Vampiros en la era de la castidad

diciembre 12, 2008

crepusculo

Los vampiros literarios y cinematográficos son verdaderamente no muertos, pues gozan de saludable vida. De los clásicos del terror, pocos personajes han dado tanto juego y han permitido tantas variantes. Góticos y contemporáneos, los nosferatu chupasangres han servido para metáforas e historias de todo tipo. Y para marcar el signo de los tiempos.

 

            En efecto, de Bela Lugosi se pasó a los sexuados vampiros de la Hammer, con los grandes Christopher Lee (más conocido por las nuevas generaciones como el Conde Dooku y el renegado y canoso mago Saruman) y Terence Fisher poniendo de vuelta y media la pacata moral victoriana, sospechosamente parecida a la de la clase media que eclosionaba en los años 50. De ahí a los desmitificadores vampiros de Polanski y el postomoderno de Coppola, que corrió paralelo a los que escribía Anne Rice por esa época de los 90. Claro que esta relación es más que somera, pues los usos y costumbres vampíricos han sido explotados desde todos los ángulos. Tal vez en que en todas las tradiciones folklóricas haya criaturas bebedoras de sangre haya ayudado a fijarlos en el imaginario colectivo.

 

            Y puede que los últimos nosferatus mediáticos, la familia Cullen ideada por Stephanie Meyer en una exitosa saga de cuatro novelas, también reflejen los tiempos en que sus aventuras son escritas. En sus manos (manos de mormona parece que militante, no como los rockeros que nos propone nuestro buen amigo El mentor o ilustrador popular) los vampiros reflejan que los estragos del sida y las campañas de defensa de la abstinencia sexual han hecho mella. Recordarán las películas de la Hammer, con Drácula y sus epígonos sublevando a las mujeres decimonónicas. En su presencia, recatadas madres de familia cuya única perversión sería seguramente jugar los domingos al Bridge en casa del vicario, se retorcían de placer, sudoraban y jadeaban. Los propios colmillos de Christopher Lee crecían cuando iba a darle el muerdo a las señoras, en una metáfora eréctil bastante clara. Pues bien, se nota en Crepúsculo la moral de la escritora. Los Cullen son un núcleo familiar modélico, pues el ser vampiro no choca con representar una postal de Navidad por lo que se ve. Así que fuera el malditismo nosferatu. La metáfora de la sed de sangre que siente el chico protagonista por la humana de la que se enamora, y sus prevenciones para no culminarla, son bastante obvias de la castidad. Además, ni siquiera tienen colmillos. El Drácula de la Hammer seguramente hablaría de gatillazo. Los vampiros malos de la historia se parecen demasiado a una panda de macarras de fin de semana, de esos a los que unos pijos como los Cullen (¿Por qué demonios si huyen del sol tienen esa mansión que es un completo ventanal?) y Bella, la chica humana que se les apalanca, mirarán sin duda por encima del hombro. En el fondo, Crepúsculo hace lo que parecía imposible. Llevar al terreno de los evangelistas a uno de los mitos más transgresores jamás creados.

 

Dicho esto, parecerá que la película es deleznable. Pues no del todo, pues la directora es la curiosa Catherine Hardwicke, una señora que a sus cincuenta años se puso a dirigir tras una larga carrera como diseñadora de producción. Ella es la responsable de títulos adolescentes tan atípicos como Thirteen o Los amos de Dogtown y algo de eso queda en Crepúsculo. Se nota que lo que le interesaba de esta historia es la relación morbosa entre una introvertida chica y el joven vampiro, que en sus manos, a pesar de algún exceso kitsch (la escenita del ventilador o los fulgores que salen de la piel del protagonista cuando le da el sol) funciona. Una cierta serenidad en la mirada, impropia de un film adolescente, una cuidada banda sonora y el equiparar a la joven Bella en su aislamiento vital con el que sufre el joven vampiro dada su condición le dan a la película una cierta enjundia, así como algunos detalles malévolos, como presentar a todos los adolescentes que salen en el film como unos paliduchos tan inquietantes como los Cullen. Tanto le ha gustado a Hardwicke este aspecto de Crepúsculo que se olvida de la parte de acción, como la decepcionante conclusión en el enfrentamiento con el vampiro macarra que amenaza la estabilidad de los protagonistas. Lo que si es cierto es que hay Cullens y Bellas para rato, pues el éxito de esta primera entrega cinematográfica garantiza la adaptación del resto de las novelas.


La llamada de la sangre

marzo 4, 2008

Lo mejor de Rise: cazadora de sangre es la negativa de la protagonista, Lucy Liu, a convertirse en un vampiro. Frente al proceso automático de conversión en un Nosferatú de otros filmes, la protagonista se resiste. La asquea ser una chupasangre y asumir que a partir de ahora la sangre será vida. Su lucha interna y su definitiva aceptación es lo más salvable de este film, en parte por la buena interpretación de Lucy Liu. Los vampiros en este caso siguen manteniendo características humanas y no tienen colmillos, debiendo abrir las venas a mordiscos, como caníbales. La violencia que tienen que ejercer los acerca a la violación pura y dura. No nos encontramos ante Nosferatús sofisticados, sino ante seres muy carnales y con un modo de proceder muy físico.

 

Lo malo es que el resto de la película no está a la altura del diseño de sus villanos y de las turbaciones morales de su protagonista. Es un cómic en el peor sentido de la palabra, lleno de situaciones arbitrarias y mal resueltas. No queda claro por qué razón las víctimas de los vampiros son tan selectivas, y algunos se convierten en Nosferatús y otros no. Tampoco sabemos muy bien quienes son ese grupo que ayuda a la protagonista y le pone en la pista de los que la “mataron” para vengarse. Ni el motivo por el cual Lucy Liu pasa de ser una afable periodista a una superheroína exterminadora de vampiros tan letal. No hemos visto en ningún momento su entrenamiento.

Aunque a uno lo que le pone triste de Rise: cazadora de sangre es ver al gran actor Michael Chiklis en un papel tan devaluado. Un personaje gratuito, que se supone va a ser fundamental y acaba siendo meramente funcional. Chiklis es más conocido popularmente por ser La Cosa en los filmes sobre Los 4 Fantásticos, pero exhibe mejor su hipnótico talento en la no menos hipnótica serie The Shield. Pero aquí, en un personaje parecido a su tenso policía televisivo, se le nota demasiado que no le interesa la fiesta de sangre que se monta a su alrededor. En cualquier caso, la película demuestra que los vampiros no pasan de moda, al ser la segunda que se estrena en un mes sobre este tema tras 30 días de oscuridad.