Juventud, divino aburrimiento

febrero 4, 2008

Hace tres años, el sevillano Jesús Ponce sorprendió con su primer film, 15 días contigo. Se unía a la moda social de una parte de nuestro cine contando las peripecias de una mujer madura intentando buscarse la vida tras salir de la cárcel y su relación con un homeless. La película respiraba veracidad por sus cuatro costados y más allá de su crónica social resultaba un ajustado retrato de unos perdedores y sus deseos de dejar de serlo.

Ponce repite la jugada corregida y aumentada con Déjate caer, donde mejora los resultados de su debut. Hay que reconocer que a pesar de sus virtudes, su ópera prima tenía un final algo forzado ausente ahora. En principio, su nueva obra parece unirse a esas temibles apologías de los canis, tipo la sobrevalorada hasta la extenuación Siete vírgenes. Habla de tres chavales de barrio que se pasan la vida en el respaldo de un banco bebiendo cervezas y comiendo palmeras, fantaseando con la panadera que les sirve estos productos. No obstante, es una falsa alarma. Aunque los chicos tienen familias problemáticas (uno es hijo de una posesiva viuda, otro hijo de un borrachín, el tercero de un padre que sólo ve la tele y pregunta si su hijo tiene derecho a la andaluza paguita) no son víctimas del sistema. También queda claro su responsabilidad individual y su complejo de Peter Pan, hasta que la realidad se va imponiendo y les obliga a tomar decisiones. A esta fuga de la apología cani contribuye la mordaz crítica contra sus usos y costumbres, como el impagable personaje de la ligona hermana de uno de los protagonistas. Es curioso que a pesar de que gran parte de la película transcurre en la calle los transeúntes brillan por su ausencia, centrando el conflicto entre sus protagonistas y dándole a la narración un sorprendente aire de película de cámara.

Por lo demás el director mantiene sus armas, la gran veracidad en lo narrado y la simpatía por sus personajes, que no excluye la crítica. En el fondo, es una crónica del precio inexcusable que hay que pagar por madurar y dejar atrás la prolongada adolescencia. El único fallo entre el conjuntado y espléndido grupo de protagonistas lo da el que los tres jóvenes (Iván Massagué, Darío Paso, Juanfra Juárez) no tienen el necesario acento andaluz para lo que se supone transcurre en un barrio popular de Sevilla. Pero lo compensa la debutante Pilar Castro con su sencillez. Un ejemplo de cómo Jesús Ponce sabe trascender un material que podía ser tópico y complaciente a lo Siete vírgenes y hacer una estimulante película.