Crónica de dos meses

            En un autocomentario hecho en el post anterior explico el motivo –o motivos- de mi ausencia del blog. Para recuperar el tiempo perdido, escribo esta rápida panorámica de lo que he visionado estas semanas, con la ventaja de que me puedo ahorrar lo escasamente interesante y centrarme en lo que merece la pena. La Historia siempre ha sido selectiva.

 

            Empezaré por los Oscars, que por mucho Hugh Jackman bailongo y cantongo es un ceremonia que va de capa caída. Los premios previos por donde desfilan siempre las mismas películas les han quitado encanto, y la ceremonia es un muermo que se parece a Operación Triunfo con el absurdo momento de cinco actores o actrices cantando los talentos de los/as candidatos/as. Eso podía tener su gracia en el caso de Penélope Cruz, pero hacérselo a una veterana con muchos tiros dados como mi cordialmente odiada Meryl Streep era infumable. Además la final de este año era deplorable. Sólo la crisis económica puede explicar que un timo como Slumdog Millonaire triunfase, con su dureza de diseño, su India para guiris (como la cancioncilla que ganó) y su mensaje cristianoide de que si sufres como un bendito tendrás tu recompensa. Pero es que sus compañeras de terna no eran mejores, a excepción de la emotiva El lector, que trasladaba a la pantalla todo el lirismo de la magnífica novela de Bernhard Schlink, con una soberbia Kate Winslet y un Ralph Fiennes que se merecía una nominación. Ya hablé de Mi nombre es Harvey Milk y El curioso caso de Benjamin Button. Frost contra Nixon es la clásica película que se va desfondando a medida que avanza su metraje. Es magnífico ver a Nixon tras su vergonzosa dimisión gestionando su desastre en vez de meterse en un bunker, pero luego el personaje acaba cayéndote bien y todo, centrado en una entrevista que tampoco fue para tanto. Eso sí, Frank Langella compone un untuoso y truculento Nixon que parece el ogro de los cuentos. Una interpretación que queda para las antologías. Ya puestos, los Oscar hubiesen ganado credibilidad de haber apostado por El luchador y The Visitor más allá de la solitaria nominación a sus actores principales. La primera, a pesar de patinar en los aspectos más melodramáticos, es una sorprendente visión de los luchadores, pintados como una panda de sadomasoquistas a los que les encanta sufrir. Y The Visitor es sencillamente una joya, un sensible film que sin estridencias es capaz de narrar con sobriedad una historia que mezcla superación personal e inmigración de forma original. Un gran film.

 

            Entre los aciertos de estos dos meses se halla por supuesto el gran Clint, que volvió a dar en su abultada diana con Gran Torino. En este curioso juego que el cineasta lleva consigo mismo y su imagen fílmica, su última obra es un grito donde deja bien clarito que ya está harto de ser oficialmente un killer. Pensada malévolamente como una nueva versión de Sin perdón, las expectativas del espectador quedan frustradas. Pero es también un hermoso film sobre la veracidad de los sentimientos más allá de los estereotipos sociales que representan los hijos del protagonista. Watchmen, que no ha tenido el éxito que se merecía, demuestra que una historia compleja no tiene que ser necesariamente mal adaptada (otro ejemplo sería L.A. Confidential). La sombría visión del superhéroe de Alan Moore fue respetada por Zack Snyder en un deslumbrante trabajo cuya heteredoxia queda clara en su ecléctica banda sonora, que va desde Bob Dylan en los magistrales títulos de crédito hasta Philip Glass. A muchos les decepcionó, y eso puede explicar su relativo fracaso comercial, que hubiese más reflexión y diálogo que acción. También tenemos en este bloque el debut del guionista mexicano Guillermo Arriaga como director tras su sonada ruptura con Alejandro González Iñárritu, que se encuentra rodando su primera película sin él en Barcelona con Javier Bardem. Arriaga, que demuestra algún problema de ritmo como cineasta, presenta en Lejos de la tierra quemada una de sus habituales historias desestructuradas como sus personajes, amargas y de gran intensidad, si bien como ocurría al final de Babel muestra una insospechada apertura a la esperanza. Y un film muy simpático resultó ser Duplicity, una recreación de los clásicos tipo Charada mezclando altas intrigas y romance de altos vuelos entre los carismáticos Clive Owen y Julia Roberts. No obstante, tras su aparente frivolidad, había unos ecos sombríos sobre la falta de confianza y la mentira en nuestro mundo contemporáneo.

 

            En el capítulo de fallidas, hay que abrir con Los abrazos rotos. Este Alcancero nunca quiso ir de listillo, pero se sonríe viendo como críticos que jaleaban los anteriores patinazos del manchego universal sacan los errores que uno lleva tiempo pregonando. ¿Ahora se dan cuenta de la arbitrariedad de sus guiones, de los diálogos que patean los oídos, de lo gratuito de muchas escenas (esa Kira Miró que sale, echa un polvo y se va)? La pena es que la historia tenía muchos posibles y en algún momento tiene enjundia, pero la media hora final es de risa. Más fría aún si cabe que la primera entrega resultó Che: guerilla. RAF, fracción del Ejército Rojo (despistante título español de The Baader Meinhof Complex, que no se sabía si hablaba de los pilotos británicos o de la batalla de Stalingrado) puso la nota europea. En ese proceso que le ha dado a los cineastas germanos por recuperar su historia reciente le ha tocado el turno al célebre grupo terrorista de los años 70, pero se hace la picha un lío. Explica demasiado algunas cosas y otras las da como sabidas, creando una gran confusión en el espectador. Y tampoco toma una postura clara ante sus protagonistas, entre el rechazo y la comprensión. A los interesados, es mejor recomendarle sobre el tema Stammheim: el proceso, film alemán de 1986 que de una forma casi brechtiana narraba el largo juicio al que fue sometida la banda. A ciegas es la versión que Fernando Meirelles ha hecho del Ensayo sobre la ceguera del Nobel Saramago. Una película que parece un film de catástrofes hecho para gafapastas, con su filosofía final New Age sobre la purificación del ser humano. Eso sí, como de costumbre brillaba con luz propia Julianne Moore. París, París es demasiado víctima de los excesos melodramáticos que eran propios del anterior film de Christophe Barratier, la sobrevalorada Los chicos del coro. Pero a los que les guste el musical lo pasarán bien con este elogio elegíaco a la vieja Chanson francesa.

 

            Y como es costumbre, el cine más descaradamente comercial americano es el que es cada vez menos interesante. La lista es de estos thrillers aparentemente llenos de sorpresas que no sorprenden, pues cualquier espectador medianamente avisado descubre lo que va a pasar a los diez minutos de proyección. Señales del futuro es un descacharrante film de Alex Proyas que evidencia que los méritos de Dark City tuvieron que ser del diseñador de producción. Tras un interesante principio lleno de genuino fantástico la película deriva hacia la Ciencia Ficción salvífica más irritante, con descreídos que de repente caen del caballo y creen en el más allá.

 

            Esto es todo lo que han dado de sí estos dos meses cinematográficos, que se han rematado con el sorprendente nombramiento de la presidenta de la Academia de Cine como ministra de Cultura. Uno recuerda la vieja y manida frase de Clemenceau: la guerra es demasiado importante para dejársela a los generales.

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