Helena Taberna es de estas cineastas que tiene los pies de barro. Su fama deriva del film Yoyes, de hace unos diez años, rodado en la tregua etarra al PP (la del olvidado “movimiento de liberación nacional vasco”) que fue jaleado por motivos extracinematográficos. Se consideró que su tema, el hablar de la terrorista arrepentida que fue asesinada delante de su hijo por sus ex compañeros, que no le perdonaron su cambio a la vía pacífica, era suficiente. Y que duda cabe de que era una historia impactante y necesaria en ese momento en que ETA montaba uno de sus habituales timos disfrazados de tregua. Pero nadie reparó en que era un melodrama bastante topicazo y muy alicorto en su inspiración. Luego, Taberna cimentó su leyenda con otro documental muy escasito, Extranjeras, donde llegaba primero también en hablar de las emigrantes femeninas en nuestro país.
Ahora se ha estrenado su nuevo film de ficción, La Buena Nueva, donde todos sus defectos quedan claros. Se nos cuenta la historia de un comprensivo sacerdote joven (Unax Ugalde) que en vísperas de la Guerra Civil es destinado a un pequeño pueblo navarro, donde el anterior párroco tenía sus agarradas con el importante sector izquierdista de su población. El nuevo cura estaría mejor tocando la guitarra en las misas postconciliares que en su época (o en esta integrista etapa del devenir vaticano, bien mirado), pero sus peculiares tácticas no son bien recibidas. Cuando estalla el conflicto y la represión de los vencedores cae sobre el pueblo, estas diferencias se acentúan, junto con una maestra que lleva al sacerdote a terrenos demasiado alejados del reino de los cielos.
Pese a lo que pueda parecer, La Buena Nueva no critica a la Iglesia, cuya jerarquía rápidamente se pone de parte de los sublevados, sino de su papel en el conflicto. Eso queda claro en la delirante penúltima escena del film, cuando el sacerdote se lleva a las viudas de los fusilamientos a orar donde están las fosas comunes de sus familiares mientras el obispo celebra en la plaza del pueblo la victoria franquista. Taberna, que después de todo es navarrica, tierra de Cristo Rey, propugna otro tipo de Iglesia pero no su cuestionamiento como institución. El film tiene sus detalles interesantes como el choque entre carlistas y falangistas, que saca a la luz las tensiones que había entre el presuntamente homogéneo bloque franquista y su algo oportunista posición frente al candente tema de los desaparecidos y las fosas, con su defensa de que esto no se puede olvidar. Pero todo se malogra con unos diálogos imposibles, unos personajes de opereta –en especial los fascistas, de auténtico tebeo- y unas situaciones bastante forzadas, como cuando el joven cura se arranca con el Padrenuestro en euskera, lengua que hasta entonces desconocíamos hablaba. Como reza el dicho, el infierno está empedrado de buenas intenciones que no necesariamente hacen una buena película. Y que me perdonen, pero el Premio de Interpretación a Unax Ugalde otorgado en el Festival de Valladolid uno no lo vio por ningún sitio.