Autocopy paste

julio 5, 2008

Si ayer les hablaba de una secuela que iba en contra de la película madre, hoy hay algo más extraño. Un remake americano de una película austriaca que no se pudo ver en Estados Unidos en su momento por su crudeza, hecho por su mismo director y calcando plano a plano el original. Es de suponer que el veterano Michael Haneke, responsable de algunas de las películas más frías y sórdidas sobre nuestra sociedad rodadas en los últimos tiempos –junto con Von Trier es el gran sociópata del cine contemporáneo-,no querrá una carrera americana a estas alturas de la vida. Será consciente de que su estilo es de difícil encaje en USA. Pero parte de este experimento tal vez tenga que ver con Naomi Watts, la protagonista, que una vez más demuestra que no le hace ascos al cine más arriesgado. Ella es la productora ejecutiva de la cinta. Es de suponer que habrá tenido que hacer valer su estrellato para sacar adelante el proyecto.

 

            Haneke quería que Funny Games, una película nada divertida a pesar del título, se viese en el país de la violencia. La primera versión es de hace once años y era un aldabonazo. Frente a tanta banalización de la crueldad que nos rodea, ofrecía una situación descarnada y nos dábamos cuenta que era terrible. Una familia burguesa era secuestrada en su casa de verano por dos jóvenes psicópatas y sometidos a humillaciones sin cuento. En pocas películas se veían tan claras las consecuencias morales y físicas de una violencia desatada. Además, era un perverso juego que se dirigía al espectador como receptor de esa crudeza, apelando nuestra morbosa responsabilidad. Veíamos que lo que le pasaba a la familia era terrible, pero queríamos saber más. De una forma hitchcockiana se nos ocultaban las muertes y los ataques, que ocurrían fuera de campo, haciéndonos desear quien había sido la víctima. La tensión que lograba el film era insoportable.

 

            Por desgracia, todo esto sigue vigente once años después y la película no ha perdido actualidad. Lo que ocurre es que una película no se puede fotocopiar como si fuese un cuadro. Más bien es como el teatro. Por mucho que sea el mismo director y el mismo texto, ha tenido que usar otra compañía. Como se ve en el youtube anexo, el decorado americano es más aséptico. Además, esta segunda versión pierde la tensión del original. Algo se escapa por algún sitio. No es fácil repetir un clima tan logrado dos veces.Los dos psicópatas americanos, Michael Pitt y Brady Corbett, son más angelicales que sus precedentes austriacos, y por tanto más inquietantes. Sus ropitas blancas y sus guantes los convierten en maestros de ceremonias y abstracciones del terror. La sospecha más que fundada de que están exterminando a la urbanización donde transcurre la acción se abre paso en nuestras mentes. Son ese mal absoluto que puede caer en nuestros confortables refugios vitales y para el que no estamos preparados. Nuestra sociedad margina la violencia, pero sabe contenerla cuando no llega. No obstante, se echa de menos al psicópata encarnado por Arno Frisch en el primer film, con su cruel socarronería.

 

            Y poco más. Naomi Watts y Tim Roth están excelentes –el actor británico se redime de su pobre papel de El increíble Hulk– y los que no hayan visto la primera versión podrán asombrarse como los que vimos el Funny Games original hace once años. Los que no tengan miedo a los spoilers pueden ver el youtube adjunto y hacer un ejercicio de literatura comparada.

 


Terror en el hipermercado

junio 3, 2008

En una célebre escena de Los pájaros, una despeinada Tippi Hedren se refugiaba en un restaurante tras un ataque de las levantiscas aves. Allí tenía lugar un inquietante diálogo entre varias personas desconcertadas ante lo que esta pasando en su antaño apacible pueblo. Entre ellas una señora ultraderechista que pone los vellos de punta con su interpretación de la sublevación de los pájaros. Es la escena clave de la película, la que demuestra la intención del maestro Hitchcock en esta desoladora obra maestra. La separación humana y como las catástrofes lejos de unir disocian y sacan las diferencias.

             La niebla de Stephen King, llamada así tanto por el reclamo del escritor de Maine como, suponemos, evitar comparaciones con La niebla de John Carpenter, es como una versión corregida y aumentada de esta secuencia hitchcockiana. Como el genio londinense, Frank Darabont usa el terror como metáfora social. Y como tal la película no tiene desperdicio. Una extraña niebla que esconde inenarrados monstruos se apodera de un pequeño pueblo, dejando a un grupo de gente atrapada en un supermercado. Pronto queda claro que el principal problema no es lo que acecha entre las bajas nubes, sino como diría Sartre, que el infierno son los otros para con los demás. El grupo tiene que sobrevivirse a si mismo antes que los engendros que les rodean en la oscuridad.

 

            Es la tercera vez que Darabont adapta a King (la cuarta en realidad si añadimos un cortometraje hecho en sus años juveniles) y parece que su mirada se ha agriado. Cadena perpetua era una hermosa fábula sobre la libertad y La milla verde, a pesar de la dureza de la pena de muerte, dejaba entrar lo maravilloso. Luego, ya sin las muletas de King, hizo The Majestic, un inmerecido fracaso que demostraba lo difícil que es en este principio de tercer milenio que la gente se trague historias a lo Frank Capra. Tal vez por ello ha oscurecido su mundo. A esto se une que La niebla es un relato largo –o novela corta, que nunca me aclaro con esto- de 1980, la mejor época de King antes de convertirse en una churrería del terror, cuando era capaz de hacer obras que eran amargos reflexiones sobre la sociedad americana, como El resplandor. Darabont es fiel a ello. Su amarga fábula social tiene los elementos justos del cine de terror viscoso y algo gore para justificar el género, incluyendo una innecesaria alusión a la saga de Alien. Pero lo que importa es ver a este grupo de egoístas pensando sólo en salvarse a si mismos. La mujer a la que nadie va a ayudar cuando decide buscar a sus hijos. Los chulitos que cuando estalla el horror son incapaces de hacer nada. Y sobre todo, esa fanática religiosa que aprovecha la crisis para hacer adeptos. Veo innecesario recalcar lo que significa hoy en día hablar en un film estadounidense de gente asustada ante amenazas innominadas que cae en manos de una dictadura religiosa.

 

            Por si quedaba alguna duda de que Darabont no va a hacer concesiones se nos reserva un final insólito en una película comercial americana de hoy en día. Si en Los pájaros los protagonistas se perdían en la nada rodeados de aves aquí hay un desenlace de una contundencia tal que nos deja claro que lo que hemos visto era definitivamente un cuento cruel sobre una crisis social.

 


‘El resplandor’ optimizado

diciembre 17, 2007

1408 (pronúnciese catorce-cero-ocho) es como si un equipo de recursos humanos hubiese “optimizado” la propuesta de El resplandor. En vez de un hotel entero, una sola habitación, y en vez de una familia entera, un solo personaje. Y sobre todo, el más funcional Mikael Håfström por Stanley Kubrick. Esta comparación no es gratuita teniendo en cuenta que ambos filmes están basados en escritos de Stephen King, al que se ve que tanta producción afecta al ingenio y se ve obligado a reciclar sus propios temas. Aunque tiene una cierta excusa. Según parece, King planteó el inicio del cuento en su libro Mientras escribo, como ejemplo de técnicas de escritura. Sin embargo, sus admiradores le presionaron y terminó completándolo y publicándolo, aunque sin calentarse mucho la cabeza.

            Lo que si perdura es la mala leche de la habitación 1408, que se ve obligada ella solita a hacer todo el trabajo del hotel Overlook y volver loco al ocupante en una hora escasa. También mostrará una gran capacidad para sacar los demonios de la gente y usarlos en contra de sus dueños. Se agradece al film que frente al susto fácil –aunque alguno hay- use la estrategia de la tensión con algún golpe de ingenio, lo que garantiza un entretenido rato inquietante. Pero casi todo el mérito es de John Cusack, un excelente actor que no tiene toda la suerte que merece. La credibilidad que muestra enfrentándose a los horrores de la habitación ayuda a hacerlos más sostenibles para el espectador. Sin embargo, hay un sutil aspecto que aleja a la película de Håfström de la de Kubrick. El resplandor, en consonancia con la novela original (que pertenece a los buenos primeros tiempos de Stephen King, antes de convertirse en una churrería del terror), era la crónica de la destrucción de una familia sin remisión, aunque el libro jugaba mejor con la equivalencia entre sus problemas y los fantasmas del Overlook. En cambio, 1408 tiene una moralina sobre que después de todo hay que creer en el más allá y no ser tan escéptico. Signo de los tiempos entre ambas películas.


Terror televisivo

diciembre 2, 2007

Grandes esperanzas blancas del terror hispano, con más pretensiones que los entrañables viejos cutrerios de Paul Naschy y compañía, los catalanes Jaume Balgueró y Paco Plaza demuestran con [REC] que también pueden divertirse. Decir esto puede ser una boutade ante un film con el confeso objeto de hacer pasar al espectador 80 minutos de tensión en la butaca, pero para sus directores es una obra más relajada que sus trabajos por separado. Había más elaboración e intención en la magistral Darkness, Los sin nombre o Frágiles de Balagueró y más mala uva en la interesante El segundo nombre, de Plaza. En algunos casos, como en Darkness, llegando incluso a una atractiva metafísica del fantástico.

 

            [REC] no deja de ser un film de terror a la moda. Presenta zombies al moderno estilo impuesto por Danny Boyle en 28 días después o Zack Snyder en la magnífica y coñona El amanecer de los muertos: rápidos, letales, siempre empapados en sangre propia o ajena y con unas dentaduras a prueba de bomba que muerden a los incautos humanos a diestro y siniestro.  Y con una gran capacidad de aullar ayudados por unos técnicos de sonido que no vacilan en subirles el volumen. Como se ve, los torpones zombies de Romero, padre espiritual de todos los muertos vivientes que en el cine han sido en los últimos años, han pasado a mejor vida sin el preceptivo disparo en la cabeza.

 

            Sin embargo, dos detalles salvan a [REC] de la rutina. Uno, lo de rodar cámara al hombro, lo que posibilita una inmediatez y una desestructuración de la planificación que ayuda al terror, al hacerlo todo más espontáneo. Dos, ambientar la acción en un viejo edificio de pisos de Barcelona, lleno de puertas pesadas para romper, de escaleras con recovecos y de pisos destartalados que pueden ocultar todo tipo de horrores.

 

            Pero por lo demás no deja de ser un convencional film de terror. El plantearlo todo como un reportaje televisivo que se está grabando en ese momento acaba siendo un artificio que no deja de volverse en contra de la película, al hacerse cansino. Los personajes se nota demasiado que están ahí para que se los vayan comiendo los zombies. Los sustos son fáciles y previsibles. Y hay una chocante deriva final que intenta darle una confusa explicación conspirativa a todo lo que está pasando algo gratuita.Y que parece demasiado pensada para que las pandillas de adolescentes discutan a la salida de la sala sobre su significado final.

 

            Tal vez la verdad de este proyecto se filtre en los momentos más relajados de la trama. Al principio, antes de que se desate todo, con el reportaje en el cuartel de bomberos que parece una parodia de la televisión cutre (“estoy deseando que pase algo”, dice la descerebrada reportera, digna representante de su clase) y en las entrevistas a los atrapados vecinos del bloque. Contado con un humor con el que igual hay que ver el resto de la trama, que a pesar de sus handicaps ya dichos consigue ser a veces adrenalítica. Seguro que Plaza y Balagueró pronto vuelven a sus personales fueros y nos dan mejores perlas de su talento.