Neurastenia de guerra

julio 22, 2008

Dicen que Harvey Weinstein, el antiguo capo de la Miramax, a la que regía junto con su hermanito Bob, usó su legendaria capacidad de chantajear y presionar para que Tropa de élite, film en el que tiene metidas sus manazas a pesar de su nacionalidad brasileña, ganase el último Festival de Berlín. Weinstein fue el cerebro de la eclosión del cine independiente americano en la década de los 90, al que ayudó tanto a impulsar como a pervertir. Los interesados en su carrera que deja en pañales a Vito Corleone pueden leer el imprescindible libro de Peter Biskind Sexo, mentiras y Hollywood. Los que no, pueden leer este link de la wikipedia.

 

            Tras ver la película en cuestión, uno no duda que la furia weinsteniana tuvo que caer sobre el desprevenido jurado del certamen, si no, no se explica esta victoria. Pero los grandes festivales últimamente están un poco desquiciados. Salvo Cannes, donde siguen ganando joyas como 4 meses, 3 semanas, 2 días, los premios que se dan son bastante inverosímiles. El premio al mejor actor a Brad Pitt y a Ben Affleck en los últimos Venecia indican que el peso de la industria de Hollywood cada vez es más acusado en los grandes festivales. No sólo llenan sus programaciones con estrellas, sino que les dan los galardones. En cualquier caso, la victoria de Tropa de élite no da mucha gloria a Berlín.

 

Es un film ya visto muchas veces. Habla de una unidad de la policía brasileña que es un auténtico ejército, ya que se encarga de entrar en la zona de guerra de las favelas de Rio de Janeiro, dominadas por las bandas que usan armamento militar. Estos agentes presumen de que su entrenamiento es más duro que el del ejército israelí (o al menos esos dicen en la peli). El film nos entromete en las vivencias de estos superpolicías, que ciertamente dejan en mantillas a los marines y sus sargentos. Puede que alguien recuerde la excelente Ciudad de Dios, y tendrá razón. Porqué el film de José Padilha no oculta su deuda con el de Fernando Meirelles aunque con menos intensidad en sus saltos temporales y su narrador omnisciente que a pesar de ser uno de los protagonistas parece siempre estar en todo, incluso en las partes de la historia donde no se halla físicamente. Pero peor es la extraña deriva que toma la narración. Al principio parece que critica la corrupción policial, pero acaba siendo una película fascistoide donde se olvidan todos los pecadillos y es fantástico que la tropa de élite masacre delincuentes a sangre fría. El pivote de este giro es el discutible personaje (por mal dibujado) del policía que compagina su deseo de entrar en el cuerpo de choque con la universidad. Allí se hace el  comprensivo con un grupo de progres que coquetean con las favelas en forma de ONG pero que no saben donde esta el límite entre la solidaridad y la fascinación por el delito. Al final el intelectual agente se endurece y asume que es un uniformado, y que todo lo que salga de eso es un desastre. Un discurso militarista que al principio se intenta diluir con la neurastenia del jefe de la unidad de choque pero que luego surge con toda su fuerza y sin ningún recato.

 

Además de su resbalosidad idelológica, Tropa de elite presenta problemas más cinematográficos. A su asumida copia del estilo de Meirelles, es débil y tópica en sus personajes y situaciones. Sólo en la crónica de las corruptelas policiales, algunas dignas de la comedia clásica italiana, se eleva un poco. Pero no sigue ese camino. Por cierto, el final no deja de versionar el de La chaqueta metálica pero con otro sentido menos caústico. A ver si Berlín se entona más el año que viene.


Autocopy paste

julio 5, 2008

Si ayer les hablaba de una secuela que iba en contra de la película madre, hoy hay algo más extraño. Un remake americano de una película austriaca que no se pudo ver en Estados Unidos en su momento por su crudeza, hecho por su mismo director y calcando plano a plano el original. Es de suponer que el veterano Michael Haneke, responsable de algunas de las películas más frías y sórdidas sobre nuestra sociedad rodadas en los últimos tiempos –junto con Von Trier es el gran sociópata del cine contemporáneo-,no querrá una carrera americana a estas alturas de la vida. Será consciente de que su estilo es de difícil encaje en USA. Pero parte de este experimento tal vez tenga que ver con Naomi Watts, la protagonista, que una vez más demuestra que no le hace ascos al cine más arriesgado. Ella es la productora ejecutiva de la cinta. Es de suponer que habrá tenido que hacer valer su estrellato para sacar adelante el proyecto.

 

            Haneke quería que Funny Games, una película nada divertida a pesar del título, se viese en el país de la violencia. La primera versión es de hace once años y era un aldabonazo. Frente a tanta banalización de la crueldad que nos rodea, ofrecía una situación descarnada y nos dábamos cuenta que era terrible. Una familia burguesa era secuestrada en su casa de verano por dos jóvenes psicópatas y sometidos a humillaciones sin cuento. En pocas películas se veían tan claras las consecuencias morales y físicas de una violencia desatada. Además, era un perverso juego que se dirigía al espectador como receptor de esa crudeza, apelando nuestra morbosa responsabilidad. Veíamos que lo que le pasaba a la familia era terrible, pero queríamos saber más. De una forma hitchcockiana se nos ocultaban las muertes y los ataques, que ocurrían fuera de campo, haciéndonos desear quien había sido la víctima. La tensión que lograba el film era insoportable.

 

            Por desgracia, todo esto sigue vigente once años después y la película no ha perdido actualidad. Lo que ocurre es que una película no se puede fotocopiar como si fuese un cuadro. Más bien es como el teatro. Por mucho que sea el mismo director y el mismo texto, ha tenido que usar otra compañía. Como se ve en el youtube anexo, el decorado americano es más aséptico. Además, esta segunda versión pierde la tensión del original. Algo se escapa por algún sitio. No es fácil repetir un clima tan logrado dos veces.Los dos psicópatas americanos, Michael Pitt y Brady Corbett, son más angelicales que sus precedentes austriacos, y por tanto más inquietantes. Sus ropitas blancas y sus guantes los convierten en maestros de ceremonias y abstracciones del terror. La sospecha más que fundada de que están exterminando a la urbanización donde transcurre la acción se abre paso en nuestras mentes. Son ese mal absoluto que puede caer en nuestros confortables refugios vitales y para el que no estamos preparados. Nuestra sociedad margina la violencia, pero sabe contenerla cuando no llega. No obstante, se echa de menos al psicópata encarnado por Arno Frisch en el primer film, con su cruel socarronería.

 

            Y poco más. Naomi Watts y Tim Roth están excelentes –el actor británico se redime de su pobre papel de El increíble Hulk– y los que no hayan visto la primera versión podrán asombrarse como los que vimos el Funny Games original hace once años. Los que no tengan miedo a los spoilers pueden ver el youtube adjunto y hacer un ejercicio de literatura comparada.

 


Secuela contestataria

julio 4, 2008

Como decía Jordi Costa en su crítica de El increíble Hulk de hace unas semanas en El País, debe ser el primer caso en que una segunda parte de un film se hace en contra de la película original. Es sabido que a Stan Lee y sus cuates, cada vez más volcados en el negocio cinematográfico y menos en el de los cómics, no les gusto nada la versión que de La Masa hizo Ang Lee hace unos años, y su respuesta ha sido fulminante. Destituciones masivas y cambio de tendencia. El taiwanés hizo una rara película de superhéroes donde llevaba la trama a su terreno, el de las relaciones familiares y el lirismo de los amores bizarros. Había veces en que parecía una nueva versión de La bella y la bestia. Lo peor es que la taquilla no respondió y Lee (Stan)  ha demostrado ser un duro productor.

 

            Quería más acción y menos lirismo. Para ello ficho como nuevo director a Louis Leterrier, uno de estos jóvenes cineastas galos obsesionados con imitar a los modelos americanos, como demostró en Danny the Dog y Transporter 2. El resultado es menos poesía y más acción. Pero lo curioso es que el modelo Lee (Ang) ha sobrevivido a tanto cambio y se trasluce en la relación entre Banner-Hulk con su amada Betty Ross, que ahora se parece a King Kong tomando a su chica y llevándola a una gruta –en pleno Nueva York- bajo la lluvia. A pesar de todo la Marvel se ha dado cuenta que su personaje es más que una masa verde que da tortazos. Pero Leterrier no es el cineasta adecuado para reforzar estos puntos y va rápido para lo que le han contratado, la acción pura y dura. Y aquí la película cojea.

 

            Es curioso que el proyecto Hulk se esté cobrando víctimas a gran velocidad. A los depurados del primer film habrá que añadir al protagonista del segundo Edward Norton, que quería un film a lo Lee (Ang). Pero Lee (Stan) destrozó sus sugerencias y reforzó la parte de los puños, lo que ha llevado al actor a negarse a hacer promoción, con lo que probablemente si hay tercer Hulk tendrá otros rasgos. Aquí La Masa se enfrenta a La Abominación, un militar de fuerzas especiales (pero con el detalle de haber nacido ruso) que quiere probar el poder de ser un superhéroe transformado. Lo que no resulta creíble es que le de vida Tim Roth, actor estupendo para papeles inquietantes pero demasiado escuchimizado y mayor para ser creíble como un combatiente de elite. Hay una idea interesante que se pierde, como es que este militar quiere desdoblarse en alguien más poderoso precisamente porqué se siente viejo, pero no se explota. Y también hay algunas carajadas de estas que le gustan tanto a los guiones modernos de Hollywood y que dañan la credibilidad del conjunto. El increíble Hulk es una película entretenida a ratos pero que se deja llevar por demasiados estilemas del cine actual, como peleas alargadísimas y a veces confusas. Pero hay Marvel para rato, pues así como tras los créditos de Iron Man había una sorpresita en El increíble Hulk hay otra, aunque esta vez no hay que quedarse hasta el final del todo para verla. Algo que indica que tras los proyectados filmes sobre Thor y El Capitán América, el proyecto Vengador se acerca.


Cine a reloj parado

julio 3, 2008

Fernando Colomo es un superviviente sin sitio. Sigue agarrado como cual Peter Pan a la comedia madrileña de la que fue santo y seña en los tiempos de la Transición. Otros compañeros suyos de generación, como Fernando Trueba o Almodóvar, ya hace tiempo dejaron lo cañí y se metieron en jardines más sofisticados, pero él sigue a lo suyo. Lo malo es que no sólo se le ha parado el reloj a él como cineasta, sino que sus historias se contagian de ese infantilismo vital.

 

            Y es que viendo su última obra, Rivales, uno piensa que sus personajes no evolucionan y parecen incapaces de superar la fase anal. Colomo debe ser conciente de este problema e intenta darle más peso dramático a sus protagonistas, contando con la ayuda de Joaquín Oristrell e Inés París al guión, pero no lo consigue. Al final son todos unos obsesos sexuales como alumnos de instituto y eso parece ser el fin de sus vidas. Hasta los chicos que salen en el film parecen más adultos que sus mayores. Da igual el intento de densidad dramática de la trama, o que se quiera hablar en clave de comedia de las tensiones entre Madrid y Cataluña. Colomo siempre fue un tipo demasiado amable como para entrar a saco en nuestras diferencias territoriales o en cualquier detalle de los que ensombrecen el alma human y su devenir por este valle de lágrimas.

 

            Hay otro intento en Rivales de ponerse al día como es usar el ya manido truco de presentar a los personajes con historias separadas que al final confluyen. Esta vez tiene su lógica, puesto que todos ellos van a Sevilla a jugar o ver jugar a sus hijos una final de fútbol juvenil y ya el argumento les pone a huevo lo de relacionarse. Pero las diversas peripecias están muy desequilibradas. La de Ernesto Alterio y su hijo se parece demasiado a Carreteras secundarias, novela de Martínez de Pisón y película de Martínez Lázaro. La de la trastornada Kira Miró y los falsos guardias civiles es demasiado grotesca. Y el personaje de Juanjo Puigcorbé es absolutamente gratuito. Los actores brillan a un gran nivel pero poco pueden hacer para salvar unos papeles que ya vienen viciados desde el guión.

 

            Y entre tanta quincallería brilla con luz propia la gran Rosa Mª. Sardá. Ella da humanidad al mejor personaje y segmento de la película (o tal vez sea bueno por su presencia, quien sabe), una progre trasnochada a la que sólo queda el derecho al pataleo frente a un mundo tecnificado y cada vez más lejos de los ideales de los 60. Pero no es suficiente para que Rivales remonte el vuelo. Por cierto ¿sólo lo creo yo o Santi Millán se pasa la película imitando a Alberto San Juan? Y lo de meter a toda pastilla por todos sitios cárteles y anuncios de una determinada distribuidora de carburante y de determinada línea aérea llega a unos niveles bastante tristes, digno de una serie televisiva.

 


Justicia a la rusa

julio 1, 2008

12 es aparentemente una nueva versión de la célebre 12 hombres sin piedad, el guión televisivo de Reginald Rose que pasó a las tablas y de ahí al cine. Hace medio siglo Sydney Lumet, ese chaval de 84 años que acaba de estrenar la magistral Antes que el diablo sepa que has muerto, utilizó esta historia para debutar en la gran pantalla, con Henry Fonda como el jurado que se enfrenta a sus compañeros. En España hubo una inolvidable versión para el mítico Estudio 1 a primeros de los 70, con un reparto irrepetible y que marcó a toda una generación en la que se cuenta este Alcancero.

 

            El film que nos ocupa sigue los grandes momentos de la trama: están el cuchillo duplicado, el anciano cuya cojera le impide llegar a tiempo de ver al asesino escapar como ha declarado en el juicio, la mujer miope que ve a través de una ventana el crimen, etc. Pero decía en el párrafo anterior que es una nueva versión aparente por varios motivos. 12 es un film ruso, dirigido por el controvertido Nikita Mikhalkov, y su historia no se centra en la tradición judicial americana, sino en la nueva Rusia. El texto original de Rose se insertaba en el discurso liberal de su país. Más vale dejar a un posible culpable libre si hay dudas razonables sobre la solvencia de los argumentos judiciales que lo condenan que arriesgarse a enchironar a un inocente. Pero a Mikhalkov no le interesa nada de esto. Al fin y al cabo su país es un adolescente democrático, y esa tradición de los jurados es nueva. El cineasta aprovecha para hacer una reflexión sobre la actual Rusia.

 

            Así, los doce componentes del jurado representan diversos aspectos de la actual sociedad del que fue país de los soviets. El funcionario ex comunista que se ha quedado fuera de juego, el nuevo rico, el antiguo militar, el rusófilo irredento, el que viene de las provincias sometidas por Moscú, el judío que levanta ampollas en alguno de sus compañeros, etc. Más caña tiene que el presunto criminal es un joven chechenio acusado de matar a su padrastro, oficial del ejército ruso. Todo muy bien, pero el film es farragoso y confuso. Mikhalkov destroza todos los atractivos de la obra original. Las reglas aristotélicas de unidad de acción, lugar y tiempo se rompen con la historia del acusado antes de su detención, que no añaden nada y resultan repetitivas. Peor es que lo que eran argumentos judiciales se sustituyen por unos pesados argumentos morales que hacen que cada jurado tenga unos monólogos bastante soporíferos y que contribuyen a que la película dure unas excesivas dos horas y media. Así, la justicia cerebral se sustituye por un seudo misticismo muy ruso, que podía ser grande en Tolstoi y Dostoyevski, pero aquí es aburridísimo. Además, los actores pierden toda la intensidad dramática de los personajes originales con interpretaciones grotescas y sobrepasadas.

 

            Y hay un tufillo muy extraño ideológico. No en vano el director, que se reserva un papel crucial en su film, es una ultranacionalista ruso, defensor de la ortodoxia ortodoxa y amigo y defensor público del señor Putin. El caos en que siempre caen las votaciones del jurado parece una burla de un pueblo que no está preparado para la democracia, así como que la deliberación tenga lugar en el gimnasio de una escuela anexa. El juzgado no tiene una sala adecuada. Y el discurso final, donde 12 se aleja definitivamente, del liberalismo del texto original, y que da el personaje encarnado por Mikhalkov curiosamente, es bastante resbaloso. Y es que lo malo de la película no es que hable de la confusión rusa en la actualidad, sino que da soluciones bastante agresivas. Seguimos prefiriendo a Henry Fonda y José María Rodero.