El cansancio del héroe

febrero 5, 2008

Uno cree que el regreso de Johnny Rambo y Rocky Balboa de la manos de ese leño llamado Sylvester Stallone es algo más que el deseo del ¿actor? de levantar su hundida carrera. El bueno de Sly, como es llamado informalmente, no tiene el talento necesario para reciclarse en un secundario de lujo con derecho al Oscar. Ni la perspicacia de su amigo Arnie de convertirse en governator de California cuando intuye que sus buenos tiempos han pasado. Stallone es Stallone y con la tosquedad de sus dos personajes mayores sabe que sólo le queda seguir adelante con ellos, como única opción de seguir vivo.

 

El caso es que si el año pasado resucitó a Rocky, ahora le ha tocado el turno a John Rambo en un film llamado precisamente así, como el personaje. Y no es que la película sea buena, que no lo es, entre otras cosas por un guión maluno obra del propio Stallone que también dirige, pero un espectador atento notará en ellas ciertas sorpresas. Y es que parece que Sly aprovecha para hacer un paralelismo entre el antiguo veterano de Vietnam y su propia fracasada carrera. Rambo apareció por primera vez en Acorralado, en 1982, adaptando la novela Primera sangre de David Morrell. Era un film que se lamentaba de cómo los USA habían usado a sus soldaditos de carne de cañón en el sudeste asiático y luego los habían olvidado. Un lamento propio de la era postvietnam y postwatergate. Pero el año anterior a esta película Ronald Reagan había llegado a la Casa Blanca y empezó manu militari a devolver al águila del Tío Sam las plumas perdidas. Rambo, en sus dos siguientes incursiones de 1985 y 1989 se unió a esta tendencia. En una volvía a Vietnam a rescatar prisioneros de guerra, y en la otra luchaba ¡con los talibanes afganos! contra los soviéticos. Entonces se estaba lejos de sospechar que algún día esos fervientes anticomunistas pasarían a ser del eje del mal.

 

 Ahora Johnny Rambo está cansado. No hay un comprensivo coronel Truman, suponemos que porque el actor que lo encarnaba, Richard Crenna, murió hace tiempo. Se gana la vida cazando cobras para espectáculos y pescando en Tailandia. Hasta que un grupo de misioneros le pide ayuda para guiarlos a llevar consuelo a Bimania, que padece una sangrienta dictadura que no atrae mucho los medios de comunicación. Así, Stallone se cubre las hipermusculadas espaldas después del fiasco de los talibanes. Es difícil que un grupo de misioneros cristianos acabe atrayendo las iras de los futuros inquilinos del Despacho Oval. Y entrar a saco en Birmania es una causa justa.

 

Rambo pues no lucha contra los enemigos obvios del nuevo orden mundial, como son los árabes. Y en su tratamiento de la violencia sorprende. No es heroica y necesaria como en las otras entregas, sino desagradable. Johnny llega a la sorprendente conclusión de que si mata no es por su país, sino porque le va la marcha. Y cuando llega la esperada batalla final, su realismo y crudeza la aleja de toda traza de heroísmo. Es algo salvaje y sangriento, a lo Salvar al soldado Ryan. Miren por donde, al final el héroe acaba hastiado de la violencia. Hay un detalle muy significativo. Uno de los misioneros echa en cara a Rambo el uso de la violencia. Al final tiene que ejercerla. En las otras entregas de la serie esto hubiese estado bien visto. Pero ahora es un detalle que más que hablar de que siempre hay que tener un buen rifle a mano, queda como muestra de un mundo desquiciado donde hay que matar o morir. Sly se nos ha metido a filósofo darwinista.

 

Repito que John Rambo no es una buena película, pues es previsible, tosca y con diálogos y situaciones risibles. Pero el presumible cansancio vital de un hombre que generó millones para una industria que lo abandonó sin contemplaciones en las vacas flacas se transmite a su film. Johnnie ha madurado y ya sólo quiere pasar de todo. Héroes o no, así es como acabamos todos.


Nueva York bajo el terror del monstruo

febrero 5, 2008

Monstruoso tiene el problema de haberse estrenado después de [REC], con lo que su técnica de cámara al hombro ya no puede sorprender. Aunque la propuesta es más radical formalmente. El que maneja la digital en el film de Matt Evans (aunque el verdadero cerebro es el productor J.J. Abrams, el padre de Perdidos, Alias y Felicity, y director él mismo de la tercera parte de Misión imposible), no es un cámara profesional como en la película española. Es un joven participante en la  fiesta de despedida neoyorquina de un yuppie que se va a Japón a ocupar el cargo de vicepresidente de una empresa. Sólo que en vez de documentar un sarao acaba filmando el ataque de un desproporcionado monstruo sobre la Gran Manzana. Como en la reciente Soy leyenda, Nueva York vuelve a ser el epicentro de las catástrofes mundiales. Secuelas del 11-S que aquí son más evidentes. Entre otras referencias al desastre de las Torres Gemelas, se levanta una inmensa polvareda que engulle a los protagonistas, como cuando los emblemáticos rascacielos se vinieron abajo.

 

            Pero volviendo al hilo, el hecho de que el que filma el desastre sea un aficionado hace que Evans y Abrams se arriesguen con una gran desaliño formal. Hay planos truncados, desencuadrados, lo que da sensación de urgencia que se acopla muy bien con el espíritu del film. Monstruoso no se centra tanto en los ataques del extraño coloso como en lo que significa moverse en un mundo que de repente se ha vuelto de conocido a hostil. Es más sobre las consecuencias de lo que está ocurriendo que sobre lo que ocurre en sí. Así, los ataques del monstruo y sus adláteres, una especie de insectos que se desprenden de su coriácea piel y son muy letales, están rodados de forma casi impresionista. La técnica del film hace que sea más importante la confusión que generan que verlos detalladamente. Es una película sobre el caos.

 

            Y sin embargo, a pesar de estas atractivas premisas, Monstruoso no redondea la faena. Como la propia [REC], como la lejana madre espiritual de estos filmes, El proyecto de la bruja de Blair, el artificio se vuelve en su contra. Resulta cansina tanta cámara al hombro. Es muy difícil para unos actores mantener hora y media la sensación de naturalidad sin caer en el estereotipo. Es increíble que el que maneje la cámara no la suelte ni cuando los insectos ataquen. Y, sobre todo, los alardes técnicos están bien cuando hay una historia detrás que lo sostenga, y no es el caso. Monstruoso es un convencional relato de un grupo de amigos al rescate de una de ellas que ha quedado atrapada. Y se toma demasiado en serio a sí misma, lejos del sano pitorreo que en el fondo informaba el film de Plaza y Balagueró. Nuevamente, una película que ofrece mucho menos de lo que promete.


Esperanzas goyescas

febrero 4, 2008

Al salir hace poco más de un mes las candidaturas de los Goya, les hablé en otro post de cómo estos premios no parecían encontrar su sitio. Polémicas con las candidaturas, decisiones absurdas para acortar la gala, extrañas presencias en los aspirantes, sobre todo en las categorías de revelación. Pero miren por donde, los Goya anoche demostraron tener futuro. Se consiguió hacer por fin una ceremonia ágil donde quedó claro que el problema para aligerarla no era el exceso de candidaturas, sino los guiones y los presentadores. A Corbacho se le ha dado prácticamente la dictadura en el escenario y el resultado ha sido muy provechoso. Nos figuramos que el ex miembro de la Cubana, también director –su segundo film se estrena en los próximos meses-ha conseguido plaza fija en la conducción de la gala durante bastante tiempo. Su humor parodiando los filmes finalistas y sus bromas, como tras cuando disparar al público travestido del Bardem de No es país para viejos dijo “le he dado a Carlos Boyero y a cuatro académicos, me sabe mal por los académicos”, es muy apropiado. Entre todos se consiguió que la gala durase menos de dos horas y media, un record positivo. Al final se demostró que se pueden entregar las categorías de cortos y alguna más. Sería cuestión de recuperar el próximo año la Mejor Película Europea.

Como de costumbre, y paradójicamente, la mayor amenaza para el ritmo vino de los actores. Capaces de memorizarse párrafos enteros para sus trabajos pero muy torpes a la hora de agradecer premios. Maribel Verdú se conmovió tras derrotar a la gran favorita y lo de Alfredo Landa no tuvo nombre, pues él si que tuvo tiempo de preparar un discurso como Zeus manda y no esa confusa mezcla de agradecimiento y elogio de su trabajo. Menos mal que Alberto Sanjuán le cerró el camino al doblete y nos evitamos una segunda parte. Por cierto, que otra amenaza a la gala es la media hora de retardo en la emisión televisiva. En los digitales de internet daban los premios al instante. Claro que ellos no pueden enseñar los trajes y escotes.

Otro motivo de esperanza es el desarrollo de los premios, donde los votantes por una vez huyeron de lo obvio. Visto el triste panorama del cine español en 2007 –por algo dijo la presidenta de la Academia en su discurso institucional que “la taquilla no lo es todo”- había dos opciones algo extremas: o apoyar al blockbuster del año que junto con [REC] saneó las cuentas in extremis o apoyar al cine de autor puro y duro de La soledad, un film en las antípodas de un El orfanato capaz de estrenarse hasta en Helsinki (vi el cártel finés allí con mis propios ojos, Orvokotti). Se decidieron por esto último, en una sana y honrosa decisión, pues la rigurosa película de Jaime Rosales es de lo mejor del 2007. El tiempo dirá si esto es el inicio de una tendencia o una anomalía de un anómalo año, y cuando regresen Amenábar, Almodóvar y compañía volveremos a lo de siempre. El caso es que tanto los Goya como los Oscars han puesto a El orfanato en su sitio, el de un hábil producto comercial.

También fue una noche de derrotar a favoritos. La excelente Verdú por la sobreactuada Rueda, el veterano Cervino, Sanjuán por Landa, Manuela Velasco por Gala Évora (aunque si les digo la verdad aquí me da igual porque me da lo mismo), José Luis Torrijo por Gonzalo de Castro, etc. En suma, que visto lo de anoche, sólo queda afinar las candidaturas y darle su sitio a todos para que de verdad los Goya puedan ser al fin tras más de dos décadas la gran fiesta del cine español.


Juventud, divino aburrimiento

febrero 4, 2008

Hace tres años, el sevillano Jesús Ponce sorprendió con su primer film, 15 días contigo. Se unía a la moda social de una parte de nuestro cine contando las peripecias de una mujer madura intentando buscarse la vida tras salir de la cárcel y su relación con un homeless. La película respiraba veracidad por sus cuatro costados y más allá de su crónica social resultaba un ajustado retrato de unos perdedores y sus deseos de dejar de serlo.

Ponce repite la jugada corregida y aumentada con Déjate caer, donde mejora los resultados de su debut. Hay que reconocer que a pesar de sus virtudes, su ópera prima tenía un final algo forzado ausente ahora. En principio, su nueva obra parece unirse a esas temibles apologías de los canis, tipo la sobrevalorada hasta la extenuación Siete vírgenes. Habla de tres chavales de barrio que se pasan la vida en el respaldo de un banco bebiendo cervezas y comiendo palmeras, fantaseando con la panadera que les sirve estos productos. No obstante, es una falsa alarma. Aunque los chicos tienen familias problemáticas (uno es hijo de una posesiva viuda, otro hijo de un borrachín, el tercero de un padre que sólo ve la tele y pregunta si su hijo tiene derecho a la andaluza paguita) no son víctimas del sistema. También queda claro su responsabilidad individual y su complejo de Peter Pan, hasta que la realidad se va imponiendo y les obliga a tomar decisiones. A esta fuga de la apología cani contribuye la mordaz crítica contra sus usos y costumbres, como el impagable personaje de la ligona hermana de uno de los protagonistas. Es curioso que a pesar de que gran parte de la película transcurre en la calle los transeúntes brillan por su ausencia, centrando el conflicto entre sus protagonistas y dándole a la narración un sorprendente aire de película de cámara.

Por lo demás el director mantiene sus armas, la gran veracidad en lo narrado y la simpatía por sus personajes, que no excluye la crítica. En el fondo, es una crónica del precio inexcusable que hay que pagar por madurar y dejar atrás la prolongada adolescencia. El único fallo entre el conjuntado y espléndido grupo de protagonistas lo da el que los tres jóvenes (Iván Massagué, Darío Paso, Juanfra Juárez) no tienen el necesario acento andaluz para lo que se supone transcurre en un barrio popular de Sevilla. Pero lo compensa la debutante Pilar Castro con su sencillez. Un ejemplo de cómo Jesús Ponce sabe trascender un material que podía ser tópico y complaciente a lo Siete vírgenes y hacer una estimulante película.


Cursilería decimonónica

febrero 4, 2008

Si en la película anterior de la que les escribía, En la ciudad de Sylvia, se hablaba de forma abstracta del amor, en esta que lleva esa manoseada palabra en el título, El amor en los tiempos del cólera, se usa y abusa de sus aspectos más cursis. Este Alcancero, que ve mucho cine y no lee todo lo que debiera, al menos literatura, no conoce bíblicamente el libro de García Márquez que lo inspira. Gente muy fiable me dice que es una obra hermosa, pero la adaptación de Mike Newell parece que no se ha enterado de nada. Es difícil en estos pragmáticos tiempos hacer pasar una historia amorosa al estilo decimonónico. Seguramente, la prosa del Nobel colombiano lo consigue, pero la película no. Resultan bastante increíbles estos ataques de cursilería, que tampoco tienen mucha inspiración en su ejecución.

            Hay otros aspectos muy discutibles. Es una típica película meeting polt donde se mezclan sin orden ni concierto actores españoles, colombianos, italianos y estadounidenses. Javier Bardem está estupendo pero tiene el mismo problema que George Clooney en la sobrevalorada Michael Clayton: es una presencia cinematográfica demasiado rotunda para ser creíble como un personaje en el fondo bastante pánfilo. Menos mal que los hermanos Coen parecen haber sabido esto dándole el papel de asesino en la inminente No es país para viejos. Los demás no están a su altura. Giovanna Mezzogiorno como el objeto de los deseos de Bardem durante medio siglo no parece envejecer al mismo ritmo que sus compañeros. El mediocrísimo Benjamín Bratt como su esposo esta sencillamente fatal. Lo peor, empero, es que en manos de un anglosajón como Newell, el lejano director de Cuatro bodas y un funeral, El amor en los tiempos del cólera se convierte en una tópica película de hispanos chillones e hiperactivos. El que Shakira punteé la acción con sus hipidos, como si no hubiese otra música sudamericana, es muy significativo.

 

            En fin, que García Márquez sigue sin tener suerte en sus versiones para el cine. El amor en los tiempos del cólera se une a las fallidas Erendira, El coronel no tiene quien le escriba o Crónica de una muerte anunciada. A lo mejor sencillamente es que hay escritores a lo que es mejor dejar en paz cinematográficamente hablando porque su mundo no es trasladable y sólo funciona en el mágico terreno de las palabras.


El eterno femenino

febrero 2, 2008

En la ciudad de Sylvia, más que una película intimista, es una abstracción sobre el eterno femenino. No hay apenas trama argumental, sólo la mirada del protagonista, un joven que amó a una mujer en Estrasburgo y vuelve seis años después a ver si la reencuentra. Este Alcancero no recuerda quien dijo la siguiente frase, pero es muy apropiada para el film. Amamos a una mujer, pero la buscamos en todas. Más allá del romanticismo, la película es una sugerente muestra de algo que podía ser patológico y se convierte en una penetrante visión del amor. El protagonista se pasa la primera parte de este film aparentemente moroso pero lleno de fuego interior como le pasa a él mirando chicas desde la mesa de un velador. Se halla buscando la belleza en abstracto en todas las mujeres que ve, sin caer en el deseo. Es una búsqueda espiritual. Hasta que cree hallar a su viejo amor en una paseante a la que empieza a seguir. Tras muchas vueltas y revueltas, la aborda y descubre que no es ella. Una caída en la depresión noctámbula y vuelta a empezar.

            En el fondo En la ciudad de Sylvia es una película sobre las dificultades del amor. Todos somos como este francesito (encarnado por Xavier Lafitte) que buscamos a nuestra media naranja en los sitios más insospechados. Fantaseamos con las personas que vemos atrayéndonos su belleza, su risa, su encanto, pensando que tal vez ahí esté nuestro/a compañero/a, aunque no nos acerquemos a la postre ni a decir hola. Tal vez otra voz interior nos diga que mejor dejarlo en el terreno amorfo de la imaginación, sin romper el encanto. De esto, de la levedad de las sensaciones nos habla la película de José Luis Guerín, más arriesgada y fructífera que su algo sobrevalorada En construcción. Y es que todos hemos seguido por las calles de nuestra vida eso tan etéreo llamado amor y podemos entender la peripecia del protagonista.


Corrientes subterráneas

febrero 1, 2008

Sarah Polley es otra actriz que ha sentido el impulso de ponerse tras la cámara y narrar como directora sus propias historias. Su debut, Lejos de ella, es mucho más que prometedor, pues ha conseguido una excelente y sugerente película. Actriz favorita de Isabel Coixet, protagonista de Mi vida sin mi y La vida secreta de las palabras, algo de influencia de la directora catalana muestra en el intimismo de su narración. Pero ofrece una  personalidad propia que de seguir así ha de dar muchas alegrías al cine.

            De alguna manera, Lejos de ella tiene algo que ver con Mi vida sin mi. Si en el film de Coixet una mujer preparaba la vida de su esposo al saberse mortalmente enferma, en el de Polley otra esposa afectada de Alzheimer se interna en una residencia para no ser una carga para su marido, con el que lleva 44 años casada. Este drama está narrado con una gran sensibilidad y sobria elegancia. La directora no carga las tintas en lo lloroso en ningún momento, sino que consigue que la sensibilidad pasé como una corriente subterránea sin alharacas y sin recursos fáciles. Queda claro lo terrible de perder los recuerdos y, sobre todo, de que todo tu mundo conocido se convierta en algo extraño. Ella olvida quien fue su esposo y éste debe acostumbrarse a que tras casi medio siglo de feliz convivencia su mujer se ha convertido en otra persona. La lucha por que los que los unió siga vigente marca su relación ahora.

            Pero Sarah Polley, también guionista, no convierte Lejos de ella en una historia épica, sino que mete sus sombras. Por mucho amor que haya entre ellos, la vida sigue, y cada uno, ella en su olvido y él en su soledad, busca sus estrategias de supervivencia. Pero hay otro detalle más malévolo. Con ingenio, la directora deja caer que tal vez ella no esté tan mal y que puede estar exagerarando su Alzheimer para vengarse retrospectivamente de su esposo, que abusó con frecuencia de su condición de profesor para seducir a sus alumnas. Este magnífico planteamiento se redondea con detalles secundarios. A la maravillosamente envejecida Julie Christie, con todas las papeletas para ganar el Oscar por su papel, y un magnífico Gordon Pinsent como su esposo, se une esa comprensiva enfermera, muy de peli de Coixet, por cierto, y la supervisora de la residencia, una educadísima e implacable cabrona que gestiona a sus enfermos como si fuesen ladrillos. Mimbres todos ellos que hacen un cesto de categoría.


Pobre niño rico

febrero 1, 2008

¿Es posible la libertad suprema en la sociedad neocon? ¿Se puede renunciar a todo y convivir con la naturaleza en armonía?. A esa pregunta intentó responder Christopher McCandless entre 1990 y 1992. Hijo de un ingeniero de la NASA, brillante estudiante, tras acabar la universidad decidió cumplir su sueño de irse a vivir en lo salvaje (Into the Wild, título original de Hacia rutas salvajes) en Alaska. Desde Georgia en la costa Este de Estados Unidos inició un viaje recorriendo el país hacía su objetivo, que resultó ser un desastre. McCandless no estaba preparado para vivir a lo Jack London y tampoco se preocupó mucho de ello. Jon Krakacuer escribió un libro sobre su peripecia y ahora el actor Sean Penn lo ha adaptado en su cuarta película como director.

            A Penn se le nota enamorado de su personaje y de su peripecia. Más allá de la alternativa hippie, el joven era un individualista acérrimo, que no tenía interés en cambiar la sociedad y sólo ir a la suya. No en vano era un atento lector de Thoreau, el anarquista al que se considera padre del ecologismo. Y aquí se halla el principal problema de la película. Este Alcancero no acaba de comulgar con McCandless y su aventura. Más que un individualista antisistema, le parece un niño pijo que se cree con derecho a todo. ¿Qué está prohibido bajar por un río en canoa? No importa, él se agencia una y transgrede la ley. ¿Qué no tiene ni idea de caza y de sobrevivir en las soledades de Alaska? Que más da, el tiene sus libros de Thoreau y una absurda obra sobre plantas comestibles y salvajes que a la postre no le sirve de nada. Si se molestan en ver la voz Christopher McCandless en la wikipedia verán que coincidiendo con el film de Penn se rodó un documental menos complaciente, donde los alaskeños critican la improvisación y la torpeza del joven. Como esos domingueros que se adentran en la montaña amenazando nieve y luego tienen a la Guardia Civil jugándose la vida para rescatarlos. Incluso uno tiene la malévola sensación de que McCandless hubiese sido el típico que tras vivir en su juventud una experiencia vagabunda hubiese vuelto a casa a cumplir su destino de burgués americano.

            Esta fascinación por el personaje lleva a Sean Penn a cometer otros errores. En el retrato de sus padres, por ejemplo. A pesar de estar muy bien interpretados por William Hurt y Marcia Gay Harden, son demasiado caricaturescos y exagerados. De acuerdo que sus broncas y su hipocresía social son uno de los disparaderos que llevan a su hijo al vagabundeo, pero se excede en su caracterización como contraposición a la nobleza de su hijo. La dirección es irregular, alternando los momentos enfáticos con los intimistas. Lo que si hay es una libertad formal que recuerda a los filmes hippies de los 60, como si McCandless fuese su heredero.

            Sin embargo hay un aspecto que resulta muy fructífero en la película y acaba salvándola de la hagiografía new age. A lo largo de su recorrido, el joven se topa con la posibilidad de ser parte de familias alternativas que saben lo que es el dolor de la ausencia. Así pasa con la pareja de hippies trasnochados (ella es la maravillosa Catherine Keener, una de las actrices más desaprovechadas del Hollywood actual) cuyo hijo también se marchó como McCandless y no han vuelto a saber de él. O ese anciano, encarnado por el veterano Hal Holbrook que ha conseguido colarse en la final de los Oscars con su gran trabajo, que le ofrece adoptarlo porqué no tiene herederos. Como en algunas historias clásicas el héroe tiene la opción de cambiar su destino aunque no hace caso de las señales. Y tiene ocasión de comprobar el dolor que la ausencia injustificada de un hijo provoca, sin que cambie sus objetivos.

            Tras ver este irregular Hacia rutas salvajes y sus equivocados planteamientos, sólo queda recomendar que se recupere el anterior film de Sean Penn como director, El juramento, donde daba la medida de lo que es capaz como cineasta.