El amor nos desgarrará

abril 22, 2009

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Mi fascinación por el grupo Joy Division viene de una sola canción de las pocas que hicieron en su breve carrera. No es que intente entrar en el terreno de los amigos replicantes o del insigne Profesor Franz, pero Love will Tear us Apart es un tema de una enigmática belleza. Es difícil hace a la vez una canción intimista y ruidosa, triste y esperanzada, melancólica y optimista, que se dirige a tu sentido del ritmo y a tu corazón sin que colisionen tan dispares premisas. Tampoco les voy a engañar, no hace tanto tiempo que la conozco. Había oído hablar de la Joy División como de tantos grupos y no se si en mis años mozos escuché algo de ellos. Evidentemente, el cine es un gran maestro y conocí mejor a esta peña gracias al vigoroso 24 Hours Party People, del gran Michael Winterbottom, en 2002. La canción de marras cerraba el film y desde entonces me enganchó. No debo negar que la triste figura del líder de los Division, Ian Curtis, sujeto oscuro y que se suicidó en 1980 con 23 años, también atrajo mi atención. Pero en 24 Hours era un personaje más de esa vibrante crónica del sonido Manchester. Lo que ha ocurrido es que póstumamente el mito de Curtis ha crecido en estas décadas a medida que le han ido surgiendo admiradores en las nuevas hornadas de músicos que veían en su tristeza vital y en su lúgubre sonido un precursor de modernas tendencias. En 2005 Deborah Curtis publicó un exitoso libro sobre su figura, Touching the Distance, y ahora Anton Corjbin lo ha hecho cine con Control.

 

            Adecuadamente filmada en blanco y negro, teniendo en cuenta el espíritu de su protagonista, Control es un curioso título que da lo que promete al mismo tiempo que no lo da. Aparentemente es una biografía ortodoxa de Curtis, desde que tenía 17 años y se pasaba la vida escuchando en su cuarto discos de Bowie hasta su suicidio. Asistimos a su carrera musical, desde que formara parte de uno de esos grupos surgidos en Inglaterra a fines de los 70 al rebufo de los Sex Pistols, cuando parecía que cualquier joven desgarrado –o que creía serlo- podría perpetrar cualquier crimen contra la música. Afortunadamente la Joy Division ofreció algo más, dos escasos álbumes que influirían más en el futuro que en su momento. Desde este punto de vista, Control funciona impecablemente como biopic. Pero el film es como la música de Curtis, y ofrece entre sus pliegues mucho más. En su narración hay un extraño punto de desasosiego en todo momento, como si una tragedia oculta amenazase a los presentes en la pantalla. Y su protagonista se aleja de los músicos convencionales, incluso de las personas convencionales. Más que un ser triste, Ian Curtis es un autista emocional, muy bien encarnado por Sam Riley. Alguien que parece siempre encerrado en un extraño dolor que nunca se manifiesta claramente pero del que vemos sus consecuencias. La chulería con que aborda al manager Tony Wilson, su miedo a la epilepsia -que justifica sus célebres espasmos cuando actuaba, a guisa de exorcismo- y sus problemas sentimentales, atrapado entre su prematura esposa –Samantha Morton en el film- e hija (se casó con 19 años) y la periodista belga que conoce cuando empieza a despuntar en la música. En todo momento queda claro que Ian Curtis se halla devorado por contradicciones y tensiones que le llevaron a su triste destino. Así, la película escapa a su previsible destino de biografía convencional y llega a otro terreno más sutil, el de la angustia que no se ve (nadie parece captar este registro de Curtis) y el de la soledad del artista a cuya profundidad nadie llega. Curiosamente, el visionado de Control deja el mismo regusto agridulce que la música que compuso el líder de Joy Division. No es mal homenaje trasladar su estilo del pop al cine, ciertamente.

 


Prensa descafeinada

abril 22, 2009

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Los periodistas, que sé que alguno (más bien alguna) lee este blog, deberían ver la quinta y última temporada de The Wire, una obra maestra de la televisión de la que puede algún día les hable. Una de las tramas tiene que ver con un periódico, cosa lógica teniendo en cuenta que el cerebro de la serie es David Simon, antiguo plumilla de Baltimore, la ciudad donde transcurren las andanzas del policía McNulty y sus amplios compañeros. En esta temporada final se pueden ver signos del huracán que ahora asola a la prensa española. Cuando aparecen por primera vez los redactores del rotativo hablan de que otra cabecera del grupo sita en Filadelfia está sufriendo recortes de personal. Cuando tienen una reunión de primera el director les dice que lo que está pasando en la ciudad de Rocky no tiene porque afectarles. Acto seguido pregunta por determinada información que no tiene a su juicio un buen seguimiento. Alguien levanta la mano. “Es que desde que nos quitaron al becario de la sección de transportes y no fue reemplazado no tenemos gente para cubrir esto”. Por supuesto, a medida que avanza la temporada el tsunami de Filadelfia llega a Baltimore. La redacción es convocada y tiene que tragarse un discurso. “No tenemos ya tanta publicidad, etc., etc., así que tenemos que cerrar las corresponsalías y no tenemos más remedio que despedir gente. Los que nos quedemos – nota: se ve que el que da el discursito no teme por su empleo- tenemos que aprender a hacer más con menos”. Por cierto, que cuando uno de los periodistas ve a la procesión de directivos con cara fúnebre antes de esto dice fatalista “ya nos han vendido otra vez”. Recordar que esto fue emitido en Estados Unidos en 2006.

 

            Hay más perlas como esta, incluso algunas sobre la ética del periodismo, sobre como el reportero de raza está siendo sustituido por juntaletras guays que no se complican la vida, pero esto nos llevaría muy lejos. Bueno, les cuento una última que me encanta, que se produce cuando Gus, ese editor del periódico protector de los suyos y garante del periodismo responsable, personaje que después de mi experiencia y la de mis amigos periodistas creo solo existe en el cine, le dice a una joven redactora “con frecuencia lo menos interesante de una información es lo que está entrecomillado”. Viene a cuento esta larga introducción a que me acordé mucho de esta quinta temporada de The Wire viendo el otro día La sombra del poder. El film es una adaptación de State of Play, una miniserie de culto de la BBC de 2003, que no conozco (a ver si alguna distribuidora se apiada y la saca en DVD aprovechando el tirón) pero que según parece ha sido adelgazada en su traspaso a la gran pantalla. Esto puede explicar que se haya optado por la trama más policíaca que por los temas de fondo que se apuntan y no se explotan bien, como restos del alabado guión de la serie que han quedado flotando en el film pero sin cuajar. Uno de ellos es una reflexión sobre el periodismo, sus límites éticos y donde empieza y acaba su responsabilidad. Russell Crowe, que por mucho que caiga mal con sus numeritos es un actor de calado, es un periodista que investiga un caso que implica a uno de sus mejores amigos, congresista de gran proyección, encarnado por un Ben Affleck que está aprendiendo con los años a hacer algo más que mover la barbilla. En esta historia que le afecta personalmente se saltará las reglas y los protocolos de su profesión, en un marco parecido al contado en The Wire. Su periódico tiene nuevos dueños y a lo mejor es una historia que toca teclas peligrosas, pues el congresista se hallaba investigando a una corporación que recuerda demasiado a la Halliburton de Dick Cheney, al mismo tiempo que todos están histéricos por la bajada de publicidad y de ventas. También se habla de la relación entre prensa y política y de cómo este maridaje es complicado.

 

            Pero como dije antes todos estos temas, que podían haber dado una buena salsa al guiso de La sombra del poder, quedan diluidos. Es más, uno se atrevería a decir que están dispuestos precisamente para eso, para dar al público la sensación de que el film tiene más empaque del que en realidad tiene. Con lo que el film se agrega a esta fastidiosa línea de títulos que se queda a las puertas de una intensidad en la que nadie ha querido entrar. Porque se trata en definitiva de hacer un nuevo thriller de lujo y crímenes que resulta ser medianamente efectivo. Y si la ven, no se hagan muchas preguntas sobre la trama. Igual descubren un par de contrasentidos que lo dañan todo.


El camino falso

abril 14, 2009

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Tal vez, la nueva ministra de Cultura, que se está convirtiendo en una presencia obsesiva en este recobrado blog, debía mirar hacía otro sitio en su cruzada contra los males del cine español, y no sólo internet. Como dice la amiga Mininha, los filmes españoles no son los más solicitados en la mula y similares. Más bien debían preocuparle otras cuestiones, como las que suscita el visionado de Al final del camino. Por ejemplo, hay una todopoderosa televisión detrás de la cinta, Antena 3. Se supone que las leyes que obligan a las cadenas a dedicar parte de sus inversiones al cine era para hacer productos de calidad y no este chanchullo, que lleva los malos hábitos de las series televisivas a la gran pantalla. El que las productoras de los seriales se hallen metidos en labores cinéfilas está provocando este efecto donde el audiovisual español parece un totum continuum. Un espectador que asista a este film por la tarde en el cine puede empalmar por la noche con Aida, Doctor Mateo o Cuestión de sexo sin solución de continuidad. Es como ver la misma función, con los mismos latiguillos estilísticos.

 

            El éxito el año pasado de Fuera de carta, producida por Daniel Ecija con los modos de Globomedia, ha marcado una ruta, del que Al final del camino es un nuevo jalón. Su guión, su realización, las problemáticas de los personajes, los estilemas de las actuaciones (encabezadas por la pareja de Aquí no hay quien viva, Malena Alterio y el unidimensional Fernando Tejero) y el timing de los diálogos son los propios de estas presuntamente sofisticadas teleseries. Pero el film, con su historia de parejas en crisis, no oculta que en el fondo es bastante rancio. Además de pertenecer a ese fastidioso género de filmes españoles donde parece que el único problema de esta invertebrada nación son sus relaciones sexuales (a lo mejor ahora con la crisis se aproximan más a los problemas de la gente común), Al final del camino no puede ocultar que bajo su patina urbanita su humor es profundamente antiguo. Chistes eróticos de colegio, gags gays, la insoportable pareja de risa fácil, y una sátira social que de suave es casi inexistente. Como sus modelos televisivos. ¿Cuándo veremos los equivalentes patrios de Los Soprano o The Wire?

 

            Sin embargo, tras el visionado, uno se queda con una pregunta malévola. La banda sonora del film ofrece en sus créditos la recuperación del clásico del pop español Free Yourself, obra del grupo Los Canarios cuyo líder era… Teddy Bautista, el Señor de los Derechos ¿Acaso está usando su influyente papel para que saquen del armario sus viejas canciones y embolsarse los royalties que con tanto ahínco defiende? Aquí les dejo la canción, un actuación en vivo en la que el Señor de los Derechos tiene al final un arrebato a lo Cachao. Eso si, gratis total.

 

 


Crónica de dos meses

abril 13, 2009

            En un autocomentario hecho en el post anterior explico el motivo –o motivos- de mi ausencia del blog. Para recuperar el tiempo perdido, escribo esta rápida panorámica de lo que he visionado estas semanas, con la ventaja de que me puedo ahorrar lo escasamente interesante y centrarme en lo que merece la pena. La Historia siempre ha sido selectiva.

 

            Empezaré por los Oscars, que por mucho Hugh Jackman bailongo y cantongo es un ceremonia que va de capa caída. Los premios previos por donde desfilan siempre las mismas películas les han quitado encanto, y la ceremonia es un muermo que se parece a Operación Triunfo con el absurdo momento de cinco actores o actrices cantando los talentos de los/as candidatos/as. Eso podía tener su gracia en el caso de Penélope Cruz, pero hacérselo a una veterana con muchos tiros dados como mi cordialmente odiada Meryl Streep era infumable. Además la final de este año era deplorable. Sólo la crisis económica puede explicar que un timo como Slumdog Millonaire triunfase, con su dureza de diseño, su India para guiris (como la cancioncilla que ganó) y su mensaje cristianoide de que si sufres como un bendito tendrás tu recompensa. Pero es que sus compañeras de terna no eran mejores, a excepción de la emotiva El lector, que trasladaba a la pantalla todo el lirismo de la magnífica novela de Bernhard Schlink, con una soberbia Kate Winslet y un Ralph Fiennes que se merecía una nominación. Ya hablé de Mi nombre es Harvey Milk y El curioso caso de Benjamin Button. Frost contra Nixon es la clásica película que se va desfondando a medida que avanza su metraje. Es magnífico ver a Nixon tras su vergonzosa dimisión gestionando su desastre en vez de meterse en un bunker, pero luego el personaje acaba cayéndote bien y todo, centrado en una entrevista que tampoco fue para tanto. Eso sí, Frank Langella compone un untuoso y truculento Nixon que parece el ogro de los cuentos. Una interpretación que queda para las antologías. Ya puestos, los Oscar hubiesen ganado credibilidad de haber apostado por El luchador y The Visitor más allá de la solitaria nominación a sus actores principales. La primera, a pesar de patinar en los aspectos más melodramáticos, es una sorprendente visión de los luchadores, pintados como una panda de sadomasoquistas a los que les encanta sufrir. Y The Visitor es sencillamente una joya, un sensible film que sin estridencias es capaz de narrar con sobriedad una historia que mezcla superación personal e inmigración de forma original. Un gran film.

 

            Entre los aciertos de estos dos meses se halla por supuesto el gran Clint, que volvió a dar en su abultada diana con Gran Torino. En este curioso juego que el cineasta lleva consigo mismo y su imagen fílmica, su última obra es un grito donde deja bien clarito que ya está harto de ser oficialmente un killer. Pensada malévolamente como una nueva versión de Sin perdón, las expectativas del espectador quedan frustradas. Pero es también un hermoso film sobre la veracidad de los sentimientos más allá de los estereotipos sociales que representan los hijos del protagonista. Watchmen, que no ha tenido el éxito que se merecía, demuestra que una historia compleja no tiene que ser necesariamente mal adaptada (otro ejemplo sería L.A. Confidential). La sombría visión del superhéroe de Alan Moore fue respetada por Zack Snyder en un deslumbrante trabajo cuya heteredoxia queda clara en su ecléctica banda sonora, que va desde Bob Dylan en los magistrales títulos de crédito hasta Philip Glass. A muchos les decepcionó, y eso puede explicar su relativo fracaso comercial, que hubiese más reflexión y diálogo que acción. También tenemos en este bloque el debut del guionista mexicano Guillermo Arriaga como director tras su sonada ruptura con Alejandro González Iñárritu, que se encuentra rodando su primera película sin él en Barcelona con Javier Bardem. Arriaga, que demuestra algún problema de ritmo como cineasta, presenta en Lejos de la tierra quemada una de sus habituales historias desestructuradas como sus personajes, amargas y de gran intensidad, si bien como ocurría al final de Babel muestra una insospechada apertura a la esperanza. Y un film muy simpático resultó ser Duplicity, una recreación de los clásicos tipo Charada mezclando altas intrigas y romance de altos vuelos entre los carismáticos Clive Owen y Julia Roberts. No obstante, tras su aparente frivolidad, había unos ecos sombríos sobre la falta de confianza y la mentira en nuestro mundo contemporáneo.

 

            En el capítulo de fallidas, hay que abrir con Los abrazos rotos. Este Alcancero nunca quiso ir de listillo, pero se sonríe viendo como críticos que jaleaban los anteriores patinazos del manchego universal sacan los errores que uno lleva tiempo pregonando. ¿Ahora se dan cuenta de la arbitrariedad de sus guiones, de los diálogos que patean los oídos, de lo gratuito de muchas escenas (esa Kira Miró que sale, echa un polvo y se va)? La pena es que la historia tenía muchos posibles y en algún momento tiene enjundia, pero la media hora final es de risa. Más fría aún si cabe que la primera entrega resultó Che: guerilla. RAF, fracción del Ejército Rojo (despistante título español de The Baader Meinhof Complex, que no se sabía si hablaba de los pilotos británicos o de la batalla de Stalingrado) puso la nota europea. En ese proceso que le ha dado a los cineastas germanos por recuperar su historia reciente le ha tocado el turno al célebre grupo terrorista de los años 70, pero se hace la picha un lío. Explica demasiado algunas cosas y otras las da como sabidas, creando una gran confusión en el espectador. Y tampoco toma una postura clara ante sus protagonistas, entre el rechazo y la comprensión. A los interesados, es mejor recomendarle sobre el tema Stammheim: el proceso, film alemán de 1986 que de una forma casi brechtiana narraba el largo juicio al que fue sometida la banda. A ciegas es la versión que Fernando Meirelles ha hecho del Ensayo sobre la ceguera del Nobel Saramago. Una película que parece un film de catástrofes hecho para gafapastas, con su filosofía final New Age sobre la purificación del ser humano. Eso sí, como de costumbre brillaba con luz propia Julianne Moore. París, París es demasiado víctima de los excesos melodramáticos que eran propios del anterior film de Christophe Barratier, la sobrevalorada Los chicos del coro. Pero a los que les guste el musical lo pasarán bien con este elogio elegíaco a la vieja Chanson francesa.

 

            Y como es costumbre, el cine más descaradamente comercial americano es el que es cada vez menos interesante. La lista es de estos thrillers aparentemente llenos de sorpresas que no sorprenden, pues cualquier espectador medianamente avisado descubre lo que va a pasar a los diez minutos de proyección. Señales del futuro es un descacharrante film de Alex Proyas que evidencia que los méritos de Dark City tuvieron que ser del diseñador de producción. Tras un interesante principio lleno de genuino fantástico la película deriva hacia la Ciencia Ficción salvífica más irritante, con descreídos que de repente caen del caballo y creen en el más allá.

 

            Esto es todo lo que han dado de sí estos dos meses cinematográficos, que se han rematado con el sorprendente nombramiento de la presidenta de la Academia de Cine como ministra de Cultura. Uno recuerda la vieja y manida frase de Clemenceau: la guerra es demasiado importante para dejársela a los generales.


Precriticando al gobierno

abril 12, 2009

Cuando este abandonado blog se abrió hace 16 meses, uno nunca pensó que serviría para poner verde el trabajo de una futura ministra de Cultura.

A lo mejor la señora González-Sinde, a la que han puesto como sheriff de internet, decide no sólo perseguir las descargas de archivos, sino también a todos los que han criticado su gestión, no la política, que eso aún es un misterio, sino la meramente creativa. Por si acaso, me despido, no vaya a ser que me corten la conexión por no saber ver los indudables valores de Una palabra tuya. Por cierto, además de la ley del cine, estaría saber que va a hacer la señora González-Sinde con las Bellas Artes, el Teatro y la Música, las Bibliotecas y Archivos, etc., que no sólo de PSP vive el Mnisterio de Cultura.