Si alguno de los escasos pero fieles lectores de este blog echa la cuenta, sabrá que en sus trece meses de vida se ha hablado de no menos de tres –cuatro con la que toca comentar ahora, Resistencia– películas sobre el tema del Holocausto judío a manos de los nazis. Un tema aparentemente inagotable que parece dar la razón a lo que propugnaba Norman Filkenstein en su polémico libro La industria del Holocausto, que ha conseguido que muchos hebreos retiren a este heterodoxo correligionario el saludo. Filkenstein defendía que se ha creado una auténtica red de intereses para mantener vivo el recuerdo del exterminio judío, con efectos de agitar la mala conciencia occidental y asegurarse el apoyo a la agresiva política del estado de Israel. Cualquier espectador de cine medianamente curioso sabrá que lo que decía al principio de estas líneas no es casualidad. Tantos libros y filmes sobre el tema, que llegan con una regularidad matemática, tiene que obedecer a algún fin.
Sin embargo, aunque parezca mentira, Resistencia se centra en uno de los aspectos menos conocidos de la Segunda Guerra Mundial, con una historia semiolvidada que el aparatoso cineasta Edward Zwick ha recuperado. No tanto la de unos judíos que lucharon por escapar a su triste destino como la del movimiento partisano ruso desarrollado tras las líneas alemanas. La propia historiografía soviética ha sido parca a pesar de la importancia que tuvieron estos guerrilleros en desorganizar la retaguardia enemiga. Muchos de ellos aprovecharon para erigirse en luchadores anticomunistas a la vez que antihitlerianos y entre ellos florecieron los nacionalistas antirrusos, como fue el caso de los partisanos ucranianos, que dispararon con la misma saña a la estrella roja y a la cruz gamada. Varios de estos grupos siguieron operativos en la postguerra hasta que el eficaz sistema represor de Stalin los eliminó. Todavía está por hacer la gran historia de este movimiento.
Volviendo a Resitencia, el film recupera la historia de los hermanos Bielski, encarnados por Daniel Craig, Liev Schreiber y Jamie Bell, granjeros bielorrusos judíos que consiguieron escapar a la matanza nazi tras la invasión de 1941. Con toda su familia muerta se refugiaron en los amplios bosques de la zona, donde se le acabaron uniendo muchos correligionarios fugados, en una cifra que rondaba los 1.200. La publicidad del film asegura que salvaron a más gente que Oskar Schindler. Uno nunca creyó que estas cosas fuesen objeto de competitividad, pero bueno. El caso es que los Bielski lideraron esta comunidad errante a lo Robin Hood que consiguió crear una pequeña civilización entre la urdimbre de los árboles y esquivar durante tres años a los perseguidores nazis.
El film tiene interés ideológico pero no cinematográfico. Zwick, el cerebro de la lejana serie Treinta y tantos y responsable de pretenciosas películas que en sus manos se quedan en nada (El último samurai, En honor a la verdad o Diamante de sangre, por no citar ese desastre a mayor gloria de la melena de Brad Pitt llamado Leyendas de pasión) vuelve a banalizar una historia con posibilidades, llena de tópicos y sin pasión narrativa. Sin embargo, los que manejan en Tel Aviv la masacre de Gaza se lo van a pasar muy bien con ella, pues Resistencia, empezando por su título, defiende cosas que a ellos les vienen muy bien. Aparte de la pedestre comparación de la aventura de estos judíos del bosque con el Éxodo de Moisés –donde no falta incluso un Mar Rojo hecho de ciénagas-, se habla de que los hebreos están solos en el mundo y no pueden confiar en nadie. Que todos los que le rodean, sean nazis o comunistas, les serán hostiles por naturaleza, como en la significativa relación del grupo del film con los partisanos rusos que siguen la ortodoxia de Moscú. Que el derecho a la autodefensa de los judíos es inapelable. Y que la ley del Talión, ojo por ojo y diente por diente, tiene plena validez y es justa, ya sea descuartizando a un prisionero nazi como en el film o arrasando mujeres y niños en Gaza. Filkenstein tampoco debe estar muy contento con Resistencia y su mensaje guerrero.