Morbosidad estorbada

En Canciones de amor en Lolita’s Club Vicente Aranda parece volver a aguas conocidas. Por cuarta vez en su carrera adapta al novelista Juan Marsé, y la obsesión sexual pura y dura, tal vez el tema favorito del octogenario director, es el centro de la trama. Aunque nunca ha desaparecido de su obra. Sus dos filmes más recientes, Juana la Loca y Tirant lo Blanc, pivotaban en torno a ella. En el primer caso, de una forma patológica y necrófila, en el segundo más festiva e irónica, lo que llevo a que esta adaptación del libro de caballerías de Martorell resultase terriblemente incomprendida. Claro que Aranda no es santo de devoción de la crítica desde la desabrida polémica mantenida con La mirada del otro, por otro lado un completo desbarre del cineasta.

 

            Probablemente la crítica tampoco sea muy benévola con Canciones de amor en Lolita`s Club, pero esta vez con motivo. Es un proyecto curioso, pues nació como un guión de Marsé para Fernando Trueba que al final no prosperó. El novelista decidió convertirlo en libro y ahora de la mano de Aranda cumple el destino para el que fue concebido. Dicen los críticos que no es la mejor obra del novelista catalán, y tampoco es el film más destacado del veterano director. El estilo distante de Aranda no es el más adecuado para un historia de personajes al limite, con tendencia al grito y a la sobreactuación. Se pierde intensidad dramática con demasiada frecuencia a lo largo del metraje. Por otro, el intento de hacer un nuevo Amantes, la obra cumbre del director, no cuaja. En aquella película se supo hacer una historia sobria y ceñida al malsano encoñamiento de sus protagonistas, pero ahora hay demasiadas tramas que oscurecen el cogollo. Mafias, ETA, amores secundarios, padres con ex novias del protagonista, que no encajan bien entre ellas. Así, la competencia sexual entre los dos hermanos, el tortuoso policía y el enamoradizo deficiente psíquico, se pierde entre el ruido de un guión demasiado ambicioso y una dirección a veces muy átona ante lo que se está contando.

 

            Aunque el principal problema es Eduardo Noriega, que da vida a los dos hermanos. No resulta creíble en el papel de policía perennemente cabreado, resultando un handicap absoluto para toda la película. Lo mejor del film es cuando la verdadera voz de Vicente Aranda se abre paso, en las secuencias de la habitación del burdel donde Flora Martínez, el valor más seguro de la película, despierta la morbosidad, que no el morbo, de los dos hermanos, obligándoles a enfrentarse a demasiadas cosas de ellos mismos. Pero por desgracia, en Canciones de amor en Lolita’s Club los personajes tienen que ocuparse de muchas variables como para explotar ese camino.

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