La conjura de los necios

febrero 2, 2009

valquiriaHabía varias formas de acercarse a la conspiración del 20 de julio de 1944 que intentó fallidamente asesinar a Hitler. Una era centrarse en la fascinante figura de Claus Von Stauffenberg, el coronel que dirigió la trama y puso la bomba a los resistentes pies del Führer. Aunaba en su estragado cuerpo a un militar alemán al viejo estilo con un sensible y culto aristócrata, que en su juventud había pertenecido al círculo íntimo del extraño poeta Stefan George, un sujeto ideológicamente ambiguo al que los nazis intentaron en vano adoptar como uno de los suyos. Pero este no es el camino seguido por el film Valquiria. Stauffenberg es aquí un buen chico sin muchos matices, que actúa según eso tan difuso llamado patriotismo.

 

            Otra vía podía haber sido indagar en los conspiradores del 20 de julio. Lo interesante del atentado no es que se trataba de un asesinato sin más, como otras tentativas anteriores contra Hitler –entre ellas el rocambolesco asunto de la bomba en las botellas de coñac del general Von Treskow, que Valquiria recupera al principio de su metraje- sino que era el detonante de un golpe de estado que pretendía derrocar al estado nazi y negociar con los aliados. Era un conspiración cívico-militar, pero tenía más aristas de lo que parecía. Ahora muchos los presentan como unos demócratas que dieron su vida por la causa, pero esto no es así. En realidad eran un grupo de aristócratas que no pretendían volver a la malhadada república de Weimar, sino al imperio guillermino por lo menos. Su programa era bastante confuso, pues pensaban pedirle a los aliados mantener las conquistas territoriales hechas por Hitler hasta el estallido de la guerra, algo que difícilmente hubiesen admitido unos enemigos que por aquellas fechas ya habían metido la directa hacía Berlín. Esto evidencia la ambigüedad de los conservadores ante al nazismo. Lo detestaban, pero lo aceptaron y colaboraron con él mientras las cosas fueron bien, como demuestra que después de todo quisiesen mantener la expansión del III Reich hasta el conflicto. El propio Stauffenberg, cuya entrada en la oposición a Hitler fue bastante tardía, tiene cartas escritas desde Polonia tras la invasión de este país en septiembre de 1939 en la que se refiere a los desdichados polacos y judíos en unos términos que un jerarca nazi aprobaría. De hecho, leyendo las quejas de algunos de estos irrealistas conspiradores da la impresión de que detestaban al partido de la esvástica más porque sus ruidosos militantes no sabían distinguir los cubiertos del pescado de los de la carne que por su asesina política. Pero estas complejidades no se ven en la película. Como en el caso de Stauffenberg, los conspiradores son unos buenos chicos sin muchos matices. Esto lleva a que dos de los grandes villanos de la jornada del 20 de julio, el general Fromm y el mayor Remer, sean malos que rozan lo caricaturesco. El que los golpistas esperasen a actuar a cuando el desastre en Alemania era irremediable y que después de todo fuesen unos chapuzas –en el ejército germano no había tradición golpista y eso se notó ese día- queda sepultado por el discurso fácil de los héroes de una pieza.

 

            Así, Valquiria opta por el camino que se espera después de todo de una gran producción de Hollywood, el espectáculo sin complicaciones. Ni Tom Cruise, protagonista y productor, ni Bryan Singer, director, ni Christopher McQuarrie, guionista, buscan los matices y hacen una película de gran aparato y poca profundidad. Estamos de acuerdo en que un film no debe ser un tratado de Historia, pero reducirlo todo a una película de suspense a secas queda pobre. Falso suspense, pues cualquiera mínimamente informado sabe que el complot fue un fracaso. Y sí, Valquiria funciona bien en su registro, dando lugar a un film entretenido y competente que se traga como si nada, pero la sensación final que queda es la de haber visto una gran historia que se ha quedado en la epidermis. Por ejemplo, el hecho de centrar la acción en un reducido grupo de personajes impide ver la gran represión que cayó sobre el ejército alemán tras el fracaso del golpe, que sirvió al nazismo agonizante para ajustar cuentas con los “Von” y “Und” que poblaban las fuerzas armadas. Golpe que por otra parte según Singer estuvo a punto de triunfar cuando no parece que este fuese el caso. Seguramente, Himmler y sus SS no se hubiesen rendido tan fácilmente a los golpistas de haber matado a Hitler. Tenían mucho que perder.

 

            Y es sintomático de cómo se ha abordado esta recreación del 20 de julio el que se insista tanto en el parecido de Cruise con el verdadero Stauffenberg. Bueno, el actor es un retaquito y el coronel medía 1’90. Si este es el baremo para autentificar la película, apaga y vámonos.


Moisés en Bielorrusia

enero 14, 2009

Defiance_KB_083107_1212.CR2Si alguno de los escasos pero fieles lectores de este blog echa la cuenta, sabrá que en sus trece meses de vida se ha hablado de no menos de tres –cuatro con la que toca comentar ahora, Resistencia– películas sobre el tema del Holocausto judío a manos de los nazis. Un tema aparentemente inagotable que parece dar la razón a lo que propugnaba Norman Filkenstein en su polémico libro La industria del Holocausto, que ha conseguido que muchos hebreos retiren a este heterodoxo correligionario el saludo. Filkenstein defendía que se ha creado una auténtica red de intereses para mantener vivo el recuerdo del exterminio judío, con efectos de agitar la mala conciencia occidental y asegurarse el apoyo a la agresiva política del estado de Israel. Cualquier espectador de cine medianamente curioso sabrá que lo que decía al principio de estas líneas no es casualidad. Tantos libros y filmes sobre el tema, que llegan con una regularidad matemática, tiene que obedecer a algún fin.

Sin embargo, aunque parezca mentira, Resistencia se centra en uno de los aspectos menos conocidos de la Segunda Guerra Mundial, con una historia semiolvidada que el aparatoso cineasta Edward Zwick ha recuperado. No tanto la de unos judíos que lucharon por escapar a su triste destino como la del movimiento partisano ruso desarrollado tras las líneas alemanas. La propia historiografía soviética ha sido parca a pesar de la importancia que tuvieron estos guerrilleros en desorganizar la retaguardia enemiga. Muchos de ellos aprovecharon para erigirse en luchadores anticomunistas a la vez que antihitlerianos y entre ellos florecieron los nacionalistas antirrusos, como fue el caso de los partisanos ucranianos, que dispararon con la misma saña a la estrella roja y a la cruz gamada. Varios de estos grupos siguieron operativos en la postguerra hasta que el eficaz sistema represor de Stalin los eliminó. Todavía está por hacer la gran historia de este movimiento.

Volviendo a Resitencia, el film recupera la historia de los hermanos Bielski, encarnados por Daniel Craig, Liev Schreiber y Jamie Bell, granjeros bielorrusos judíos que consiguieron escapar a la matanza nazi tras la invasión de 1941. Con toda su familia muerta se refugiaron en los amplios bosques de la zona, donde se le acabaron uniendo muchos correligionarios fugados, en una cifra que rondaba los 1.200. La publicidad del film asegura que salvaron a más gente que Oskar Schindler. Uno nunca creyó que estas cosas fuesen objeto de competitividad, pero bueno. El caso es que los Bielski lideraron esta comunidad errante a lo Robin Hood que consiguió crear una pequeña civilización entre la urdimbre de los árboles y esquivar durante tres años a los perseguidores nazis.

El film tiene interés ideológico pero no cinematográfico. Zwick, el cerebro de la lejana serie Treinta y tantos y responsable de pretenciosas películas que en sus manos se quedan en nada (El último samurai, En honor a la verdad o Diamante de sangre, por no citar ese desastre a mayor gloria de la melena de Brad Pitt llamado Leyendas de pasión) vuelve a banalizar una historia con posibilidades, llena de tópicos y sin pasión narrativa. Sin embargo, los que manejan en Tel Aviv la masacre de Gaza se lo van a pasar muy bien con ella, pues Resistencia, empezando por su título, defiende cosas que a ellos les vienen muy bien. Aparte de la pedestre comparación de la aventura de estos judíos del bosque con el Éxodo de Moisés –donde no falta incluso un Mar Rojo hecho de ciénagas-, se habla de que los hebreos están solos en el mundo y no pueden confiar en nadie. Que todos los que le rodean, sean nazis o comunistas, les serán hostiles por naturaleza, como en la significativa relación del grupo del film con los partisanos rusos que siguen la ortodoxia de Moscú. Que el derecho a la autodefensa de los judíos es inapelable. Y que la ley del Talión, ojo por ojo y diente por diente, tiene plena validez y es justa, ya sea descuartizando a un prisionero nazi como en el film o arrasando mujeres y niños en Gaza. Filkenstein tampoco debe estar muy contento con Resistencia y su mensaje guerrero.


El cansancio del héroe

febrero 5, 2008

Uno cree que el regreso de Johnny Rambo y Rocky Balboa de la manos de ese leño llamado Sylvester Stallone es algo más que el deseo del ¿actor? de levantar su hundida carrera. El bueno de Sly, como es llamado informalmente, no tiene el talento necesario para reciclarse en un secundario de lujo con derecho al Oscar. Ni la perspicacia de su amigo Arnie de convertirse en governator de California cuando intuye que sus buenos tiempos han pasado. Stallone es Stallone y con la tosquedad de sus dos personajes mayores sabe que sólo le queda seguir adelante con ellos, como única opción de seguir vivo.

 

El caso es que si el año pasado resucitó a Rocky, ahora le ha tocado el turno a John Rambo en un film llamado precisamente así, como el personaje. Y no es que la película sea buena, que no lo es, entre otras cosas por un guión maluno obra del propio Stallone que también dirige, pero un espectador atento notará en ellas ciertas sorpresas. Y es que parece que Sly aprovecha para hacer un paralelismo entre el antiguo veterano de Vietnam y su propia fracasada carrera. Rambo apareció por primera vez en Acorralado, en 1982, adaptando la novela Primera sangre de David Morrell. Era un film que se lamentaba de cómo los USA habían usado a sus soldaditos de carne de cañón en el sudeste asiático y luego los habían olvidado. Un lamento propio de la era postvietnam y postwatergate. Pero el año anterior a esta película Ronald Reagan había llegado a la Casa Blanca y empezó manu militari a devolver al águila del Tío Sam las plumas perdidas. Rambo, en sus dos siguientes incursiones de 1985 y 1989 se unió a esta tendencia. En una volvía a Vietnam a rescatar prisioneros de guerra, y en la otra luchaba ¡con los talibanes afganos! contra los soviéticos. Entonces se estaba lejos de sospechar que algún día esos fervientes anticomunistas pasarían a ser del eje del mal.

 

 Ahora Johnny Rambo está cansado. No hay un comprensivo coronel Truman, suponemos que porque el actor que lo encarnaba, Richard Crenna, murió hace tiempo. Se gana la vida cazando cobras para espectáculos y pescando en Tailandia. Hasta que un grupo de misioneros le pide ayuda para guiarlos a llevar consuelo a Bimania, que padece una sangrienta dictadura que no atrae mucho los medios de comunicación. Así, Stallone se cubre las hipermusculadas espaldas después del fiasco de los talibanes. Es difícil que un grupo de misioneros cristianos acabe atrayendo las iras de los futuros inquilinos del Despacho Oval. Y entrar a saco en Birmania es una causa justa.

 

Rambo pues no lucha contra los enemigos obvios del nuevo orden mundial, como son los árabes. Y en su tratamiento de la violencia sorprende. No es heroica y necesaria como en las otras entregas, sino desagradable. Johnny llega a la sorprendente conclusión de que si mata no es por su país, sino porque le va la marcha. Y cuando llega la esperada batalla final, su realismo y crudeza la aleja de toda traza de heroísmo. Es algo salvaje y sangriento, a lo Salvar al soldado Ryan. Miren por donde, al final el héroe acaba hastiado de la violencia. Hay un detalle muy significativo. Uno de los misioneros echa en cara a Rambo el uso de la violencia. Al final tiene que ejercerla. En las otras entregas de la serie esto hubiese estado bien visto. Pero ahora es un detalle que más que hablar de que siempre hay que tener un buen rifle a mano, queda como muestra de un mundo desquiciado donde hay que matar o morir. Sly se nos ha metido a filósofo darwinista.

 

Repito que John Rambo no es una buena película, pues es previsible, tosca y con diálogos y situaciones risibles. Pero el presumible cansancio vital de un hombre que generó millones para una industria que lo abandonó sin contemplaciones en las vacas flacas se transmite a su film. Johnnie ha madurado y ya sólo quiere pasar de todo. Héroes o no, así es como acabamos todos.