Tras el patinazo de El viento que agita la cebada, inverosímil Palma de Oro en Cannes que demuestra que no sólo los Oscars se vuelven locos de vez en cuando, Ken Loach ha vuelto a aguas más conocidas. Con su habitual guionista Paul Laverty plantea otro filme social a los que nos tiene acostumbrados. Pocos cineastas tan coherentes consigo mismos como el galés en su empeño de denunciar los males del neocapitalismo.
A muchos esto les aburre ya y niegan el pan y la sal del reconocimiento crítico a Loach, en estos tiempos desideologizados. No se dan cuenta que el director ha hecho su propia reconversión y ha ampliado sus horizontes temáticos, aunque parezca que no se mueve de donde está desde hace años. Llegó un punto donde cansaba ya tanto film sobre proletarios víctimas de las duras reconversiones empresariales del thatcherismo, pero el dúo Loach-Laverty se dio cuenta de los nuevos problemas sociales que la globalización estaba trayendo. En Sólo un beso trataban de una relación interracial entre un inmigrante musulmán y una maestra inglesa, con la incomprensión que levantaba. Y ahora, En un mundo libre…, demuestran sensibilidad para sacar a la luz varios males contemporáneos. Primero, el autentico esclavismo laboral a que se ven sometidos los inmigrantes en el primer mundo. Segundo, la proletarización a escala masiva que ya no afecta sólo a los obreros, sino a la clase media. La protagonista de la película es una chica con título que trabaja en una empresa de trabajo temporal, verdadera trata de negros aunque sean blancos, hasta que es despedida al negarse a ceder al acoso sexual de un compañero. Para buscarse la vida monta una agencia similar clandestina, que la lleva a radicalizarse con tal de salir adelante.
La clave de la película se halla en la conversación que la chica mantiene con su padre, un obrero “tradicional” jubilado con una buena pensión y que deplora las actividades de su hija. Ella le echa en cara que su generación tenía trabajos estables y que la suya –la nuestra- es presa de la inseguridad. Loach y Laverty no condenan a la chica, sino que la consideran una víctima más del sistema demencial del neoliberalismo. Aunque ella va haciendo disparates cada vez mayores para sobrevivir nunca pierde nuestra simpatía como ser humano. Una buena defensa contra todos los que acusan al cineasta de maniqueo.
Otro detalle interesante es el feminismo de la cinta. La chica tiene un hijo pero su entrega al trabajo le impide verlo mucho, criándose con su abuelo. Una crítica sobre lo difícil que tienen las mujeres hoy en día conciliar la vida laboral y familiar. No estaría de más que todos esos que tronan contra la disolución de la familia tradicional reflexionasen sobre como las condiciones socioeconómicas obligan a padres y a madres a trabajar para buscarse la vida.
Loach cuenta esto con su estilo aparentemente descuidado habitual, pero que en fondo es riguroso. En un mundo libre… no se halla exento de errores, como ese habitual personaje bondadoso que mete el dúo en sus filmes como si no se atreviesen a pintarlo todo muy negro. Aquí le toca a un comprensivo inmigrante polaco, que como de costumbre resulta inverosímil en su candidez y que además tampoco juega un papel muy importante. Pero este handicap no desmerece en nada el resto del film, que sigue siendo una lúcida visión sobre un mundo que se nos escapa de las manos.