Parece ser que Woody Allen le ha tomado el gusto a inspirarse en la literatura decimonónica para sus últimos trabajos. Si en Match Point tomaba el arribismo de Zola y la novela naturalista francesa como objetivo, en la incomprendida El sueño de Cassandra (lástima de final fácil) era la tortura moral de Dostoyevsky. Ahora, en su célebre antes de estrenarse producción barcelonesa, vuelve su mirada a Henry James y a sus americanitas perdidas en la libidinosa Europa. Vicky y Cristina, sus protagonistas, son herederas de Daisy Miller y las bostonianas que pergeñó en su momento el novelista neoyorquino.
Ahí tenemos a Scarlett Johansson, Javier Bardem y Penélope Cruz, con la pobre Rebecca Hall de convidada de piedra, dando cuerpo a la fantasía española de Woody. Porque ese es el calificativo que merece este film, el peor en la carrera del genio neoyorquino. Tal vez abandonar el mundo anglosajón le siente mal o se sienta en deuda con nuestro país merced al Príncipe de Asturias. Pero la impresión que se tiene al ver Vicky Cristina Barcelona es que se lo ha tomado como unas vacaciones, tanto físicas como creativas. Si no, no se entiende este guión tan lleno de arbitrariedades y donde el topicazo más hiriente cae de vez en cuando. Es posible que a Woody le parezca de lo más normal que un sujeto pintor tenga el título de piloto y un amigo que le deje una avioneta. A lo mejor es para él un símbolo de la libertad española, pero es un disparate. Tanto más cuando esta secuencia es un pretexto para que los personajes se vayan a Oviedo para enseñarla para el morro. Claro que podía ser peor. En un momento de la trama dos de los personajes se van a Sevilla. Afortunadamente, se nos ahorra ese episodio.
Y así va todo. El novio americano de Vicky es metido con calzador en la trama cuando decide irse a Barcelona porque es guay casarse allí con ella (¡). Para gozo de los nacionalistas de la debilitada ERC, la misma Vicky se halla haciendo un master en identidad catalana en sus Estados Unidos natales (!!). Hay en los jardines de Barcelona tocaores convenientemente morenos y barbudos interpretando el romance anónimo (!!!). Hasta las prostitutas del Raval son encantadoras en esta impostura de película. Pero lo que a Alcancero más rabia le dio fue el tratamiento del ex matrimonio encarnado por Bardem, cuyo talento se contagia del despiste general del film, y la insoportable Pé, que al menos tiene el detalle de retrasar su insoportable presencia a la segunda parte de Vicky Cristina Barcelona. Sus peleas no dejan de ser el tópico de la pareja ardiente y gritona latina made in Hollywood. Y es que insistimos que Allen lejos de su anglosajonia parece perderse.
Además, Allen da un paso atrás pues vuelve a sus historias, que parecían superadas, de parejas que se cruzan y descruzan entre ellas, modelo que hace tiempo agotó y del que se salvo gracias al giro dado por la gran Match Point. Y se contagia del mal de gran parte del cine catalán de caer en huecos personajes de diseño, todos ellos artistas y que viven en grandes casas de campo, como si el tema inmobiliario que ahora está estallando no les afectara. Eso sí, Woody le regala por el morro a Scarlett Johansson unos primeros planos absolutamente dignos de los que Stenberg montaba a su musa Marlene Dietrich. Woody, viejo verderón, tú si que sabes.