Tren hacia los 70

octubre 31, 2008

 

Es curioso como hábitos setenteros se están apoderando de nuestro cine. Los años desnudos recuperan las películas S y Diario de una ninfómana el cine erótico de qualité francés a lo Historia de O. A ellos se une Transsiberian, con un adecuado título inglés y con reparto internacional. En los años 60 y 70 se pusieron de moda filmes de género, coproducciones muchas veces hispano-italianas, de presupuestos infames y con actores anglosajones de segunda fila o viejas estrellas que ya no cotizaban en Hollywood. Los directores eran mediterráneos emboscados tras alias que sonaban a California o también lo que en la industria americana se conoce con el hiriente término has been, han sido. Gente como Robert Aldrich o Robert Siodmak acabaron sus carreras con peplums o spaghetti westerns. Este cementerio de elefantes intentaba pasar por producciones internacionales de peso. 

            Transsiberian tiene algo de esto, aunque no es un caso aislado. Su productor, el catalán Julio Fernández, lleva tiempo con su firma Filmax haciendo producciones con ese espíritu, si bien modernizado en el tiempo, aunque sigue la mezcla de actores americanos y patrios con un adecuado nivel de inglés. Los resultados han sido más bien mediocres a excepción de la sorprendente El maquinista, que a pesar de seguir la gozosa tradición del subgénero de hacer pasar los suburbios de Barcelona por Los Angeles, fue una gratísima sorpresa más allá de la anorexia inducida de un soberbio Christian Bale. Tal vez por ello Fernández ha confiado en su director, Brad Anderson, para el proyecto de Transsiberian, aunque hay que decir desde ya que se ha quedado muy lejos del título anterior.

 

            Eso sí, la película recupera otras dos tradiciones de ese cine setentero del que deriva. Una, las fotitos de los protagonistas en el cartel. Otra, es inevitable pensar en uno de los clásicos de esas producciones, Pánico en el Transiberiano, de Eugenio Martín, que mezclaba en su reparto a Peter Cushing y Chistopher Lee con Silvia Tortosa, lo que no deja de ser meritorio. Pero si el primer film ambientado en el legendario tren panruso era de terror hecho al estilo Hammer, que imperaba mucho en esa época, el de Anderson es un thriller ambientado en la Rusia postcomunista. Un caos donde nada funciona y que tiene tics de la guerra fría, como nativos antipáticos y chillones junto con una policía que no olvida los hábitos del KGB. Casi veinte años después de la caída del muro sigue siendo un país hostil y poco recomendable. Pero Transsiberian tiene muchos problemas. El verdadero conflicto tarda mucho en estallar y lo que hay antes es bastante aburrido, perdiéndose mucho tiempo en prolegómenos. Cuando empieza la verdadera trama, lo que queda es un thriller apañadito pero muy insuficiente, aunque la presencia del gran Ben Kingsley ayuda a mejorar el visionado. Y que no deja se seguir la filosofía Hostel de que los americanitos típicos harían mejor quedándose en casa y no saliendo de viaje. Aunque lo peor es que te queda la sensación de que esta historia se podía haber ambientado perfectamente en Milwaukee y no hacía falta el anzuelo del Transiberiano. Pero es norma de estas películas ofrecer un gran escaparate que no contiene a la larga mucho contenido.


La semilla del diablo

octubre 28, 2008

Se puede ver Camino como una versión cristiana de los satanistas de La semilla del diablo. Uno de los grandes aciertos de la obra maestra de Polanski era presentar a los adoradores del diablo como gente normal que son vecinos tuyos y pueden resultar encantadores. Algo así como los hinchas futbolísticos, que hacen sus vidas corrientes hasta estallar los domingos en el campo con su equipo. Claro que son normales mientras en las conversaciones no les saquemos el tema, que si no…  Pues la controvertida obra de Fesser, que da un asombroso volantazo a su carrera, nos muestra que los integristas católicos, muchos de ellos aglutinados bajo el estandarte del Opus Dei, pueden estar sentados al lado nuestro en el tren de cercanías o en la cafetería. No compartimos su mundo –al menos este Alcancero no- pero tampoco se hallan enclaustrados tras los muros de los conventos. Sus muros son mentales, aunque estos pueden ser más poderosos que los de granito.

 

            Es fácil caer en una crítica ideológica de Camino, tanto a favor o en contra. Los anti opus pueden elogiar la valentía de Javier Fesser de mostrar el siniestro modus operandi de la criatura parida por sanjosemaría y los pro la pueden denigrar por lo mismo. Es de estos filmes donde los árboles de la pasión pueden impedir ver el bosque del cine puro y duro. Me pregunto cuantos cruzaran la barrera de este debate y se enfrentaran a una película sorprendente y arriesgada como ella sola y dotada de una extraña sensibilidad y belleza. Y no es que la cuestión opus quede soslayada. El film es un viejo proyecto de Fesser, ideado incluso antes de El milagro de P. Tinto, basado en la breve vida de Alexia González-Barrios. Una hija de miembros de la obra que murió de cruel enfermedad a los 14 años. Su ejemplaridad cristiana, que consistió en pudrirse poco  a poco con una sonrisa porque Dios así lo quería, han hecho que sus correligionarios quieran elevarla a los altares, estando abierto el proceso de beatificación. No creo que les sea muy difícil conseguirlo dado los vientos favorables que corren en Roma hacía la prelatura. Pero Fesser cuenta esta historia a su manera. Camino no es evidentemente una hagiografía, sino todo lo contrario. Su complejidad y capacidad de matices es asombrosa. El cineasta no condena a las víctimas del integrismo, sino que incluso las compadece. Ahí está esa madre –grandísima Carmen Elías- a la que se le viene el mundo encima y ve puesta a prueba su fe. Aunque es una arpía, Fesser le deja un resquicio a la humanidad. Puede que fuese como su agonizante hija una persona bien dispuesta, pero el sectarismo le ha destrozado y la ha convertido en un robot que recita consignas. Está claro quienes son los verdaderos culpables, los que manejan el dolor ajeno, nunca propio, y convierten a la divinidad en una institución sádica que se cobra su tributo en sangre.

 

            Narrar todos los matices de este extraordinario film necesitaría seguramente otro visionado y unos cuantos post. Por ejemplo, las caras del sufrido padre –un gran Mariano Venancio, el súper de la saga sobre Mortadelo y Filemón- ante los exabruptos de su esposa, que da muy bien el tono del film. Suave y sin estridencias, sin salidas fáciles a pesar del explosivo material. Pero la verdadera carga de Camino se halla en su juego entre el mundo profano y el divino. La niña protagonista no parece muy inclinada a seguir la enseñanzas de sanjosemaria, sino que tiene una peligrosa inclinación hacía la vida real. Antes de su agonía le da tiempo a enamorarse por primera vez y el que el niño elegido se llame Jesús crea confusión entre los que ven su deterioro como una vía de santidad. Más malévolo es el cuento que a Camino le gusta tanto, que habla de un personaje que no existe al final. Como ese Dios al que su entorno invoca tanto pero que no aparece por ningún sitio. Este paralelismo llega a su culmen en una extraordinaria secuencia final, de un cuarto de hora, que podía haber desbarrado pero que Fesser lleva con mano de hierro. Todos creen que la niña se refiere a Jesucristo pero ella habla de ese mundo profano que está a punto de dejar para siempre y no ha podido disfrutar demasiado, en parte por su corta edad en parte por las prohibiciones maternas. Pero nadie es capaz de comprender esto y todos tiran por lo que le interesa: la posibilidad de que se haya muerto la primera niña del opus con billete a los altares. Y en un no menos malévolo plano final que atañe a su hermana, que ya está metida hasta el tuétano en la obra, se abre la posibilidad de que la semilla de Camino florezca al contrario de lo que creen sus mentores y se pierda un alma para la cristiandad.

 

            Javier Fesser consigue un tono sensible y no sensiblero a pesar de que la narración podía haber caído en esto. Sorprende que para hacer un drama en el fondo laicista use las tácticas de las hagiografias cristianas subvirtiéndolas. Y que su intensidad te toque tan hondo. Uno de los filmes más extraordinarios de este declinante 2008 y que salva la nefasta temporada del cine español. No sé como le ira en los Goya, pero uno apostaría a que Nerea Camacho, la desbordante niña protagonista, debería hacer hueco ya en su estantería al de Mejor Actriz Revelación sin temor a equivocarse.


La cara más hortera de la Transición

octubre 27, 2008

Los años desnudos: clasificada S nos muestra los aspectos más horteras de nuestra Transición democrática. Viendo algunos filmes y leyendo determinadas novelas parece que era un época donde todos hablaban de Marcuse, escuchaban a Lluis Llach o eras apaleados por los comandos de la extrema derecha. Pero esta obra de los domeñados Félix Sabroso y Dunia Ayaso, que han abandonado el histerismo de sus primeras obras y serenan su mirada, pone las cosas en su sitio. También eran los tiempos del cine más casposo y de una música que triunfaba, y que los realizadores usan prolíficamente en su banda sonora, bastante chillona. Caso de Ana y Johnny, pioneros del pimpilenismo, o el galán de opereta Manolo Otero.

 

            Es la música adecuada para esta historia nada nostálgica y con su punto de coña, pues es la que escucharían los personajes de la película, que como muchos en aquellos prodigiosos años iban a lo suyo y no sentían nada de los cambios políticos que se producían en cascada. Supervivientes en medio de una España en transición y con una crisis económica en marcha. La historia la escriben los vencedores, y en este caso todo esta realidad sociológica quedó marginada en las memorias a partir de los años 80, cuando la movida y el ascenso de Almodóvar empezaron a hacernos creer que vivíamos en un país chic. Es por ello que los que se acerquen a esta película buscando nostalgia saldrán defraudados. Es más, la historia que cuenta podría haber ocurrido en otra etapa, pues es universal. Pero Sabroso-Ayaso querían hacer un homenaje a estas generación de actrices del destape, que fueron juguetes rotos. Sus cuerpos desnudos fueron explotados hasta la saciedad y cuando pasó la moda nadie les dio una oportunidad. Pocas se reciclaron y casi todas se extinguieron, cargando en muchos casos con el sambenito de guarrindongas. Acusación hecha a veces por los mismos que entraron en la turbulenta adolescencia con el poderoso reclamo de sus rotundos cuerpos –la anorexia nadie sabía lo que era- desde kioscos y carteleras.

 

            Los años desnudos es un drama femenino, y no una comedia a pesar de sus puntos humorísticos. Uno echa de menos más caña en como se hacían esas películas cutres. Te cuentan de que a veces las actrices se limitaban a recitar números ante las cámaras, sin saberse el texto, pues luego eran dobladas inexorablemente y daba igual. O la impagable secuencia de una de las películas que ruedan las protagonistas, una presunta denuncia carcelaria que es una excusa para que las chicas enseñen las tetas, como todo en esos filmes. Tampoco es una disección a fondo del ambiente de ese cine, escandaloso en su tiempo y que ahora, con la pornografía dura disponible por internet es entrañable. Salen dos personajes que de haber existido realmente merecerían uno de los brillantes post del señor Paco Fox, como son ese productor a lo José Frade (lo que yo me follo que no lo vea nadie más) y ese director con ínfulas de arte pero que hace basura, encarnados muy bien por Luis Zahera y Antonio de la Torre, respectivamente.

 

            Más bien, la película habla de la explotación eterna femenina. Al trío de actrices protagonistas no sólo las mangonean en las producciones S, donde sólo importa el tamaño de sus pectorales, sino fuera de ellas también. La que quiere ser actriz seria lo consigue al precio de la soledad. La que quiere hijos y familia descubre que dentro de la sacrosanta institución del matrimonio puede ser una paria. Y la que quiere vivir su vida sin ataduras acaba siendo un juguete roto. El resultado es más enjundioso de lo que parece a primera vista, pues el guión roza el tópico en más de una ocasión pero sabe remontarlo con sensibilidad, a lo que ayuda un brillante trío de actrices. Mar Flores hace un encomiable esfuerzo ante unas sobradas Candela Peña y Goya Toledo. Ellas ponen mucho de verdad en Los años desnudos: clasificada S.

 

            Y para despedir este post, no resisto la tentación de colgarles un youtube de una de las canciones que ilustran la banda sonora del film y que demuestra el grado de horteridad que tuvo gran parte de la cultura popular de la Transición. Atención a los versos finales, cuando la cantante cae en pleno orgasmo canoro, y puede que de los otros.

 


Mas propuestas españolas

octubre 26, 2008

    

     Como mis obligaciones periodísticas, reforzadas estas últimas semanas, me han alejado del blog, no tengo más remedio que dejar algunas películas vistas estos días al margen –aunque sin mucha pena- y me centró en este post en tres estrenos españoles recientes, pues el cine patrio está desembarcando mucho en este tramo final de 2008, aunque la sensación que les dejaba en un post anterior sobre el mal año para nuestros colores se agudiza con el trío que les propongo a continuación. En la semana entrante creo veré Camino (cuyo escaso número de copias no se si se debe a alguna mano oscura), Los años desnudos y Transssiberian, a ver si mejoran algo el panorama. Y el próximo viernes llega a los cines Sólo quiero caminar, la esperada secuela de Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto. Si estas no levantan cabeza, pocas opciones le quedan ya al cine español de hacer blanco en este 2008. Por ahora, van estas tres películas. 

 

SANTOS

Largamente anunciada, retrasado su estreno y bastante bien pagada, Santos  es una catástrofe sin paliativos. Eduardo Campoy y José Manuel Lorenzo, productores experimentados, deberían haberle dicho al director Nicolás López que no basta con acumular sus obsesiones comiqueras por muy respetables que estas sean en una pantalla, contando con la presunta complicidad de un público que tiene difícil entrar en el juego. Y es que se pierde en el tono entre farsa y seriedad, como las peores películas americanas que revisaban géneros populares en los años 80. Además de un guión ridículo, López no está dotado para el ritmo cinematográfico, y su forma de dirigir la composición interna de los planos junto con la dirección de actores es casi naif. No desde extrañar que el respetable no haya picado y en dos semanas escasas se ha caído de los cines como las acciones en las bolsas. Lo de Elsa Pataky empieza a ser preocupante. Su retocadísima belleza reina en las revistas del corazón, pero sus películas ya se cuentan por cadáveres. 

 

SEXYKILLER
La más decente del trío propuesto en este post, que consigue lo que Santos no y con más efectividad. Con la excusa de una asesina en serie arrasando una facultad de Medicina, se plantea algo así como una versión cañí de la saga Scream, entre la parodia y la autorreflexión burlesca del género de los sistemáticos, ahora que la serie Dexter los está vindicando de alguna manera. Sexykiller está hecha con convicción y con momentos de ingenio, pero al final cede demasiado a la necesidad de hacer un film a la moda con zombies incluidos, tal vez buscando un público juvenil que tampoco ha respondido en exceso (o que se la ha bajado de la red sin pasar por taquilla). Al contrario que en Santos, tiene una actriz que demuestra su poderío, Macarena Gómez. Sexykiller la dirige Miguel Martí, pero seguramente el cerebro de esta burla genérica sea el guionista Paco Cabezas, sevillano autor del corto de culto Carne de neón.

 

   

DIARIO DE UNA NINFOMANA
 Ahora que Los años desnudos recrea el ambiente de las películas calentorras –algunas no llegaban a ser ni eróticas en su cutrez- hechas como churros en la Transición española, Diario de una ninfomana recupera directamente estos films setenteros. Pero no los hispanos, sino los franceses tipo Enmanuelle o Historia de O, con su puntito de champagne alejado del bocata de chorizo que se fabricaba aquí. No en vano hay producción gala y la autora de la novela original, Valérie Tasso, es también hija del país vecino. Como los clásicos de medianoche citados, Diario de una ninfomana habla de una burguesa aburrida que se lanza a explotar el lado oscuro de la vida, pero que en el fondo es una desdichada que no encuentra el verdadero amor o cuando cree hallarlo le sale rana. Y todo ello narrado en sofisticados ambientes, donde hasta las prostitutas parecen recién salidas de una escuela de modelos. La trama no deja de ser un convencional melodrama lleno de lugares comunes aderezados con lencería fina. Y en el fondo, a pesar de su presunta vocación escandalizadora, es moralista, pues parece que si una mujer no encuentra su media naranja está condenada al vicio por sistema. No obstante, Diario de una ninfomana puede lanzar la carrera de la hasta ahora actriz teatral Belén Fabra, que se halla muy por encima de su papel. Todo lo contrario de Leonardo Sbaraglia, que tras verle en su sobreactuado maltratador y como el villano de Santos parece empeñado en tirar por la borda su crédito de estos últimos años.

Curro Garcijiménez

octubre 11, 2008

Los más viejos –o al menos los más de mediana edad- de los lectores recordaran la serie Curro Jiménez. En una época donde España despertaba a la democracia y no se soñaba con el entonces denominado Mercado Común, Sancho Gracia, racial bandolero de Sierra Morena, se dedicaba a la lucha contra el francés durante la Guerra de la Independencia. La serie fue lo suficientemente larga como para que Curro se dedicase a esquilmar a los ricos tras cumplir con su patria, pero su espíritu guerrero quedó presente. Puede que los gabachos tuviesen artillería y al genio corso de su parte, pero siempre había una buena navaja de Albacete para poner en orden las cosas.

 

            Treinta años después de las andanzas de este personaje por nuestra televisión, el inefable José Luis Garci recupera su esencia. El cineasta madrileño se halla cada vez más lejos de la modernidad, tanto en las épocas que elige para ambientar sus guiones (ha dicho públicamente que no rodará nada centrado en la actualidad) como en estilo e ideología. Sangre de mayo, el polémico film –en realidad un montaje de una miniserie que pronto se verá en las autonómicas- amparado por Esperanza Aguirre, que ha volcado recursos sin fin de la comunidad que preside para que el proyecto fuera posible (se ve que Garci no es uno de los titiriteros que tanto gustan a los voceros de la presi madrileña), llegando incluso a colocar un cartelón del film en la fachada de sus oficinas en la Puerta del Sol con motivo de su estreno, es una película patriotera. Los franceses aquí son como los apaches en los westerns de serie B que tanto frecuentaba Garci en los programas dobles de su infancia. Una presencia amenazante que sólo está allí para hacer daño a los protagonistas. Es evidente que una película no es un manual de historia, pero algo más de explicaciones sobre que hacían acantonados en Madrid los soldados de Napoleón no vendría nada mal.

 

            Claro que esta ataque de Garci no sólo es político, sino intelectual. Ahí está el bueno de Paco Algora, que formó parte de los primeros repartos de Curro Jiménez curiosamente, como ese dramaturgo que critica los afrancesamientos de Moratín y defiende la tradición teatral española. Y ese actor que bebe los vientos por lo que viene allende los Pirineos, pero que es un frívolo y un borrachuzo (muy adecuado y malévolo que lo encarne Carlos Larrañaga). Uno cree que Garci ajusta cuentas con esos intelectuales con los que nunca se ha terminado de llevar bien.

 

            Pero todo esta ranciedad sería tragable si el film al menos fuera bueno, pero no lo es. Garci elige el viejo truco de la narración amorosa de unos seres cotidianos arrastrados por los huracanes de la historia. Pero el romance entre el picaresco Gabriel (personaje galdosiano, protagonista de los primeros Episodios Nacionales) y la modistilla es sencillamente polvoriento, a pesar de la deriva dickensiana del prestamista que tiene a la chica a pan y agua. Y demasiado largo. No nos engañemos. Todos esperamos el estallido popular del 2 de mayo y antes hay excesivas escenas propias de Garci, monótonas y con diálogos sobrecargados. Y cuando el motín llega está rodado de forma decepcionante, imitando descaradamente a Doctor Zhivago en la carga inicial y sin nada de pulso épico.

 

            Reflexión aparte merecen los 15 millones de euros que según parece ha costado el film. Aunque el gran Gil Parrondo esté en la dirección artística, los decorados son de un cartón piedra cantoso y da la impresión de que Madrid, a pesar de su jocosa presentación en el prólogo del film, leído por el propio Garci, sólo tenía una calle donde pasaba todo. Si a esto unimos que las escenas de masas son muy poco masivas, en fin, uno no quiere pensar mal, pero no se ve tanto dinero. Al menos en la pantalla.

 

            La película acaba con planos del Madrid actual, una finta que ya hizo Scorsese en Gangs of New York, como diciendo que esa sangre de mayo regó la actual metrópoli. Claro que ese discurso se le vuelve en contra. El Madrid actual, que acoge razas y pueblos como una nueva tierra de promisión, no tiene mucho que ver con ese de manolas y manolos que se nos ha contado. Pero bueno, el propio Garci ya ha dicho que la actualidad no le interesa. Que siga refugiándose en los territorios del mito. Aunque ello desemboque a llevar a otras épocas de nuestra historia los deplorables modos de los panfletarios Pío Moa y César Vidal.


La tragicomedia humana

octubre 11, 2008

Lo del cine americano empieza a ser preocupante. No sólo porque los mejores guionistas se están refugiando en las series y en la animación, sino porque algunas de sus patas están fallando estrepitosamente. Es lo que ocurre con Quemar después de leer, el segundo film que nos llega este 2008 de los hermanos Coen tras la algo sobrevalorada No es país para viejos. En este oscarizado título el mérito lo tenía la novela de Cormac McCarthy, que fue fotocopiada por la pareja en su adaptación. ¿Dónde estaba la verdadera voz de los Coen, que eran capaces de realizar guiones prodigiosos sin mirar a ningún novelista?

 

            A lo que iba, que me disperso. Quemar después de leer podría ser el mejor título de los hermanos desde hace años, de no ser por un brusco final que te deja un poco mal. Es como si se hubiera acabado el presupuesto y tuviesen que cerrar la narración por las bravas. Al revés que muchos filmes actuales a los que les sobra metraje, diez minutitos escasos más no hubiesen venido mal para rematar adecuadamente esta sórdida historia. Esta es una de las patas fallidas de la que hablábamos al principio. Si hasta los Coen (y Woody Allen, visto que no supo acabar bien Cassandra´s Dream y no supo ni empezar su desastrosa Vicky Cristina Barcelona) fallan en los guiones, apaga y vámonos (o cómprense en DVD las colecciones completas de Los Soprano y El ala oeste de la Casa Blanca para volver a disfrutar de la escritura cinematográfica). La otra pata es la comercialización de los productos, algo que siempre una gran baza de los estudios de Hollywood, pero que aquí patina. ¿Cómo puede venderse Quemar después de leer como comedia? Ni negra ni nada. Es un agresivo drama sobre la miseria de la condición humana tan oscuro como No es país para viejos. Incluso más, pues al fin y al cabo Javier Bardem y compañía estaban alejados de nosotros pero los personajes de la última obra de los Coen son incómodamente cercanos. Es una cruel visión de las obsesiones americanas que por mor de la globalización ya son universales, como las crisis financieras.

 

            Gente obsesionada con el culto al cuerpo, descerebrados que se dejan llevar por las circunstancias, falócratas, ligones, ególatras frustrados en sus aspiraciones, y todos ellos intentando hacer una vida por encima de sus posibilidades humanas. No hay piedad ni esperanza para esta panda no de cretinos, como se está vendiendo, sino de seres patéticos en su propia miseria. No es de extrañar que no se levante ni una carcajada ante esta comedia humana nada graciosa. Como en otras obras de los Coen hay aficionados jugando a criminales de alto standing destinados al fracaso. Y azares que llevan a sombrías consecuencias. Y encima de todos ellos la CIA, que no se entera de nada de lo que está pasando ante sus narices. Sátira política y social, pues su presencia lleva al film a tratar el gran tema americano actual (o al menos lo era hasta que Lehman Brothers dijo basta): la paranoia de un país donde todos se sienten vigilados.

 

            Lástima del precipitado final que estropea la que podía haber sido una de las películas del año. Y junto a los guaperas intentando demostrar que son actores (mejor Clooney que Pitt) destacan la maravillosa Frances McDormand, en un papel que se merece una nominación al Oscar y John Malkovich, que tras años haciendo secundarios en películas que no estaban a su altura se desquita con Quemar después de leer.


¿De qué hablan los etarras?

octubre 9, 2008

Jaime Rosales ha hecho con Tiro en la cabeza un arriesgado experimento. Estaba preparando un film cuando le llegó la noticia del asesinato por parte de ETA de una pareja de guardias civiles en el sur de Francia. Ellos estaban en una operación de vigilancia desarmados –por lo visto ese es el acuerdo con el gobierno de París, pueden hacer su trabajo pero sin pistolas- y coincidieron en una estación de servicio con tres terroristas, que al percatarse los despacharon sin contemplaciones en el aparcamiento. Uno de los agentes murió en el acto y el otro tardó cuatro días en hacerlo. Ocurrió en Capbreton, el 1 de diciembre de 2007.

 

            El cineasta, que aún no podía soñar que con su segundo film, La soledad, iba a ganar el Goya dos meses después, decidió hacer una película de urgencia sobre el tema. Se preparó y rodó en tiempo record, pues nueve meses después de su brusca determinación Tiro en la cabeza se ha presentado en San Sebastián y se ha estrenado en cines (y en internet previo pago). Aviso a los que vivan en el entorno de Alcancero, no busquen el film en los cines de la Bahía, pues no está. La vi en Madrid en mi reciente escapada aprovechando el puente del Rosario.

 

            Film de urgencia, sí, y se nota demasiado. No tiene la rigurosa construcción de las otras dos obras de Rosales, y se halla hecha como a brochazos. Sigue la frialdad del escalpelo en su algo sociopática visión de las relaciones sociales, pero no basta. Así como en Las horas del día y en La soledad todo ello iba encaminado a mostrar una situación global de desamparo vital, aquí no lleva a ningún sitio. El problema es que Rosales cae en la trampa del final sorpresa, que como ya dije en el post anterior sobre El niño con el pijama de rayas  marca mucho la narración. A muchos les parecerá discutible que se centre en las horas previas del etarra antes del atentado. Seguramente su carácter de film minoritario le salvará de las iras de la carcundia copera y demás, pero esa visión unilateral puede dañar su recepción para muchos.

 

            O no. Rosales nos muestra la vida de este hombre. Come, bebe, va a fiestas, liga, habla con abogados, un urbanita solitario como tantos en nuestra desquiciada sociedad. Pero al final sabemos por qué lo hace. Como el psicópata de Las horas del día, la mejor película de Rosales hasta la fecha, es un asesino. Pero esa condición no atiende a un trastorno interior, sino  a que es un etarra. Esto nos obliga a replantearnos todo lo visto hasta ahora. La pregunta es qué pretende Rosales con esto. ¿Mostrarnos que un criminal es un hombre corriente y moliente cuando no está en lo suyo? ¿Hablar de los monstruos que se agazapan junto a nosotros en al autobús? No queda claro. Y es que la película se pierde en su propio artificio. Se rodó con cámaras ocultas, aunque los actores, no profesionales ninguno, sabían que les estaban filmando. Pero los diálogos se eliden y sólo queda el ruido ambiente. Únicamente se oye, con toda la intencionalidad del mundo, los “txakurra” (perro en euskera) que lanzan los etarras a los guardias civiles cuando van a por ellos. Pero todo esto, incluyendo la fealdad de los planos aplastados por el uso del teleobjetivo y el que algún incauto se pone delante del objetivo bloqueando la visión, como en las cámaras ocultas, la hace una película marciana.

 

            Aunque hay un problema moral. Con una cuestión tan sangrante como la del terrorismo en España, parece contraproducente hacer una película ensayo que prima la forma (y que da para un corto y no para 85 minutos de vellón) antes que el fondo. A lo mejor, después de todo, Tiro en la cabeza es la historia de una impotencia. Puede que Jaime Rosales no sepa de que habla un etarra en sus ratos libres y lo convierte en una pieza de un artificio. Pero a este Alcancero, como espectador y ciudadano español de primeros del tercer milenio, le gustaría saberlo. Tal vez así quedase una película menos arriesgada pero más efectiva.


Descubriendo Nunca Jamás

octubre 1, 2008

Tras ver El niño con el pijama de rayas uno no puede por menos que pensar en el viejo chiste racista y muy poco políticamente correcto: “Están matando en Ruanda a los negros y a los panaderos” “¿Y a los panaderos porqué?”. En principio, la versión cinematográfica que Mark Herman ha hecho del best seller de John Boyne es un nuevo film en el largo y cansino capítulo de películas sobre el Holocausto (salvo error u omisión, es la tercera sobre el tema en este 2008, tras El último tren a Auschwitz y Los falsificadores) pero su tesis no deja de ser resbalosa. La sensación que se tiene tras salir de la sala no es que el Holocausto sea terrible en sí, sino de que es muy malo porque ha muerto en la cámara de gas alguien a quien no le tocaba hacerlo. Como estos filmes que se cuestionan la pena de muerte no porque sea aberrante en si misma, sino porque le puede tocar ser electrocutado a un inocente.

 

            Y es el riesgo en que cae la historia pergeñada por John Boyne, que ahora busca su inspiración en el motín de la Bounty. Es de estas novelas demasiado centradas en el final sorpresa e impactante y en función de eso la trama cae en la trampa que señalaba en el párrafo inicial de este post. Siempre es peligroso usar niños para llevar grandes mensajes, pues la manipulación emocional de espectador se halla latente en todo momento. Y el planteamiento de un tema tan complejo como el exterminio nazi de los judíos con dosis de moralina es discutible. Cuidado, irresponsables alemanes de las SS que dirigís campos de concentración, vuestro estudiado sistema de muerte masiva puede volverse en contra vuestra. De nuevo se hace de este tristísimo episodio histórico un drama particular entre gente a la que no le tocaba.

 

            Y no es que el film carezca de interés, a pesar de su asepsia. Mark Herman es de estos directores tan correctos que dan grima. Nada chirría en sus trabajos, pero tampoco hay nada que nos entusiasme, como en los telefilmes de la BBC. A pesar de eso, hay temas interesantes en el guión, como el distanciamiento de la madre del niño protagonista de lo que hace su esposo, comandante de un campo de exterminio, como ejemplo de esa Alemania silenciosa que no apoyaba pero tampoco se oponía al hitlerismo. Y una excelente secuencia, como es la de la cena donde se descubre el pasado poco nazi del padre del teniente Kotler que acaba con la violencia hacía el asistente judío de la familia, mostrando como el fascismo busca chivos expiatorios para superar las contradicciones sociales. Pero ya apunté antes el problema. El final sorpresa hacia el que todo se dirige y que ahoga todos estos interesantes apuntes, como si el castigo de los cielos cerrase a la trama toda posibilidad de desarrollarse. Como en las dos películas que mencione al principio de este film, El niño con el pijama de rayas no pasará a la historia de los filmes sobre el Holocausto (aunque se atreva a filmar los prolegómenos del asesinato masivo en una cámara de gas) y abre una vía muy peligrosa de retorcimiento argumental para que brillen los escritores y directores, más allá de las implicaciones morales de tan resbalosa tragedia histórica.