Al salir hace poco más de un mes las candidaturas de los Goya, les hablé en otro post de cómo estos premios no parecían encontrar su sitio. Polémicas con las candidaturas, decisiones absurdas para acortar la gala, extrañas presencias en los aspirantes, sobre todo en las categorías de revelación. Pero miren por donde, los Goya anoche demostraron tener futuro. Se consiguió hacer por fin una ceremonia ágil donde quedó claro que el problema para aligerarla no era el exceso de candidaturas, sino los guiones y los presentadores. A Corbacho se le ha dado prácticamente la dictadura en el escenario y el resultado ha sido muy provechoso. Nos figuramos que el ex miembro de la Cubana, también director –su segundo film se estrena en los próximos meses-ha conseguido plaza fija en la conducción de la gala durante bastante tiempo. Su humor parodiando los filmes finalistas y sus bromas, como tras cuando disparar al público travestido del Bardem de No es país para viejos dijo “le he dado a Carlos Boyero y a cuatro académicos, me sabe mal por los académicos”, es muy apropiado. Entre todos se consiguió que la gala durase menos de dos horas y media, un record positivo. Al final se demostró que se pueden entregar las categorías de cortos y alguna más. Sería cuestión de recuperar el próximo año la Mejor Película Europea.
Como de costumbre, y paradójicamente, la mayor amenaza para el ritmo vino de los actores. Capaces de memorizarse párrafos enteros para sus trabajos pero muy torpes a la hora de agradecer premios. Maribel Verdú se conmovió tras derrotar a la gran favorita y lo de Alfredo Landa no tuvo nombre, pues él si que tuvo tiempo de preparar un discurso como Zeus manda y no esa confusa mezcla de agradecimiento y elogio de su trabajo. Menos mal que Alberto Sanjuán le cerró el camino al doblete y nos evitamos una segunda parte. Por cierto, que otra amenaza a la gala es la media hora de retardo en la emisión televisiva. En los digitales de internet daban los premios al instante. Claro que ellos no pueden enseñar los trajes y escotes.
Otro motivo de esperanza es el desarrollo de los premios, donde los votantes por una vez huyeron de lo obvio. Visto el triste panorama del cine español en 2007 –por algo dijo la presidenta de la Academia en su discurso institucional que “la taquilla no lo es todo”- había dos opciones algo extremas: o apoyar al blockbuster del año que junto con [REC] saneó las cuentas in extremis o apoyar al cine de autor puro y duro de La soledad, un film en las antípodas de un El orfanato capaz de estrenarse hasta en Helsinki (vi el cártel finés allí con mis propios ojos, Orvokotti). Se decidieron por esto último, en una sana y honrosa decisión, pues la rigurosa película de Jaime Rosales es de lo mejor del 2007. El tiempo dirá si esto es el inicio de una tendencia o una anomalía de un anómalo año, y cuando regresen Amenábar, Almodóvar y compañía volveremos a lo de siempre. El caso es que tanto los Goya como los Oscars han puesto a El orfanato en su sitio, el de un hábil producto comercial.
También fue una noche de derrotar a favoritos. La excelente Verdú por la sobreactuada Rueda, el veterano Cervino, Sanjuán por Landa, Manuela Velasco por Gala Évora (aunque si les digo la verdad aquí me da igual porque me da lo mismo), José Luis Torrijo por Gonzalo de Castro, etc. En suma, que visto lo de anoche, sólo queda afinar las candidaturas y darle su sitio a todos para que de verdad los Goya puedan ser al fin tras más de dos décadas la gran fiesta del cine español.