Pompitas de jabón

diciembre 13, 2008

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La mejor película de Wong Kar-Wai es La mano, uno de los cortometrajes que formaba parte del film colectivo Eros. Escoltado por Antonioni y Soderbergh, el truco de su éxito era precisamente que era una película breve. Parece que a este director de Hong Kong, sobrevalorado hasta el delirio en estos años por parte de la crítica, y que demuestra que no sólo los productos comerciales del cine levantan mitos de papel, le va mejor la distancia corta que la larga. El problema de sus excesivamente alargadas Deseando amar y 2046 era que se quedaba sin nada que contar y lo enmascaraba todo tras una marca de fábrica bonita, pero que ocultaba sus problemas para llevar a cabo una narración en condiciones. Algo que comparte con el otro gran sobrevalorado del cine actual, Paul Thomas Anderson, que en su caso prefiere la trascendencia como envoltorio. La marca de fábrica a la que me refiero es su fotografía evanescente, su gusto por la noche, sus neones, su imagen granulada, los ralentís digitales. Trucos que quedan bien pero que llevan a sus películas a la pompita de jabón, que cuando estalla demuestra que no hay mucho en su interior.

 

            My Blueberry Nights, que se estrena en España un año y medio después de ser presentada en Cannes 2007, algo chocante después de los ditirambos obtenidos en nuestro país por 2046, es una película intermedia por muchos motivos. Es la primera vez que rueda en inglés, con actores anglosajones (Jude Law, Rachel Weisz, Natalie Portman, David Strathain, la cantante Norah Jones que está soberbia en su debut cinematográfico) que se supone se habrán dado tortas por adornar su currículum con el entorchado de trabajar con Kar-Wai. Deja Hong Kong y la ambienta en Estados Unidos. Frente a los pisos que caracterizaban sus trabajos anteriores aquí se contagia del modelo americano y hace un film de carretera de búsquedas vitales. Es uno de los problemas de My Blueberry Nights, que tiene demasiado tufillo a cine independiente americano. Hay ecos de Jarmusch y del minimalismo de Paul Auster, con una cafetería nocturna focalizando la acción en vez de un estanco como en Smoke. Pero siguen las marcas de fábrica del estilo Kar-Wai que ya comentamos en el párrafo anterior. De hecho, esta película no deja de manifestar la globalización estética. El cineasta filma Nueva York, Memphis y Las Vegas como si fuese el Hong Kong de sus otros filmes. Está claro que para él la ciudad es un territorio abstracto en si mismo y el turismo no le interesa.

 

            Pero My Blueberry Nights (los arándanos del título original tienen su explicación) es intermedia porque dura poco más de hora y media, frente al corto La mano y las dos horas de 2046. Y es una demostración de lo mal que le sientan a Wong Kar-Wai los alargamientos. El film acaba cuando sus premisas argumentales, bastante atractivas, empiezan a agotarse. De hecho, el final suena a conclusión algo precipitada antes de que todo se salga de madre, aunque es una sabia decisión. Así, el director, ayudado por unos actores bastante motivados (aunque Natalie Portman demuestra su triste tendencia a la sobreactuación de los últimos tiempos), consigue hacer un film bastante agradable, aunque las huellas de la impostación y de “voy a hacer la película que se espera de mi” sobrevuelan el metraje. Aunque uno se pregunta si para el viaje que hace la chica y su conclusión hacían falta esas alforjas argumentales. Esperemos lo próximo de Wong Kar-Wai a ver si nos saca de dudas.


El escritor y sus fantasmas

diciembre 14, 2007

Viendo La vida íntima de Martin Frost uno recuerda el comentario que en el post anterior hizo el Profesor Franz sobre las duraciones de las películas. Este segundo intento del aclamado novelista Paul Auster de convertirse en director de cine, tras la decepcionante Lulu on the Bridge, daba para un corto. Pero no para un film de hora y media donde lo que se puede y quiere contar se resume rápidamente y se alarga en exceso, con demasiados tiempos muertos que sólo optan a rellenar el metraje.

 

            Y es lástima, pues la idea es interesante y hasta bonita. La vida íntima de Martín Frost pretende ser una fábula sobre el escritor y sus musas. Las de los talentosos son guapas, encantadoras y sexualmente activas. Las de los mediocres, más bien lerdas, aunque pueden tener otros talentos. Es como si Auster advirtiese malévolamente contra todos aquellos empecinados en cultivar determinado arte para el que no están preparados cuando tienen otras cualidades que no explotan por su ceguera. Argumento peligroso, pues puede volverse contra el propio novelista metido a director de cine. Un buen narrador literario no tiene que devenir necesariamente en un buen narrador cinematográfico.

 

            Pero insistimos en que el desarrollo de este prometedor argumento está muy mal ejecutado, con una historia a la que Auster no sabe sacar partido. Hasta actores como David Thewliss e Iréne Jacob están perdidos frente a sus personajes, que las más de las veces son entes inanes a la espera del próximo giro de guión. Además, hay un peligroso escoramiento hacia el onfalismo del “escritor y su mundo” bastante cargante, con esa gratuita voz en off diciendo obviedades de su oficio. De un Príncipe de Asturias se espera más que reflexiones tipo “la inspiración a veces aparece o a veces no” o la división de las historias “las hay lineales, circulares, etc”. Ombliguismo que se refuerza con la presencia en el reparto de la hija del Auster, Sophie (que curiosamente se llama como la retoña de Coppola a la que intentó convertir en actriz y luego en directora) y con que en la versión original la citada voz en off es la del propio novelista. Puede que los aficionados a relacionar cine y literatura saquen algún provecho de esta película, pero los cinéfilos seguro que no.