Ultimátum a la Tierra, versión 1951, es un contradictorio clásico de la Ciencia Ficción “seria”. Frente a las películas de serie “B” llenas de extraterrestres de baratillo y devoradoras masas blandengues, el film de Robert Wise ofrecía un mensaje humanista en medio de un género bastante conservador, pues los “otros” siempre venían del espacio como se suponía cualquier día iban a llegar los rusos en esos tiempos de Guerra Fría, arrasando. El alienígena Klaatu desembarcaba como un nuevo Mesías a dar un mensaje de reconciliación entre unos hombres que lo recibían muy mal. Pero más allá de su argumento y del gran oficio mostrado por Wise al armar la película, la contradicción a la que hacíamos referencia al principio se refería a una interesante contaminación genérica, pues era en realidad una historia de cine negro. Klaatu, bajo su apariencia humana, se convertía en un perseguido que huía en una eterna noche llena de sombras matizadas. Ya dijo José María Latorre que la Ciencia Ficción pura, ahora que hace poco se ha muerto el escritor Forrest J. Ackerman, que dicen inventó el término, no existe.
La fiebre de los remakes ha alcanzado a este clásico del buenrrollismo pero adaptado. Si hemos de creer al productor Edwin Stoff, la idea del nuevo Ultimátum a la Tierra surgió en una reunión en la Fox, propietaria del film original. Cuando Stoff vio un poster del film de Wise en la sala donde tenia lugar el encuentro se le ocurrió instantáneamente. ¿Quién dijo que el negocio del cine estaba muy estudiado?. En su esencia se la historia se mantiene igual. Klaatu llega ante nosotros para contarnos que el planeta se nos muere por culpa nuestra, y al ver el recibimiento que le da el aparato de seguridad nacional de los Estados Unidos, mucho más poderoso ahora que en 1951, decide que somos incorregibles y mejor exterminarnos para salvar la naturaleza. Este ecologismo radical, que deja en mantillas a los discípulos de Al Gore, nos lleva a la humilde reflexión de que al fin y al cabo somos una especie más de la Tierra y que no deberíamos ser tan gallitos. Pero más allá de esta anécdota, poco más ofrece este nuevo Ultimátum a la Tierra, que no le hace la mínima sombra a la primera versión y más bien la enaltece.
El film empieza con las adecuadas dosis de tensión y dramatismo, pero poco a poco se va desfondando y convirtiéndose en un más bien pesado discurso. Los intentos de dar entidad dramática a la historia, con las malas relaciones entre la doctora y su hijastro, son más bien de telefilme. No se entiende muy bien la necesidad del prólogo, que deja más dudas que respuestas. Pero lo peor es lo del robot Gort, un personaje inolvidable de la versión de Wise que aquí se malogra. Uno no entiende muy bien porque lo retiran del metraje a mitad del film y ceden su labor destructora a una plaga de insectos corrosivos, que meten al film en una innecesaria deriva hacía los planteamientos excesivos de las películas de catástrofes actuales. Aunque a lo mejor alguien se dio cuenta a tiempo de que el efecto especial para recrear al nuevo Gort era más bien cutrillo, a pesar de las nuevas tecnologías. Y tampoco funciona como nuevo film negro, pues las persecuciones y demás ya las hemos visto mil veces.
Aunque lo que salva el visionado es la maravillosa Jennifer Connally, que demuestra que su talento de actriz se halla muy por encima de este flojo remake. Su serena belleza se impone al pasmarote de Keanu Reeves, al que no le tiene que costar mucho trabajo ser tan inexpresivo como Klaatu y unos John Cleese y Kathy Bates en el consabido papel “es que lo pagaban bien”.
Uh. Yo soy mucho de la Jenny, ya lo sabe Usted. Junto con la Belucci y la Weitz son las que pueblan mis más esfaratadas fantasías oníricas. Nada de flacuchas anoréxicas australianas ni requetesiliconadas y tatuadas heroínas de videojuego… nada, nada. Como estas tres, nada.
Habrá que verla, digo yo. ¿Ya la ponen por acá?