Política de aficionados

La guerra de Charlie Wilson es de estas películas que esconden una gran trampa. Se vende como un nuevo escalón en la cadena de filmes que progresivamente le están dando caña a la administración Bush, pero no es tan crítico el lobo como lo pintan. Parte de la culpa la tiene el guionista, Aarón Sorkin, un sujeto ideológicamente muy ambiguo. Sorkin escribió los libretos de Algunos hombres buenos y El presidente y miss Wade. El primero era una militarada sin concesiones, y el segundo dio pie a la obra maestra del guionista, la excelente serie El ala oeste de la Casa Blanca, creación suya y cuyas primeras temporadas escribió. Es un magnífico dialoguista y su acercamiento al poder no es nada destructivo. Más bien es lo que en América llaman un “demócrata Jeffersioniano”, rasgo que comparte con Michael Moore. Ninguno de los dos cuestiona el sistema, sino su perversión en manos de las élites actuales. Su idea es volver a los viejos tiempos de las asambleas y de la democracia más verdadera y menos tecnocrática. 

La película que nos ocupa es buena prueba de ello. La guerra de Charlie Wilson recupera una historia real, la del congresista por Texas del mismo nombre que se dedicaba a la buena vida sin preocuparse mucho de su labor legislativa hasta que se cruzó la invasión rusa de Afganistán. Impulsado por una ultraderechista millonaria amiga y ocasional amante consiguió que la CIA se tomase el tema en serio y multiplicase ad infinitum sus esfuerzos allí, dando armas y aprovisionamientos a los guerrilleros afganos hasta que consiguieron expulsar a los soviéticos de su país. La consecuencia es conocida. Se ganó la Guerra Fría pero quedaron miles de radicales islámicos armados y entrenados que acabaron convirtiéndose en la pesadilla de la América actual. Pero el guión no incide en esto ni cuestiona el derecho de Estados Unidos a librar sus guerras encubiertas. Más bien es una defensa del individualismo americano frente a la burocracia estatal. Mientras que los poderes oficiales no se tomaban en serio lo de Afganistán, Wilson, su amiga ultra y un pintoresco agente de la CIA que, oh sorpresa, se lleva mal con sus jefes acostumbrados a la política de despachos, lo arreglan todo.  

Visto desde ese punto de vista, es admirable. Pero no deja de ser inquietante que la política de Washington acabe en manos de una panda de aficionados. Que el filme no se cuestione esto ni la extraña alianza que incluye una multimillonaria ultraderechista y ultracatólica junto con un congresista más interesado en ligar que en legislar es sorprendente y daña mucho su presunto pedigrí liberal. Hay que hacer lo que hay que hacer en cada momento y no importa quien lo ejecute, parece ser el mensaje de la película. Hay dos escenas muy significativas. La primera cuando Wilson se conciencia tras una cinematográficamente manipuladora visita a un campo de refugiados afganos. Nadie ha parecido caer en que eso está ocurriendo ahora mismo en Irak. La segunda, cuando tras la derrota soviética, los planes del congresista para reconstruir Afganistán caen en saco roto. El papel de América no debe ser sólo guerrear, sino también ayudar. 

No obstante la película es interesante para públicos que no quieran calentarse mucho la cabeza con cuestiones políticas. Sorkin demuestra su habilidad para los diálogos, Mike Nichols, sí, el de El graduado, dirige con ritmo y los actores, en especial un divertidísimo Philip Seymour Hofffman, están muy bien. Pero uno sale con una excesiva sensación de que le han querido dar gato por liebre. Lo que queda claro es que en Estados Unidos hay una “tercera vía” que no reniega del papel imperial del país, sino que quiere que se ejerza con más dignidad y generosidad. ¿Votarán estos a Hillary, Obama o a McCain?.

3 Responses to Política de aficionados

  1. Muy cierto. No es tan crítico como la gente quiere creer. Que critica lo cutre que es todo en la Casa Blanca, sí. Pero no critica matar soviéticos, por ejemplo. O gastar mil millones de dólares en gente que ahora son talibanes.

  2. Yo soy ESA dice:

    Sin trampa ni cartón, sobre todo sin cartón. Porque creo que la película no engaña a nadie, únicamente es de fondo ambivalente, depende de quién la vea leerá lo que guste. Le pasa a muchas obras, en celuloide, en papel, y en esta un progre antiyanki verá una sátira desveladora de las barbaridades políticas y humanas de la historia y tendrá su puntito de indignación, sin dejar de atragantársele escenas como la del tanteo de resultados con una música de fondo wagneriana o de la quinta, y un militarista faccioso salivará con detalladas batallitas y numeritos de «¡que listos son los Seals y los de Hinteligencia!», los planos de héroe americano bebedor, triunfador y mujeriego (que se sale con la suya sin excesivos escrúpulos), asumiendo en cambio solo la espinita de que ese será el futuro del terror actual y que, NoBodyIsPerfect, la maquinaria no da para aulas.

    Es destacable la inversión en efectos especiales, que parece haber echado mano de los creadores de videojuegos y sus promos. Pero contrasta gravemente con irregularidades narrativas, verbigracia: campos de refugiados bastante realistas (¿cuáles son?, no me quedé a verlo), con fantoches árabes dando saltos tras derribar nerviosísimos como colegiales helicópteros soviéticos y entrevistas con presidentes intragables por contexto.

    Sin cartón, porque tampoco es que tenga mucha consistencia general, a pesar, eso sí, de algún buen actor por el camino y como ejercicio maniqueo de divertimento. No da para más.

    Una sabía a lo que se arriesgaba gracias a Alcancero, no obstante una es tomasina, que se aprende mucho.

    Besitos a todos.

  3. alcancero dice:

    No estoy de acuerdo con que la película no engañe. Como digo en mi post, es una especialidad americana el hacer pasar obras conservadoras como críticas, y «Charlie Wilson» se apunta a esto. Lo que viene a decir es que si hubiese una administración con los cataplines bien puestos no harían falta anarquistas antiestatales de derechas como los presentados en el film que hiciesen las cosas a su modo. Además, insisto en que la película no condena el derecho de EE UU a imponer su ley en el mundo, más bien todo lo contrario. A lo que le dan es a su falta de visión para arreglar las cosas después de arrojar las bombas, lo que no deja de ser una nueva imposición de la «pax americana». Eso sí, usted apunta muy bien en que ciertas escenas tratadas con comicidad, como la que cita de los talibanes tras derribar los helicópteros (los mismos que tumbaba el resurrecto John Rambo en la tercera entrega de la serie) no dejan estar fuera de contexto. Gracias por participar.

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