Siempre nos quedará París

Revolutionary RoadFrank Wheeler, el protagonista de Revolutionary Road, forma parte de esa generación de estadounidenses que fueron los niños de la Gran Depresión americana -esa que estamos rememorando en este tercer milenio- y los jóvenes de la Segunda Guerra Mundial. No es de extrañar que abrazaran la prosperidad de la década de los 50 en su madurez y encontrasen la paz social con buenos empleos, familias y casas en urbanizaciones en las afueras de las ciudades. Pero ante tanta conformidad asumida puede que hubiese bulliendo algo que convirtió estos años en los más neuróticos de la historia americana. La sorprendente quiebra promovida por Elvis Presley y la generación Beat en literatura evidenciaban las tensiones subterráneas que estallarían en la contracultura de los 60. Es sintomático como el gran melodrama de Hollywood de la década del abuelito Eisenhower en la presidencia es el más suntuoso jamás filmado, desvelando en clave todas las neurosis de esta sociedad que estaba creciendo en el marco de la Guerra Fría.

La novela Revolutionary Road se unió a este marco. Fue publicada por Richard Yates en el año bisagra de 1961, y hablaba amargamente del desarrollismo estadounidense. Para muchos es una de las grandes novelas americanas del siglo XX. A pesar de ello ha tardado casi medio siglo en llevarse al cine, aunque su poco conformista historia debió dar miedo a más de un productor. Ha sido el chico más listo de la clase, Sam Mendes, el que la ha adaptado. No deja de ser paradójico dada la trama del film que haya sido un proyecto matrimonial, pues su esposa Kate Winslet le indujo a hacerlo tras leer el guión de Justin Haythe. Mendes debutó en el cine con American Beauty y luego tuvo una gran capacidad de aprendizaje con Camino a la perdición y la incomprendida Jarhead, en la que demostraba poseer un sentido visual que lo alejaba del cine más bien literario de sus primeros filmes. Desde este punto de vista, Revolutionary Road puede verse como una vuelta atrás, pues regresa al drama familiar que casi hace una década lo puso de forma tan espectacular en el mapa. Es como si Kevin Spacey y Anette Benning hubiesen saltado atrás en el tiempo.

O tal vez no. Después de todo, American Beauty y Camino a la perdición notaban demasiado la siempre hábil mano de Spielberg, más ladino como productor que como cineasta. En el primer film, el protagonista se redimía con la muerte y caía menos mal, y en el segundo el hijo de Tom Hanks encontraba una familia sustituta. En Revolutionary Road es como si Mendes ajustase cuentas y hubiese decidido hacer un drama familiar sin concesiones. Como lo que hizo el guionista de American Beauty, Alan Ball, con su amarga serie A dos metros bajo tierra. En Revolutionary Road la muerte no salva, sino que es una escapatoria. Los hijos no dignifican, sino que lastran. Y la rutina acaba ahogando todos los mejores esfuerzos, en un sistema que castiga al disidente. La película es cruel, más que por su temática, por los personajes que presenta. No estamos ante una historia fácil de un matrimonio formado por personas brillantes que se enfrentan a un mundo mediocre, sino que ellos son ya mediocres desde el principio. Como demuestra la escena inicial de la obra de teatro donde actúa la señora Wheeler, la pareja no tiene ningún talento. Es más, Frank es un completo pelele, que siempre se deja llevar, sea por los sueños de su esposa, sea por los compromisos de la vida. Es un acierto que le de vida Leonardo DiCaprio, pues su debilidad como intérprete ayuda curiosamente a hacer creíble a este pobre diablo. En cuanto a ella, en su silenciosa pero inexplicada rebelión, va adquiriendo una triste dignidad, pues no va a encontrar formas positivas de manifestarla. Su idea de irse a París como solución a su vida es bastante absurda. Se intuye que no hará más que llevarse sus problemas conyugales con ella, porque lo que propone no es una mejora, sino una huída. Sin embargo, los Wheeler son como los Estados Unidos de su época. Todos los admiran como la pareja perfecta pero bajo sus bellas apariencias late el volcán.

Lo mejor empero, es como Mendes –y suponemos la novela original- utiliza una figura de tragedia griega como es el demente hijo de sus caseros. En su locura, como los profetas antiguos, se halla la verdad, pues es capaz de desvelar lo que todos piensan pero nadie dice. En realidad la señora Wheeler será otra persona que por algo parecido acabará eligiendo la destrucción social. El cineasta deja sus coqueteos con el montaje de Jarhead y vuelve a ser un director de teatro centrándose en sus actores, que en el caso de Kate Winslet están estupendos. Y sin embargo algo no cuadra en este contundente drama. Tal vez es que se nota demasiado que está pensado para los Oscar –objetivo en el que han pinchado estrepitosamente vistas las candidaturas- y el cuidado formal le resta fuerza al conjunto, como si después de todo Mendes no hubiese podido quitarse el lastre Spielberg.

One Response to Siempre nos quedará París

  1. hermanastra dice:

    De todo lo que se puede aprender con esta película, para mí son dos las principales lecciones: la primera es que es muy peligroso creerse, realmente, especial. La segunda que es un acto de supervivencia, o de inteligencia emocional, o llámenlo como quieran, adaptarse al entorno. La película, es cierto, no es de Oscar -le falta la necesaria redención que tanto gusta- pero, para mí, sí es potente. No termino de cerrar algunas cosas pero no sé bien si es por la historia original. Como dan horribles ganas de leer el libro, ¿qué mejor excusa?

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