene de la escena- es de los que es más aparente que bueno, pues buscando la sorpresa se hace la picha un lío. Al principio, parece que el padre Flynn es el héroe de la historia y su enemiga un mal bicho, lleno de prejuicios y resentimiento, pero al final la función cambia de villano. No sé si Shanley se da cuenta –o es su confeso propósito-, pero al final los métodos difamatorios de la hermana Aloysius quedan justificados, lo que no deja de ser chocante. Tampoco parece ser capaz de meterse a fondo en el tema de la pederastia eclesial, incluso casi disculpándola. Ahí está la madre del chico confesando a la inquisitorial monja el pasado de su hijo y mirando por encima del hombro lo que presuntamente hace Flynn. Uno cree que La duda  es la típica historia donde su autor intenta epatar al burgués y se retuerce hacía unos parámetros que atentan contra ella misma. Pero da el cuelo como la clásica obra que espectadores desinformados pueden ver como “fuerte” cuando no es más que una trampa para elefantes.

 

            Shanley, en el que es su segundo film tras realizar en 1990 Joe contra el volcán –que le dejaría tan merecido mal recuerdo que ha tardado dos décadas en repetir experiencia-, sabe que para esta historia necesita actores de raza. La operación le ha salido bien, pues cuatro de sus intérpretes aspiran a Oscar el próximo 22 de febrero. Pero los resultados artísticos son irregulares. Philip Seymour Hoffman vuelve a mostrar su habilidad de darle a sus personajes ese punto taimado que los hace tan inquietantes, pero Meryl Streep nos vuelve a obsequiar con una de sus insoportables interpretaciones, gastando en sus clásicos aspavientos la fuerza de una monja que necesitaría más reconcentración. Mejor paradas quedan la ascendente Amy Adams –nuestra mejor esperanza para evitar el penélopazo en los Oscar- y Viola Davis, la madre del chico cuyas revelaciones dejan fuera de juego a la hermana Aloysius, que pensaba se las sabía todas. Entre todos ellos y ellas, uno se queda con Adams y su hermana James, donde la ambigüedad de que carece en realidad el resto de La duda queda más clara. Es como un campo de batalla moral en el que Dios y el Diablo dirimen sus diferencias e intentan arrastrarla a su causa. Claro que esta joven monjita es de estas santas pavas que tienen las pasmosa habilidad de dejar caer siempre lo más inadecuado en el sitio más adecuado. Un último apunte: La duda no es tan original como pretende. Lilian Hellman ya contó en teatro una historia parecida en La calumnia que fue llevada al cine dos veces por William Wyler. La segunda, en 1962 con Audrey Hepburn y Shirley MacLaine.


Estampas goyescas

febrero 2, 2009

goyas1 – EL AMIGO AMERICANO: La Academia tenía hasta hace poco su gran coco al que verter sus quejas en el monopolio de la distribución que tenían las majors de Hollywood. Este sigue tan agresivo como siempre, pero ahora el Satanás se llama piratería informática. Tanto se ha relajado el frente californiano que anoche premiaron a dos papeles más propios de los Oscars que de los Goya. A pesar de sus dineros patrios, Vicky Cristina Barcelona y Che el argentino son de españolidad más que dudosa. La Academia debería ser más consecuente consigo misma y dar cancha a productos nacionales que necesiten de verdad el escaparate y puedan competir con esas grandes producciones que las siguen echando de los cines. Esto es más importante que la calidad o no de la gala y otras zarandajas de las que se hablará hoy para defender el difícil estado del cine español.

 

2 – EL SECUESTRO DE PE: En estos tristes tiempos el glamour vence sobre el conocimiento. La gala de anoche la secuestrará ella, que tiene a los fotógrafos y redactores del corazón embelesados y su más bien triste victoria lo dominará todo, vendida como unas primarias del Oscar que probablemente –Kate Winslet, donde estás cuando más te necesitamos- se llevará en dos semanas. Podía haber sido el triunfo de la impostación, de los paseos estudiadísimos hasta el escenario en plan top model, de los discursos calculados citando oportunistamente –y sin saberse a santo de que- a Azcona y Fernán-Gómez. Afortunadamente…

 

3 – EL TRIUNFO DE LA EMOCIÓN: …estaban allí los de Camino para compensar con su verdad. La veterana Carme Elías puso la nota de sinceridad al reconocer que en este oficio –y en la vida cotidiana- el que aguanta es el que gana. Nerea Camacho las lágrimas.  Y Fesser y sus productores la convicción del trabajo bien hecho y del riesgo inteligente, sacando adelante una prodigiosa película en un país donde los cachorros de San Josemari están muy bien posicionados. Con esta victoria la Academia compensó de lo de Pe y lo de Buenicio, que diría la amiga hermanastra.

 

4 – LA CEREMONIA: Carmen Machi no hizo olvidar al gran Corbacho, que en su breve aparición improvisó el chiste de la noche (“Woody Allen y yo tenemos algo en común: sólo nos nominan a las actrices secundarias”, en alusión al fracaso en las nominaciones de su segunda película, Cobardes). Demasiado envarada y apegada a recitar el guión. Se compensó con los sketches de los genios albaceteños de Muchachada Nui, que podían ser una opción para próximos años. De ellos tuvo que ser la gracieta de hacer del casposo de  Jesús Franco un paladín de la libertad.

 

5 – EL TÍO JESS: El Goya de Honor a este estajanovista del cine fue un triunfo del frikismo en toda regla, aunque el vídeo previo hacía dudar de su profesionalidad con antiguos colaboradores poniendo de relieve sus antimétodos de rodaje. Otra putadita fue que lo introdujera Santiago Segura, su confeso discípulo, como si sólo el creador de Torrente fuese en esa Academia digno de él. Algún perverso, con su defensa de que su cine molestó al Vaticano, intentaba hacer una línea entre el tío Jess y Camino, que tampoco debe contentar mucho a la SS (Santa Sede, se entiende).

 

6 – INMIGRACIÓN Y RAP: La segunda triunfadora de la noche fue El truco del manco, que cubrió varios frentes. El meter el rap en la gala, dar un empujón a la vida de superación de El Langui y dejar caer una reflexión. El director del film, Santiago A. Zannou, es hijo de un inmigrante africano que estaba en la gala viendo el triunfo de su hijo. Parece que la generación de los que vinieron aquí buscando un futuro mejor empieza a dar sus frutos en el arte.

 

7 – SADISMO: Algo de esto debe de haber cuando se nomina a un film a quince galardones y sólo se lleva uno. La cara de Daniel Arévalo cuando su libidinoso diácono de Los girasoles ciegos perdió ante Benicio del Toro, que entró en el escenario como el Che en Santa Clara, queda para las antologías.

 

8 – HERMOSOS Y MALDITOS: Todos y todas muy guapos, aunque a Paz Vega su vestido debió dárselo Frank Miller de los descartes de The Spirit.


La conjura de los necios

febrero 2, 2009

valquiriaHabía varias formas de acercarse a la conspiración del 20 de julio de 1944 que intentó fallidamente asesinar a Hitler. Una era centrarse en la fascinante figura de Claus Von Stauffenberg, el coronel que dirigió la trama y puso la bomba a los resistentes pies del Führer. Aunaba en su estragado cuerpo a un militar alemán al viejo estilo con un sensible y culto aristócrata, que en su juventud había pertenecido al círculo íntimo del extraño poeta Stefan George, un sujeto ideológicamente ambiguo al que los nazis intentaron en vano adoptar como uno de los suyos. Pero este no es el camino seguido por el film Valquiria. Stauffenberg es aquí un buen chico sin muchos matices, que actúa según eso tan difuso llamado patriotismo.

 

            Otra vía podía haber sido indagar en los conspiradores del 20 de julio. Lo interesante del atentado no es que se trataba de un asesinato sin más, como otras tentativas anteriores contra Hitler –entre ellas el rocambolesco asunto de la bomba en las botellas de coñac del general Von Treskow, que Valquiria recupera al principio de su metraje- sino que era el detonante de un golpe de estado que pretendía derrocar al estado nazi y negociar con los aliados. Era un conspiración cívico-militar, pero tenía más aristas de lo que parecía. Ahora muchos los presentan como unos demócratas que dieron su vida por la causa, pero esto no es así. En realidad eran un grupo de aristócratas que no pretendían volver a la malhadada república de Weimar, sino al imperio guillermino por lo menos. Su programa era bastante confuso, pues pensaban pedirle a los aliados mantener las conquistas territoriales hechas por Hitler hasta el estallido de la guerra, algo que difícilmente hubiesen admitido unos enemigos que por aquellas fechas ya habían metido la directa hacía Berlín. Esto evidencia la ambigüedad de los conservadores ante al nazismo. Lo detestaban, pero lo aceptaron y colaboraron con él mientras las cosas fueron bien, como demuestra que después de todo quisiesen mantener la expansión del III Reich hasta el conflicto. El propio Stauffenberg, cuya entrada en la oposición a Hitler fue bastante tardía, tiene cartas escritas desde Polonia tras la invasión de este país en septiembre de 1939 en la que se refiere a los desdichados polacos y judíos en unos términos que un jerarca nazi aprobaría. De hecho, leyendo las quejas de algunos de estos irrealistas conspiradores da la impresión de que detestaban al partido de la esvástica más porque sus ruidosos militantes no sabían distinguir los cubiertos del pescado de los de la carne que por su asesina política. Pero estas complejidades no se ven en la película. Como en el caso de Stauffenberg, los conspiradores son unos buenos chicos sin muchos matices. Esto lleva a que dos de los grandes villanos de la jornada del 20 de julio, el general Fromm y el mayor Remer, sean malos que rozan lo caricaturesco. El que los golpistas esperasen a actuar a cuando el desastre en Alemania era irremediable y que después de todo fuesen unos chapuzas –en el ejército germano no había tradición golpista y eso se notó ese día- queda sepultado por el discurso fácil de los héroes de una pieza.

 

            Así, Valquiria opta por el camino que se espera después de todo de una gran producción de Hollywood, el espectáculo sin complicaciones. Ni Tom Cruise, protagonista y productor, ni Bryan Singer, director, ni Christopher McQuarrie, guionista, buscan los matices y hacen una película de gran aparato y poca profundidad. Estamos de acuerdo en que un film no debe ser un tratado de Historia, pero reducirlo todo a una película de suspense a secas queda pobre. Falso suspense, pues cualquiera mínimamente informado sabe que el complot fue un fracaso. Y sí, Valquiria funciona bien en su registro, dando lugar a un film entretenido y competente que se traga como si nada, pero la sensación final que queda es la de haber visto una gran historia que se ha quedado en la epidermis. Por ejemplo, el hecho de centrar la acción en un reducido grupo de personajes impide ver la gran represión que cayó sobre el ejército alemán tras el fracaso del golpe, que sirvió al nazismo agonizante para ajustar cuentas con los “Von” y “Und” que poblaban las fuerzas armadas. Golpe que por otra parte según Singer estuvo a punto de triunfar cuando no parece que este fuese el caso. Seguramente, Himmler y sus SS no se hubiesen rendido tan fácilmente a los golpistas de haber matado a Hitler. Tenían mucho que perder.

 

            Y es sintomático de cómo se ha abordado esta recreación del 20 de julio el que se insista tanto en el parecido de Cruise con el verdadero Stauffenberg. Bueno, el actor es un retaquito y el coronel medía 1’90. Si este es el baremo para autentificar la película, apaga y vámonos.


El dogma de Demme

febrero 2, 2009

la_boda_de_rachel_-_500_-_11En su momento, Jonathan Demme pareció abrir una tercera vía en el cine americano. Eso fue en los simpáticos 80, cuando sus filmes, junto con los de otros compañeros de generación hoy desaparecidos en combate –como Jim McBride, ¿se acuerda alguien de él?-, mezclaban comercialidad con un cierto espíritu indie. A Demme le cayó un regalo que seguramente le mantuvo vivo más tiempo del que le correspondía en el mundo de Hollywood, como fue El silencio de los corderos. Una de estas películas donde la flauta suena por casualidad, pues el director no volvió a encontrar la tecla. Tras coquetear con el Oscar de nuevo en Filadelfia su carrera se hundió en títulos que cada vez tenían menos repercusión, incluyendo despropósitos como La verdad sobre Charlie, un insensato remake de la gran Charada.

 

            Viendo La boda de Rachel, que le ha valido a Anne Hathaway una más bien inverosímil candidatura al Oscar –por ahora, Kate Winslet puede dormir tranquila-, se ve que la respuesta de Demme ha sido intentar actualizarse en lo que ha resultado ser una trampa para elefantes. El cineasta juega ahora a ser “moderno” y a estar a la última, aunque la apuesta resulte ser bastante débil. Se le nota demasiado que es un intento de coger un último tren profesional y no le sale un film sincero, sino impostado. Para entendernos, ha intentado realizar una película Dogma, al estilo de las que han popularizado en Europa el alucinado –y a veces alucinante- Lars Von Trier. Pero Demme llega tarde, pues hasta el padre del movimiento lo traiciona cuando le conviene.

 

            En La boda de Rachel están todos los rasgos del Dogma. Cámara en mano, fotografía pretendidamente descuidada, saltos en el montaje, intento de los actores de ser y no parecer, etc. De hecho podría verse como una versión de las cumbres del movimiento danés, como es Celebración de Thomas Vinterberg, con su fiesta en la que  estallan las tensiones larvadas largo tiempo en una familia. Demme demuestra ser un aplicado clon de los chicos de Lars, pero si ven la película hagan un experimento: imaginen la historia narrada rodada de forma convencional y se darán cuenta que es un simple melodrama de televisión vespertina hecho con ínfulas. Una hermosa colección de topicazos como hija problemática salida de la cárcel con un pasado traumático, recelos con la hermana favorita, etc., etc, etc. Topicazos que ni siquiera llegan al final, pues Demme, que trabaja donde trabaja después de todo, se saca un conclusión para que la gente no salga muy deshecha del cine. En su limbo de hígados regados con un buen Chianti el doctor Lecter debe estar decepcionado de ver cómo su antiguo director ha resultado ser tan falso como el mundo que detestaba.