Lo más curioso de La duda es que nadie haga referencia al gran acontecimiento eclesial que tenía lugar en el año donde tiene lugar la acción, como era el Concilio Vaticano II. Resulta un tanto chocante que John Patrick Shanley, el guionista y director del film, en el que adapta su propio Pulitzer de teatro, lo ignore, pues su choque entre una monja decimonónica y un dicharachero sacerdote parece apropiado para ese momento histórico. En 1964, en unos Estados Unidos marcados por el reciente magnicidio de JFK, la hermana Aloysius, que forma parte del claustro de un colegio neoyorquino, ve con malos ojos las simpatías de un nuevo sacerdote con aires renovadores. Tanto, que su decimonónico sentido del deber aprovecha las simpatías que el pater tiene con el primer alumno negro de la escuela para montar una campaña de difamación y quitárselo de encima, insinuando que sus favores hacía el chiquillo son de los que años más tarde sacudieron las diócesis estadounidenses amargando los últimos años del Papa Wojtyla.
Y es que La duda parece hablar del choque entre renovación y tradición en el seno de la Iglesia Católica, pero esta impresión es engañosa. El texto –pues a pesar de sus “aireaciones” el film no puede negar que viene de la escena- es de los que es más aparente que bueno, pues buscando la sorpresa se hace la picha un lío. Al principio, parece que el padre Flynn es el héroe de la historia y su enemiga un mal bicho, lleno de prejuicios y resentimiento, pero al final la función cambia de villano. No sé si Shanley se da cuenta –o es su confeso propósito-, pero al final los métodos difamatorios de la hermana Aloysius quedan justificados, lo que no deja de ser chocante. Tampoco parece ser capaz de meterse a fondo en el tema de la pederastia eclesial, incluso casi disculpándola. Ahí está la madre del chico confesando a la inquisitorial monja el pasado de su hijo y mirando por encima del hombro lo que presuntamente hace Flynn. Uno cree que La duda es la típica historia donde su autor intenta epatar al burgués y se retuerce hacía unos parámetros que atentan contra ella misma. Pero da el cuelo como la clásica obra que espectadores desinformados pueden ver como “fuerte” cuando no es más que una trampa para elefantes.
Shanley, en el que es su segundo film tras realizar en 1990 Joe contra el volcán –que le dejaría tan merecido mal recuerdo que ha tardado dos décadas en repetir experiencia-, sabe que para esta historia necesita actores de raza. La operación le ha salido bien, pues cuatro de sus intérpretes aspiran a Oscar el próximo 22 de febrero. Pero los resultados artísticos son irregulares. Philip Seymour Hoffman vuelve a mostrar su habilidad de darle a sus personajes ese punto taimado que los hace tan inquietantes, pero Meryl Streep nos vuelve a obsequiar con una de sus insoportables interpretaciones, gastando en sus clásicos aspavientos la fuerza de una monja que necesitaría más reconcentración. Mejor paradas quedan la ascendente Amy Adams –nuestra mejor esperanza para evitar el penélopazo en los Oscar- y Viola Davis, la madre del chico cuyas revelaciones dejan fuera de juego a la hermana Aloysius, que pensaba se las sabía todas. Entre todos ellos y ellas, uno se queda con Adams y su hermana James, donde la ambigüedad de que carece en realidad el resto de La duda queda más clara. Es como un campo de batalla moral en el que Dios y el Diablo dirimen sus diferencias e intentan arrastrarla a su causa. Claro que esta joven monjita es de estas santas pavas que tienen las pasmosa habilidad de dejar caer siempre lo más inadecuado en el sitio más adecuado. Un último apunte: La duda no es tan original como pretende. Lilian Hellman ya contó en teatro una historia parecida en La calumnia que fue llevada al cine dos veces por William Wyler. La segunda, en 1962 con Audrey Hepburn y Shirley MacLaine.
Coñe.
«Joe Contra el Volcán» me pareció una de esas películas rajadas. Como «Abierto hasta el Amanecer». Dos películas en una. En un momento dado, la película se jode y ya no hay quien la recupere. Porque la premisa inicial no era tan mala… Y casi se podría perdonar si la segunda mitad fuera la buena. Pero no.
Yo no estoy muy por la labor de ver ésta. Si no hay contraorden, casi prefiero dedicar el domingo a otros menesteres. Más lucrativos, incluso. Ya me entiende el Maestro Alcancero.