La fantasía española de Woody

septiembre 27, 2008

     Parece ser que Woody Allen le ha tomado el gusto a inspirarse en la literatura decimonónica para sus últimos trabajos. Si en Match Point tomaba el arribismo de Zola y la novela naturalista francesa como objetivo, en la incomprendida El sueño de Cassandra (lástima de final fácil) era la tortura moral de Dostoyevsky. Ahora, en su célebre antes de estrenarse producción barcelonesa, vuelve su mirada a Henry James y a sus americanitas perdidas en la libidinosa Europa. Vicky y Cristina, sus protagonistas, son herederas de Daisy Miller y las bostonianas que pergeñó en su momento el novelista neoyorquino.

 

            Ahí tenemos a Scarlett Johansson, Javier Bardem y Penélope Cruz, con la pobre Rebecca Hall de convidada de piedra, dando cuerpo a la fantasía española de Woody. Porque ese es el calificativo que merece este film, el peor en la carrera del genio neoyorquino. Tal vez abandonar el mundo anglosajón le siente mal o se sienta en deuda con nuestro país merced al Príncipe de Asturias. Pero la impresión que se tiene al ver Vicky Cristina Barcelona es que se lo ha tomado como unas vacaciones, tanto físicas como creativas. Si no, no se entiende este guión tan lleno de arbitrariedades y donde el topicazo más hiriente cae de vez en cuando. Es posible que a Woody le parezca de lo más normal que un sujeto pintor tenga el título de piloto y un amigo que le deje una avioneta. A lo mejor es para él un símbolo de la libertad española, pero es un disparate. Tanto más cuando esta secuencia es un pretexto para que los personajes se vayan a Oviedo para enseñarla para el morro. Claro que podía ser peor. En un momento de la trama dos de los personajes se van a Sevilla. Afortunadamente, se nos ahorra ese episodio.

 

            Y así va todo. El novio americano de Vicky es metido con calzador en la trama cuando decide irse a Barcelona porque es guay casarse allí con ella (¡). Para gozo de los nacionalistas de la debilitada ERC, la misma Vicky se halla haciendo un master en identidad catalana en sus Estados Unidos natales (!!). Hay en los jardines de Barcelona tocaores convenientemente morenos y barbudos interpretando el romance anónimo (!!!). Hasta las prostitutas del Raval son encantadoras en esta impostura de película. Pero lo que a Alcancero más rabia le dio fue el tratamiento del ex matrimonio encarnado por Bardem, cuyo talento se contagia del despiste general del film, y la insoportable Pé, que al menos tiene el detalle de retrasar su insoportable presencia a la segunda parte de Vicky Cristina Barcelona. Sus peleas no dejan de ser el tópico de la pareja ardiente y gritona latina made in Hollywood. Y es que insistimos que Allen lejos de su anglosajonia parece perderse.

 

            Además, Allen da un paso atrás pues vuelve a sus historias, que parecían superadas, de parejas que se cruzan y descruzan entre ellas, modelo que hace tiempo agotó y del que se salvo gracias al giro dado por la gran Match Point. Y se contagia del mal de gran parte del cine catalán de caer en huecos personajes de diseño, todos ellos artistas y que viven en grandes casas de campo, como si el tema inmobiliario que ahora está estallando no les afectara. Eso sí, Woody le regala por el morro a Scarlett Johansson unos primeros planos absolutamente dignos de los que Stenberg montaba a su musa Marlene Dietrich. Woody, viejo verderón, tú si que sabes.


Cine a reloj parado

julio 3, 2008

Fernando Colomo es un superviviente sin sitio. Sigue agarrado como cual Peter Pan a la comedia madrileña de la que fue santo y seña en los tiempos de la Transición. Otros compañeros suyos de generación, como Fernando Trueba o Almodóvar, ya hace tiempo dejaron lo cañí y se metieron en jardines más sofisticados, pero él sigue a lo suyo. Lo malo es que no sólo se le ha parado el reloj a él como cineasta, sino que sus historias se contagian de ese infantilismo vital.

 

            Y es que viendo su última obra, Rivales, uno piensa que sus personajes no evolucionan y parecen incapaces de superar la fase anal. Colomo debe ser conciente de este problema e intenta darle más peso dramático a sus protagonistas, contando con la ayuda de Joaquín Oristrell e Inés París al guión, pero no lo consigue. Al final son todos unos obsesos sexuales como alumnos de instituto y eso parece ser el fin de sus vidas. Hasta los chicos que salen en el film parecen más adultos que sus mayores. Da igual el intento de densidad dramática de la trama, o que se quiera hablar en clave de comedia de las tensiones entre Madrid y Cataluña. Colomo siempre fue un tipo demasiado amable como para entrar a saco en nuestras diferencias territoriales o en cualquier detalle de los que ensombrecen el alma human y su devenir por este valle de lágrimas.

 

            Hay otro intento en Rivales de ponerse al día como es usar el ya manido truco de presentar a los personajes con historias separadas que al final confluyen. Esta vez tiene su lógica, puesto que todos ellos van a Sevilla a jugar o ver jugar a sus hijos una final de fútbol juvenil y ya el argumento les pone a huevo lo de relacionarse. Pero las diversas peripecias están muy desequilibradas. La de Ernesto Alterio y su hijo se parece demasiado a Carreteras secundarias, novela de Martínez de Pisón y película de Martínez Lázaro. La de la trastornada Kira Miró y los falsos guardias civiles es demasiado grotesca. Y el personaje de Juanjo Puigcorbé es absolutamente gratuito. Los actores brillan a un gran nivel pero poco pueden hacer para salvar unos papeles que ya vienen viciados desde el guión.

 

            Y entre tanta quincallería brilla con luz propia la gran Rosa Mª. Sardá. Ella da humanidad al mejor personaje y segmento de la película (o tal vez sea bueno por su presencia, quien sabe), una progre trasnochada a la que sólo queda el derecho al pataleo frente a un mundo tecnificado y cada vez más lejos de los ideales de los 60. Pero no es suficiente para que Rivales remonte el vuelo. Por cierto ¿sólo lo creo yo o Santi Millán se pasa la película imitando a Alberto San Juan? Y lo de meter a toda pastilla por todos sitios cárteles y anuncios de una determinada distribuidora de carburante y de determinada línea aérea llega a unos niveles bastante tristes, digno de una serie televisiva.

 


Los tiempos están retrocediendo

junio 7, 2008

¿Qué opinará Michael Moore de La edad dela ignorancia cuando vea como su admirado Canadá, al que contrapone como modelo a la locura estadounidense en sus documentales, es un caos en este film de Denys Arcand? El presunto paraíso es en realidad un sitio con una burocracia inhumana, con un sistema sanitario desastroso y con un grado de incomunicación y competitividad que no tiene nada que envidiar al resto del mundo posindustrial. 

            Arcand cierra con esta película una inconfesa trilogía que inició hace 22 años con El declive del imperio americano y siguió con la soberbia Las invasiones bárbaras. En ellos hace una crítica de la generación progre, la que iba a cambiar el mundo en los 60 y sólo trajo a la larga el neoliberalismo salvaje, convirtiéndose en víctimas y verdugos. En la primera de la serie veíamos a un grupo de personajes atrapados en sus contradicciones. En la segunda, cómo el paso del tiempo les había afectado y se reunían para despedir a uno de ellos que se moría de cáncer. En su adiós y en su autoeutanasia se ennegrecía el discurso. En La edad de la ignorancia seguimos a un superviviente de esa generación. Tal vez envidie al que murió, pues su vida está completamente carente de atractivos.

 

            Pero hay mucho más que una desencantada crónica generacional en esta trilogía. Si seguimos sus títulos, vemos una nada inocente e irónica reflexión histórica. Al igual que la caída del imperio romano dio lugar al oscurantismo de la Edad Media, así nosotros estamos entrando en otra era similar. La película contrapone las fantasías del protagonista para evadirse de su triste realidad con el absurdo de un mundo tecnificado pero insensible. No obstante, este es el punto más débil la cinta. No añade nada a otras historias de corte similar. Pero es más efectivo el choque entre la insensibilidad de la administración frente a las tonterías New Age. Puede que estos funcionarios hagan feng-shui y motivación, pero luego no pueden dar respuestas a sus usuarios y a veces toman decisiones inhumanas. Como a esa víctima de un accidente a la que hacen pagar una farola que rompió en su desgracia.

 

            Es por ello que la mejor secuencia es la del torneo medieval, mitad fantasía de unos pocos mitad fiesta gótica para unos descerebrados. En ese policía que se transmuta de fraile en la mascarada y porta un discurso fascista está la caña de la película. Estamos en un mundo donde la tecnología no esconde que entramos en una nueva Edad Media donde la razón está marginada y el integrismo con visos de cruzada toma el mando. Ya hemos visto en la triste labor de este funcionario el fracaso del estado liberal y éste se halla desmantelado y las grandes corporaciones trasnacionales toman el lugar de los señores feudales.

 

            Arcand cuenta esto con su habitual humor dolorido. La pena es que La edad de la ignorancia tiene los fallos dichos de las fantasías y un final excesivamente largo y poco convincente, donde se defiende la vuelta a los orígenes comunales ante tanto caos. Pero a pesar de estos handicaps es un film inteligente y con los suficientes momentos álgidos como para justificar su visionado. No es el menor de ellos la aparición del cantante de moda, Rufus Wainwright.

 


Chocolate empalagoso

mayo 18, 2008

Un poco de chocolate no hace justicia a su nombre, pues es mucho el dulce que da al espectador. Es un film donde los buenos sentimientos acaban empalagando. Habla del pintoresco grupo que acaban formando una panda de desclasados: dos hermanos ancianos, uno de ellos con alzeihmer, y dos jóvenes, un okupa que se mete en la casa de los anteriores y una auxiliar de clínica que anda enamorado del chico aunque no se atreve a decírselo.

 El film tiene muchos problemas, pero el más grave de ellos es que está construido en torno a su protagonista masculino, Héctor Alterio. Él lo focaliza todo y vemos la historia a través de sus enfermos ojos. El alzeihmer le lleva  a un cóctel indigesto donde mezcla la realidad y la ficción, sus deseos y sus recuerdos, un mundo a su medida, tierno y amable. Esta preponderancia del gran actor argentino daña la estructura, pues los demás actores de la cinta –la no menos grande Julieta Serrano, Daniel Brühl y Bárbara Goenaga- son meros sparrings de Alterio. Su labor prácticamente se limita a sentarse junto a él y escuchar sus monólogos. Y no es que el protagonista lo haga mal, pues da una interpretación a su nivel, pero es cansino y erróneo.

 

            Además, la narración es espesa y se queda sin nada que contar a la media hora de película. Resulta increíble que la chica encarnada por Goenaga se porte como una quinceañera en su enamoramiento de Brühl, así como la limpieza de su relación, que parece digna de Verano azul. Definitivamente, Un poco de chocolate no va a complicarse mucho con las oscuridades de la vida. A esto se añade una dirección tosca y tenemos la definitiva constatación de que el cine es como la vida: un empedrado de buenas intenciones no hacen una buena película necesariamente.

 


Todos somos empleados

mayo 13, 2008

En un visionado superficial, Casual Day puede verse como una hija bastarda de Smoking Room. También hay una crítica a los usos y costumbres de las grandes empresas actuales a través de la relación de dominación entre sus empleados, pero el debut de Max Lemcke en la dirección llega más allá que la algo sobrevalorada película de Roger Gual y Julio Wallowits. Y eso que la primera escena hace temer que la inspiración de Smoking Room sea más que admiración. Afortunadamente, el film que nos ocupa encuentra pronto su propio rumbo.

 

            El Casual Day es una de estas prácticas que se han copiado de Estados Unidos, como el neoliberalismo y otras joyas del moderno orden mundial. Consiste en que los empleados de una empresa se vayan juntos al campo, dejando las corbatas en casa y conviviendo o fingiendo convivir. Uno cree que antes de esta moda ya en España teníamos los partiditos de fútbol los sábados y ese invento genial de las relaciones sociales que son las comidas de Navidad, pero no soy nadie para enfrentarme a la modernidad. La película habla de uno de estos Casual Day. En realidad resulta ser una trampa. Se aprovecha para hacer pruebas psicológicas a cargo de un profesional de los recursos humanos (encarnado por Alberto  San Juan) en las que se adivina el truco, como cuando consigue que uno de los empleados confiese que su bajo rendimiento laboral deriva de sus problemas matrimoniales.

 

            En realidad, el día contra el stress y por el buen rollito va dejando claro que las clases quedan patentes. Las diferencias son explotadas, como la planta que ocupa cada uno en el edificio, o la rabia de uno de los empleados cuando se queda fuera del reparto de un oso con su madroño. Hay un jefe –Juan Diego, que se está especializando en estos papeles- que no descansa y aprovecha el Casual Day para hacer alguna de las suyas, mezclando el paternalismo de los viejos lobos de empresa con los despiadados métodos actuales. La partida de Paintball que más que unir encona a los unos con los otros. Y, sobre todo, la historia que une a todas las demás: la del novio de la hija del jefe, una metáfora del empleo moderno. A pesar de no gustarle nada todo lo que ve, no tiene más remedio que ir tragando, incluso a través de un magnífico final donde queda claro que lo que importa es mantener el sistema. En el fondo, muchos somos como este chico. Con lo que se demuestra que este día no tiene nada de casual, sino que sirve para fortalecer los lazos, no emocionales, pero sí sociales.

 

            Lo curioso es que esta magnífica película no concursara en el pasado Festival de Málaga, como todas las españolas que se estrenan estos meses primaverales. A lo mejor es que es buena.


La mirada del extraño

mayo 13, 2008

Wayne Wang saltó al Olimpo hace más de diez años cuando con la ayuda de Paul Auster filmó el delicioso díptico formado por Smoke y Blue in the Face. Pero la gran promesa que se adivinaban en estos filmes no se cumplió. Wang empezó una errática y fracasada carrera, que salvando La caja china incluye comedias con Queen Latifah y películas familiares con perro. Pero cuando el cineasta hongkonés afincado en Estados Unidos parecía definitivamente condenado al baúl de los juguetes rotos ha resurgido de sus cenizas con la magnífica Mil años de oración, ganadora del último Festival de San Sebastián. El hecho de que Auster fuese presidente del jurado no invalida los valores del film.

             Muy breve –no llega a la hora y media-, la película desarrolla con intensidad un buen catálogo de sensaciones. El origen de la historia es un ingeniero espacial chino que se traslada a Estados Unidos para estar con su hija, que acaba de pasar por un traumático divorcio. Entre ellos no hay sintonía. Aunque es la viga maestra de la trama, no es lo fundamental del film. Este tema se resuelve en una emblemática escena de conversación catártica. Lo más importante es que Wang ha hecho su “película americana”, en el sentido de hacer una cruel radiografía del país que lo ha acogido. La “mirada del extraño” del chino recién llegado al país del dólar es la que tuvo que poseer el director en su momento. Desfilan extraños paisajes urbanos, carreteras y viaductos, pero lo mejor es su fauna humana. Un país de emigrantes destinados a no entenderse entre ellos, chiflados porteros presuntos agentes de la CIA, un inquietante tendero con tácticas agresivas de venta, seguratas obsesionados con la seguridad que inunda el país tras el 11-S, rubias celulíticas en piscinas, etc. El inocentón ingeniero chino, perdido en USA, es el guía que nos lleva por un país roto por la incomunicación y sus taras. Es significativo que su hija hable más con su esporádico amante ruso que con su padre.

 

            El mensaje en realidad es demoledor, pero nadie lo diría viendo el elegante, minimalista y sensible estilo de Wang, que prefiere los sentimientos y el humor sutil al drama y al sarcasmo. Un hermosa película protagonizada por un grupo de magníficos desconocidos encabezados por un soberbio Henry O.

 


Kaurismaki en el Kibbutz

mayo 11, 2008

El film israelí La banda nos visita muestra algo que bien mirado agita una pesadilla en el inconsciente de los ciudadanos del país hebreo. No debe ser muy agradable ver a un montón de egipcios de uniforme, aunque sean una inofensiva banda de la policía, dar vueltas por los desiertos de Israel. La película, ópera prima de Eran Kolirin, ofrece este punto de arranque para su historia. Eso le ha valido premios internacionales y el comentario de que aboga por el diálogo entre judíos y árabes. Pero visto el film, esta lectura es muy limitada.

             Kolirin demuestra se un aplicado discípulo del genio finlandés Aki Kaurismaki, trasladando su marciano estilo del frío Báltico al luminoso Oriente Medio. Sus personajes son tullidos emocionales y un corrosivo humor recorre la cinta, ambientada en un desolado pueblo que deja en muy mal lugar la política estética de los Kibbutz . Esta influencia está más clara en escenas impagables como la del baile con patines. Incluso es imposible no pensar en los Leningrad Cowboys, el grupo que se sacó de la manga Kaurismaki para alguno de sus filmes y ha obtenido vida propia, y sus delirantes itinerarios. En circunstancias normales, se podría pensar que como en el finlandés, hay un negro cuadro de relaciones humanas. Pero el cineasta israelí lo lleva a un terreno más político, ya que la posibilidad de diálogo entre dos etnias, dos religiones, y dos pueblos enfrentados es inútil.

 

            Puede que haya generosidad en los habitantes del pueblo que acogen a la banda egipcia, pero eso no lleva a una comunión. Hay que agradecer a Kolirin que evite el fácil humanismo y nos ofrezca escepticismo envuelto en un frío humor. Al final la visita de los músicos será un acto protocolario, como demuestra el concierto final. Han venido a lo que han venido, a vender la idea de la amistad entre pueblos que no se materializa. Y es que parece que las nuevas generaciones criadas en medio del conflicto árabe-israelí no le ven mucha salida al tema.


Vivir con miedo

abril 29, 2008

Cobardes no es un film sobre Chiquito de la Calzada, sino el segundo del sorprendente dúo formado por José Corbacho y Juan Cruz, que dio la campanada hace dos años con Tapas. El cómico televisivo formado en el grupo teatral La Cubana y su compinche –es estos casos uno se pregunta quien de los dos es el verdadero cerebro- hacen un cine que no es lo que se espera de ellos, sobre todo del primero. Dramático y con un sentido social ausente de sus apariciones catódicas.

 

Su segundo film es curioso, porque tarda en detonar. Frente a los humildes currantes que protagonizaban Tapas, ahora los personajes son más burgueses. Tal vez eso lleve a una desnaturalización de lo narrado, pues se nota que los directores no andan tan finos con esta clase social, lo que lleva a una primera parte plagada de tópicos. Familias estiradas y diálogos un tanto de baratillo. Sin embargo, mediada la película, empieza a subir el interés cuando entran los verdaderos temas del film. El niño horrorizado por el acoso escolar (Bullying) que sufre a manos de una panda de sus compañeros es la excusa para sacar a la luz los miedos que atenazan a nuestra sociedad. Los padres que prefieren callarse antes de enfrentarse con los problemas de sus hijos. Los matrimonios qué viven con el miedo al fracaso. Los currantes acojonados por perder el puesto de trabajo. Los directores demuestran en este segmento de Cobardes un gusto por el detalle malévolo. En una reunión de padres se prefiere hablar de chorradas antes que de temas importantes. Cuando uno de los niños protagonistas acompaña a su progenitor a su trabajo oye de su jefe un “si no se cumplen los objetivos del trimestre ya sabes lo que pasa”.

 

El desenlace deja un regusto agridulce. Se escoge la figura del justiciero para arreglar el entuerto y el discurso más agresivo de Cobardes lo lleva un personaje que oculta una sorpresa que es algo discutible. Pero los últimos minutos parecen abonarse a la teoría de que la violencia genera violencia. Una película irregular pero muy interesante que tiene un pero. ¿Era necesario que la gaditana Paz Padilla ocultase su acento andaluz y hablase con uno perfecto de Valladoliz?.


Invocar a ‘Pequeña Miss Sunhine’ en vano

febrero 12, 2008

Pequeña Miss Sunhine, Pequeña Miss Sunshine, cuantos crímenes se cometen en tu nombre. La gran sorpresa indie de hace dos años, en este caso merecida –aunque a sus dos autores sólo les ha valido para hacer Diario de una niñera– ha abierto una brecha en el cine americano. En el fondo, la película hablaba del reencuentro consigo misma de una disfuncional familia, un mensaje muy poco corrosivo. Pero el estilo con que lo hacía y su prodigioso guión la elevaban muy por encima de un telefilme de domingo tarde en Antena 3.

Viene esta introducción a cuento de Juno, que dos años después parece repetir la jugada. Escrita por una señora que atiende al gozoso nombre de Diablo Cody, antigua stripper y empleada de líneas eróticas, dirigida por Jason Reitman, autor de la sorpredente Gracias por fumar e hijo de Ivan, el director de Ghostbusters, también habla de disfuncionalidades. En concreto, la de una chica de 16 años que se queda embarazada y decide buscar a unos padres de adopción, que resultan ser unos yuppies demasiado perfectos. Al menos en apariencia. Esto y la entrada de Juno en la final de los Oscars, aspirando a los premios gordos, han invocado el espíritu de Pequeña Miss Sunshine, pero vista la película uno cree que en vano. El aclamado guión de Cody es más hábil que bueno. Carga todo el peso en su protagonista, una sorprendente Ellen Page, la niña de Hard Candy, capaz de darle la sorpresa a Julie Christie y quitarle el Oscar, con un personaje que a veces es cargante. Frente a ella, todos los demás actores son satélites, en algún caso demasiado desdibujados, como los padres de la chica, que uno cree merecen más cancha dada la situación. Lo peor, empero, es que Cody se hace trampa a si misma, pues no sabe rematar bien la historia. La relación entre la embarazada y los futuros padres se interrumpe bruscamente y la conclusión que saca la chica es decepcionante. Para finalizar la trama de una manera tan convencional no hacía falta montar el aparataje de una presunta comedia dramática transgresora.

Porque Juno es una película bastante conservadora, a pesar de sus apariencias. Antiabortista, defensora del rol supremo de la mujer como madre, apoyando que los chicos deben estar con sus chicas sin tonterías, etc. Uno cree que su único aspecto interesante ha sido un error del dúo Cody-Reitman. La niña parece muy madura tomando sus decisiones, pero en realidad muestra su inexperiencia de la vida y una gran inconsciencia, la de la juventud que no valora las consecuencias de sus acciones. Pero esto se debe más a un fallo en la caracterización del personaje que a una estrategia consciente, me temo. Sin embargo, tras ver Juno, uno piensa que tal vez pueda colar y dar la campanada en los confusos Oscar de este año.


Amor, sexo y moral

febrero 7, 2008

Irina Palm es una muy grata sorpresa, una película humana sin ser empalagosa y original a pesar de que transita un terreno que podía ser muy trillado, pero el film esquiva todos los riesgos. Su planteamiento es el de un melodrama: ante la desesperada necesidad de dinero que una modesta familia necesita para que un niño pueda ir a Australia a salvar su vida mediante un novedoso tratamiento, su abuela acude a un anuncio que no es lo que parece. Pues su trabajo consiste en masturbar a clientes anónimos en un negocio de sexo, que mezcla venta de DVD con strippers y todos sus atributos.  Es una viuda de mediana edad poco atractiva –maravillosamente encarnada por la cantante Marianne Faithfull- pero tiene que vencer sus reticencias, aunque acaba cogiéndole el gusto al tema.

Varias tramas se derivan de aquí. Primero el nada moralista retrato de las profesionales del sexo. La película habla de ello sin moralina y sin morbo. Segundo, el que una tarea a priori tan sórdida puede ser valida para que una mujer se encuentre a si misma y deje detrás una vida de dependencia. Tercero, hay un curioso debate moral. Irina Palm, pues ese el nombre artístico que adopta la mujer, es más noble en su prohibido trabajo que el entorno que lo rodea. Sus comadres, auténticas serpientes de barrio –encabezadas por una madura Jenny Agutter, la chica de La fuga de Logan y Un hombre lobo americano en Londres– son peores que las que se ganan la vida con su cuerpo. El propio hijo de Irina, al enterarse de las actividades de su madre, quiere rehusar el dinero que ha ganado para su niño enfermo, prefiriendo la moral a salvar a su crío. Cuarto, la falta de oportunidades laborales que la sociedad da a los cincuentones hace que tenga que convertirse en pajillera. Y, sobre todo, hay una hermosa historia de amor entre ella y el dueño del garito donde trabaja, muy bien interpretado también por Miki Manojlovic. Como toda la película, esta se desarrolla de forma suave y sin que los mismos protagonistas se den cuenta de lo que está ocurriendo. Un ejemplo del elegante estilo de este refrescante y encantador film.