El peligro amarillo

agosto 5, 2008

Debe ser casualidad, esperemos, que esta tercera parte de La momia se estrene en vísperas de los juegos de Bejing, née Pekín, porque a los chinos no debe hacerles mucha gracia esta secuela. No deja de ser una reducción del conocido aforismo napoleónico «el día que China despierte el mundo temblará», cambiando a todo un pueblo por un emperador encantado. Un sujeto de gran crueldad maldecido por una bruja despechada de amor y reducido a terracota con todo su ejército, hasta que un incauto lo despierta. Claro que esto ocurre en la China de 1946, con lo que la brillante tropa de barro no debe ser muy eficaz frente a las modernas armas, pero eso no parece frenar a los responsables de la película, que como se ve no deja de mostrar sus resquemores ante el peligro amarillo aunque de forma aventurera.

 

            La momia surgió en 1999 como una tardía réplica de las aventuras de Indiana Jones. Era casi el colofón a la larga lista de films, alguno de ellos olvidables antes de terminar de verlos, que pusieron a un aventurero gallardo y calavera en escenarios exóticos enfrentándose a peripecias con un punto esotérico. Era un film divertido, pero la serie fue apagándose poco a poco en su artificio. La segunda parte ya sufría del elefantismo de los modernos títulos de acción, sobrecargando demasiado la trama con efectos especiales y lances excesivos. Uno de los dos villanos de esta función, El Rey Escorpión, tuvo derecho a un triste film en solitario posterior que echó más tierra sobre la serie, que sin embargo, en este 2008 resucita sin necesidad de sortilegios.

 

            Y es curioso que lo haya hecho el mismo año que el Doctor Jones y sus canas han decidido volver a la carretera. Esta similitud es más que casual pues hay algunos puntos de concomitancia más que sospechosos. Tanto el matrimonio O’Connell, protagonista de la saga de la momia e Indy estén ahora en la segunda postguerra mundial, y que todos han participado en operaciones encubiertas en el conflicto. Aunque se le augura una vejez tranquila, las circunstancias les obligan a sacudirse las canas para volver a ser aventureros. Pero donde se alejan es en la cuestión política. El Doctor Jones se enfrenta sin ambages al peligro rojo y los O’Connell se hallan en una situación más difusa por mor de los responsables de la película. China en 1946 se hallaba desgarrada por la guerra civil entre nacionalistas y comunistas que llevaría al poder a estos últimos. Pero no hay referencias a esto, a pesar del tufillo del general que quiere resucitar al malvado emperador para “hacer grande a China”. Breves alusiones al caos que vive el país y poco más. Se ve que nadie quería meter sesudos debates ideológicos en un producto veraniego. Con lo que los malvados amarillos parecen villanos de los cómics de Flash Gordon. Eso sí, esta tercera momia no hace nada para ocultar su deuda con su mentora. Hay una bajada a una tumba directamente pirateada de la fantástica secuencia inicial de En busca del Arca perdida.

 

            Y menos prudencia política y más meterse a fondo con la historia. La momia 3: el regreso del Emperador Dragón medio se mantiene como un producto entretenido. Lo mejor, los aires de comedia en el retrato de la familia protagonista, que pretende llevar una vida normal aunque no puede ocultar sus ganas de marcha. Y eso que Rachel Weisz, con esa falta de escrúpulos de Hollywood para explotar éxitos, ha sido sustituida por María Bello, lo que lleva a un chiste alusivo al principio del film. Pero a partir de la llegada a la puerta de Shangai-La la película deriva hacía el caos, con una embarullada historia sin nada de cohesión y donde prima la acumulación de efectos y secuencias de acción sin ninguna verosimilitud, con la banda de sonido aumentada por encima del nivel de contaminación acústica. Lo que da más grima es ver a la maravillosa pareja de Hero, Jet Li y Michelle Yeoh, haciendo una especie de parodia involuntaria de la gran película de Zhang Yimou. En fin, esperemos que al menos les hayan pagado bien.

 

(Para los amantes de las estadísticas, este es el post 100 de este alcancero. Gracias a todos los que han ayudado a llevarlo hasta aquí).


En busca del tiempo perdido

mayo 24, 2008

Confieso mis reticencias ante la resurrección del arqueólogo más famoso de la Historia del Cine. Su vuelta me recordaba a estos grupos ochenteros que metiendo barriga y tapándose las calvas sacan un nuevo disco y dan una nueva gira, intentando embelesar a un público igual de adiposo que ellos. O más, puesto que los espectadores no tienen dinero para liftings. Estas operaciones son tristes, puesto que lo que se intenta en realidad no es recuperar una música, sino el espíritu de los 20 años de edad perdidos en ese mar de decepciones llamado vida.

 

            Debo seguir confesando, amparado en la nostalgia que despierta el regreso del látigo del Doctor Jones. Yo no vi En busca del arca perdida en su estreno de 1981, sino en su reestreno de 1983, antes que el vídeo/DVD y la voracidad televisiva acabara con esa maravillosa práctica de las reposiciones en salas. Para aquel adolescente ya cuasijoven que se estaba empezando a aficionar al cine más allá de lo razonable fue un shock. Nunca se lo había pasado tan bien en una sala y nunca, hasta la fecha, volvería a sentir esa emoción tan pura ante una película. De hecho, en las dos semanas que duró en cartel la reposición la vio tres veces más. Con estos antecedentes de hace un cuarto de siglo, creo comprensible mis reticencias. Volver a ver a un avejentado Indiana Jones sería la constatación no de que seguimos siendo jóvenes, sino de que ya somos viejos.

 

            Y dejo ya de confesar, pues supongo que si ustedes están leyendo esto no es para ver como el abajo firmante usa sus privilegios de blogmaster, sino para ver si veinte años de espera han merecido la pena. Y la respuesta es que no. Esta cuarta entrega llega tarde. Tal vez cuando se empezó a hablar de ella en 1994 hubiese tenido sentido, pero no ahora. Spielberg dijo claramente en Cannes el otro día que él ya está haciendo otro tipo de cine. También ha envejecido como cineasta, pero para bien. En busca del arca perdida es un film que se hace con 34 años, no con 62. Cuando el maestro de Cincinatti viene de una obra maestra tan oscura como Munich se comprende que no tenga ganas de meterse en una montaña rusa otra vez.

 

            Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal es un film cansado. No por Harrison Ford, que sigue siendo bajo sus canas gallardo y calavera (sin pretenderlo me ha salido un chiste fácil), sino por que no tiene ya el jocoso espíritu que hicieron de los otros filmes un espectáculo inolvidable. Se nota el triunfo del oficio de Spielberg, que es mucho, sobre su inspiración. No hay tantas escenas de acción y las que hay están rodadas con un espíritu mecánico, sin la capacidad de hacer exclamar en los clímax a toda una platea como en las otras entregas de la saga. Pero no se diferencia en nada de los modernos filmes de acción disparatada a los que irónicamente el Doctor Jones abrió camino en los 80. Y no deja de ser sorprendente que esta cuarta entrega, que se aleja voluntariamente del mundo de los seriales que era marca de fábrica, tenga algunas escenas bastante poco cuidadas. Incluso un golpe que por primera vez, a pesar de la voluntaria suspensión de la incredulidad que hacemos ante las andanzas de Indy, nos hace soltar un “¡Venga ya!”. Hasta el humor se abre paso con dificultad.

 

            Y el caso es que la película fracasa como una de Indiana Jones, pero el espectador atento encontrará algunas claves interesantes. Como la de que  Spielberg, por ejemplo, se encuentra más cómodo a estas alturas con las escenas de diálogo que en las de acción. Es sintomático que la mejor secuencia del film sea la primera, que enlaza con En busca del arca perdida de forma ingeniosísima. Un choque de Indy con la villana de la ficción, una estupenda Cate Blanchett, más psicológico que de tiros. A partir de ahí, un catálogo de escenas que parece sacado del fondo del armario de los recursos de la saga. Todo lo que se espera de ella pero capidisminuido. Incluso hay un duelo a estoque que parece sacado de otra exitosa serie, Piratas del Caribe. Dejaremos el tono patriotero del film y su deriva argumental hacía el mundo de Iker Jiménez como en la nefasta 10.000 para otra ocasión.

 

            Y si hay una prueba es que esto ya no es lo que era la da la aparición del personaje de Marion Ravenwood, la chica de En busca del arca perdida. En sus escenas de auténtica comedia con Harrison Ford se recupera el espíritu perdido, pero esto hace que el contexto de Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal sea más triste. El film es pues la constatación de que Steven Spielberg ha cerrado definitivamente en su carrera el período de barraca de feria. Es un cineasta tan irregular como fascinante, pero uno intuye que en el futuro habrá más Munich que arqueólogos en su obra. Y un último apunte que puede ser significativo del descuido con el que se ha afrontado esta entrega. La acción transcurre en 1957 pero se habla de Stalin como si estuviera vivo, cuando llevaba cuatro años en una de esas tumbas a la que tanto gusta visitar el Doctor Jones.


Violencia en la pista

mayo 16, 2008

Si algún día se hace una lista de las películas más chorras jamás filmadas, Speed Racer deberá figurar en ella con letras de oro. Fíjense, no digo mala, buena, ni regular, sino chorra. Pretender colocar como el summum de la modernidad esta absurda obra de animación encubierta es un disparate.

 

            Speed Racer parte de un cómic manga japonés que en los años 60 tuvo una serie de dibus conocidos en España como Meteoro. Se nos dice que este proyecto estuvo dando vueltas durante quince años por los estudios de Hollywood y que tela de gente, actores y directores, algunos de ellos inverosímiles, estuvieron detrás. Viendo el resultado, uno se pregunta que demonios les encandiló para interesarse tanto. El que hayan sido los hermanos Wachoswski, los antaño profetas del ciberpunk cinematográfico en la saga Matrix los que se hayan llevado el gato al agua, añade más desconcierto al asunto, junto con el enfoque que le han dado.

 

            Y es que tras escribir el magnético guión de V de Vendetta, los hermanos nos han colocado una comedieta familiar, con unos presupuestos dignos de la peor Disney y filmadas con un estilo que intenta ser naif y acaba siendo ridículo. Ni siquiera nos libramos por las escenas de carreras, pésimamente rodadas –o mejor dicho, recreadas en un ordenata- con una confusión que nos impide saber en cada momento que diablos está pasando. ¿Dónde esta la limpieza fílmica de los saltos y tiroteos de la trilogía de Neo?.

 

            Además, si algún responsable de la Dirección General de Tráfico ve Speed Racer y se le ponen los pelos como escarpias está en su derecho. Alcancero intenta no ser moralista en sus juicios cinematográficos, pero esta vez hará una excepción. Le parece escandaloso que este film haga apología de la violencia circulatoria. Que a todo el mundo le parezca tan guay en la película poner coches a 800 por hora (sic) y que sean legítimas todo tipo de artimañas para ganar, aún saltándose el código de circulación, es inmoral. Sobre todo cuando hay un repelente niño en la trama, cuyo nombre he olvidado, obnubilado con todo lo que ve, como se supone han de hacer los jóvenes espectadores de la película. Que le quiten los puntos pero ya a los Wachoswski.


Pobre niño rico

febrero 1, 2008

¿Es posible la libertad suprema en la sociedad neocon? ¿Se puede renunciar a todo y convivir con la naturaleza en armonía?. A esa pregunta intentó responder Christopher McCandless entre 1990 y 1992. Hijo de un ingeniero de la NASA, brillante estudiante, tras acabar la universidad decidió cumplir su sueño de irse a vivir en lo salvaje (Into the Wild, título original de Hacia rutas salvajes) en Alaska. Desde Georgia en la costa Este de Estados Unidos inició un viaje recorriendo el país hacía su objetivo, que resultó ser un desastre. McCandless no estaba preparado para vivir a lo Jack London y tampoco se preocupó mucho de ello. Jon Krakacuer escribió un libro sobre su peripecia y ahora el actor Sean Penn lo ha adaptado en su cuarta película como director.

            A Penn se le nota enamorado de su personaje y de su peripecia. Más allá de la alternativa hippie, el joven era un individualista acérrimo, que no tenía interés en cambiar la sociedad y sólo ir a la suya. No en vano era un atento lector de Thoreau, el anarquista al que se considera padre del ecologismo. Y aquí se halla el principal problema de la película. Este Alcancero no acaba de comulgar con McCandless y su aventura. Más que un individualista antisistema, le parece un niño pijo que se cree con derecho a todo. ¿Qué está prohibido bajar por un río en canoa? No importa, él se agencia una y transgrede la ley. ¿Qué no tiene ni idea de caza y de sobrevivir en las soledades de Alaska? Que más da, el tiene sus libros de Thoreau y una absurda obra sobre plantas comestibles y salvajes que a la postre no le sirve de nada. Si se molestan en ver la voz Christopher McCandless en la wikipedia verán que coincidiendo con el film de Penn se rodó un documental menos complaciente, donde los alaskeños critican la improvisación y la torpeza del joven. Como esos domingueros que se adentran en la montaña amenazando nieve y luego tienen a la Guardia Civil jugándose la vida para rescatarlos. Incluso uno tiene la malévola sensación de que McCandless hubiese sido el típico que tras vivir en su juventud una experiencia vagabunda hubiese vuelto a casa a cumplir su destino de burgués americano.

            Esta fascinación por el personaje lleva a Sean Penn a cometer otros errores. En el retrato de sus padres, por ejemplo. A pesar de estar muy bien interpretados por William Hurt y Marcia Gay Harden, son demasiado caricaturescos y exagerados. De acuerdo que sus broncas y su hipocresía social son uno de los disparaderos que llevan a su hijo al vagabundeo, pero se excede en su caracterización como contraposición a la nobleza de su hijo. La dirección es irregular, alternando los momentos enfáticos con los intimistas. Lo que si hay es una libertad formal que recuerda a los filmes hippies de los 60, como si McCandless fuese su heredero.

            Sin embargo hay un aspecto que resulta muy fructífero en la película y acaba salvándola de la hagiografía new age. A lo largo de su recorrido, el joven se topa con la posibilidad de ser parte de familias alternativas que saben lo que es el dolor de la ausencia. Así pasa con la pareja de hippies trasnochados (ella es la maravillosa Catherine Keener, una de las actrices más desaprovechadas del Hollywood actual) cuyo hijo también se marchó como McCandless y no han vuelto a saber de él. O ese anciano, encarnado por el veterano Hal Holbrook que ha conseguido colarse en la final de los Oscars con su gran trabajo, que le ofrece adoptarlo porqué no tiene herederos. Como en algunas historias clásicas el héroe tiene la opción de cambiar su destino aunque no hace caso de las señales. Y tiene ocasión de comprobar el dolor que la ausencia injustificada de un hijo provoca, sin que cambie sus objetivos.

            Tras ver este irregular Hacia rutas salvajes y sus equivocados planteamientos, sólo queda recomendar que se recupere el anterior film de Sean Penn como director, El juramento, donde daba la medida de lo que es capaz como cineasta.


La familia que explora unida…

diciembre 24, 2007

Aunque formalmente es una alianza entre la Disney y Jerry Bruckheimer, La búsqueda: el diario secreto, segunda entrega de las aventuras del patriótico cazatesoros interpretado por Nicolas Cage, tiene todos los estilemas del macarra productor. Es un film excesivo, donde la inverosimilitud de la trama se atenúa por el sentido del humor y la acción no sigue las sabias lecciones de dosificación de la saga de Indiana Jones, sino que se acumula de una forma arbitraria. Como en las típicas películas de Bruckheimer, La roca, Armageddon, Pearl Harbor o Con Air, los guionistas son convidados de piedra. Su única función es crear puentes entre las escenas de acción sin preocuparse mucho por su eficacia narrativa.

            Sin embargo, la mano del estudio del tío Walt se nota en el carácter familiar que tiene esta saga. No solo por que Ben Gates explore con sus progenitores (los veteranos Jon Voight y Helen Mirren, en dos clásicos papeles “es que lo pagaban muy bien”) como si fuese una excursión dominical, sino por la trama de esta segunda parte. Los Gates descubren que un antepasado suyo pudo estar implicado en el asesinato de Lincoln, lo que mueve la aventura al intentar limpiar retrospectivamente su nombre. El presunto rival de Cage en esta peripecia, encarnado por el siempre magnífico Ed Harris, también pelea por el honor de su apellido, con un sentido calderoniano del linaje insólito en la individualista sociedad estadounidense. Tanto empeño nos coge un poco lejos, la verdad.

            Y también está el tono patriótico, no en vano el titulo original de la serie es National Treasure. En La búsqueda: el diario secreto la institución presidencial está siempre presente. El recuerdo al carismático Abraham Lincoln, el libro que esconde los secretos más secretos de los inquilinos de la Casa Blanca, y por último, la presencia de un presidente majísimo, comprensivo y con un sentido del humor a prueba de bombas de Al Quaeda. Y es que los Gates son unos patriotas. También descubriendo tesoros ocultos se puede servir a los Estados Unidos.

            Si en otra ilustre colaboración Disney-Bruckheimer, Piratas del Caribe, la inspiración fue una atracción de un parque temático (Si Billy Wilder levantará la cabeza) en La búsqueda: el diario secreto se nota mucho la influencia de los videojuegos. El film no deja de ser una gran aventura gráfica donde una pista lleva a la siguiente y donde acaba habiendo trampas que resolver con el ingenio. Como película de aventuras, Bruckheimer, que nunca ha sido muy modesto, muestra una gran vocación totalizadora. Se mezcla el tecnothriller actual, donde un chico listo con un portátil en un servicio público puede descolocar el más sofisticado sistema de seguridad, con la aventura clásica llena de pasadizos secretos y donde los protagonistas tienen que usar la fuerza de sus brazos. Ideal para llenar un sábado por la tarde sin muchas expectativas ni exigencias, pero cabe lamentar el gasto de tantos recursos para una historia tan mal trazada y tan arbitraria. De nuevo, el departamento de efectos especiales se ha impuesto al del guión.