A pesar de todo, Terry Gilliam no debe olvidar su etapa en el legendario grupo Monty Python. En una de las escenas de Tideland, estrenada después de su fallido intento de reconciliarse con una industria que nunca le ha querido en El secreto de los hermanos Grimm pero rodada antes (o mejor durante, ya que como es habitual en Gilliam su film sobre los célebres folkloristas hubo una interrupción que aprovechó), sale un disco con el inquietante epígrafe Monty Python. Se halla literalmente en una esquina de un plano y hay que fijarse para verlo. A lo mejor, el cineasta no deja de añorar esos felices tiempos, donde hacía inimitables animaciones y colaboraba en alguno de los guiones más delirantes que jamás se han escrito. Con una carrera cinematográfica escabrosa, llena de incidentes y con aciertos y fracasos equivalentes, no es extraño que recuerde aquellos maravillosos años.
Tideland no va a reverdecer sus laureles precisamente. Es una historia que levantó polémicas en su presentación en San Sebastián, donde más bien de una forma inverosímil ganó el Premio de la Critica. El ver a una niña preparando picos a sus drogadictos padres y sobre todo seduciendo sexualmente, tal y como está el tema de la pederastia, fue demasiado para muchos estómagos. Pero este escándalo no es para tanto visto el film. Son peores para su visionado otros errores. Es peligroso hacer una película donde todos los que salen son unos tarados o directamente unos psicópatas. Gilliam no trasciende esta antipatía y no sublima con la poesía de lo frikie ni con el humor negro. La insoportable Jeliza-Rose, encarnada por Jodelle Ferland, tiene demasiado metraje con sus jueguecitos con las cabezas de sus muñecas, que no aporta nada nuevo. Y hay excesiva histeria en las actuaciones y muchos planos deformados, como sustituto fácil de una historia no tan deforme como parece. Definitivamente, estos marginados de la vida no inspiran nuestra simpatía. Y eso que la estrategia era bastante interesante, ya que se trataba de hacer una inversión de la historia de Alicia. La niña protagonista, que por algo lee el libro de Carroll, llega a un peculiar país de las maravillas, donde todo es terrible, sus personajes son peligrosos sin saberlo a veces y Jeliza-Rose no es una inocente que se diga. Pero este planteamiento no se lleva bien a cabo.
Gilliam ha demostrado en otros films de su obra, como Brazil, tener una atractiva poética de lo grotesco, pero con los mimbres de Tideland era difícil y no lo consigue. Pero el ex Monty Python es como Curro Romero, cuando se le da por muerto resucita. Confiemos en que aún le quedé fuelle para sorprendernos en el futuro.
Aunque de discurso algo errático la película no deja de tener un fondo y lectura, eso sí, algo lejano y turbio como el mar de cebada e imaginación en el que intenta surmergir al público.
Niños, la película habla de ellos a través del exponente de una niña no tan peculiar ‘per se’ como pretende. Habla de su forma de ver la vida, desde su inmadurez y en ocasiones frescura, de como ello les ayuda a veces a superar dramáticas o rocambolescas situaciones.
Pero también habla de adultos. De como son a veces considerablemente más frágiles que los niños, más irresponsables también, de como se pueden ir construyendo a su alrededor un mundo de ritos y fantasía que condiciona su existencia hasta el límite.
Adultos que se comportan como niños y niños que tienden a comportarse como adultos. La idea no era mala, pero coincido en parte con el Alcancero en que la ejecución no acaba de cuajar. Por repetitiva, sí, pero también por estrambótica y alborotada, mucho grito y mucho golpe gratuito, y por tocar el tema de la imaginación tan de soslayo, cuando vende precisamente lo contrario.
Eso o los referentes de una estaban equivocados y me llevaron engañada. No siendo un bombazo, reconozco que al menos la solución final si me gustó, como escena y desenlace. Puede que detras de esa buena impresión hubiese algo de impaciencia porque acabara ya, lo consultaré con mi psicologa.
Sobre la ambientación no es mala y tiene puntos geniales, pero al final por recargada llega a interferir en la trama, saturándola y fatigando.
Bacci a tuto il mondo.
A pesar de no tener un final tipo cine alemán (desastre total), la película me dejó un regusto extraño en las tripas. Extraño, digo. Ni bueno ni malo. Lo que uno tiene ganas, durante las dos horas, es de rescatar de allí a esa lindísima criatura, antes de que se muera de escorbuto (en serio: me alivió inmensamente la mandarina final), se pinche con una aguja malsana, un tipo casi sin dientes y sólo medio cerebro la viole de manera un tanto involuntaria o una loca tuerta la diseque (sin alegorías).
No me fijé en el disco ese de los Pyton… está Usted en todo, Alcancero.