Es curioso como hábitos setenteros se están apoderando de nuestro cine. Los años desnudos recuperan las películas S y Diario de una ninfómana el cine erótico de qualité francés a lo Historia de O. A ellos se une Transsiberian, con un adecuado título inglés y con reparto internacional. En los años 60 y 70 se pusieron de moda filmes de género, coproducciones muchas veces hispano-italianas, de presupuestos infames y con actores anglosajones de segunda fila o viejas estrellas que ya no cotizaban en Hollywood. Los directores eran mediterráneos emboscados tras alias que sonaban a California o también lo que en la industria americana se conoce con el hiriente término has been, han sido. Gente como Robert Aldrich o Robert Siodmak acabaron sus carreras con peplums o spaghetti westerns. Este cementerio de elefantes intentaba pasar por producciones internacionales de peso.
Transsiberian tiene algo de esto, aunque no es un caso aislado. Su productor, el catalán Julio Fernández, lleva tiempo con su firma Filmax haciendo producciones con ese espíritu, si bien modernizado en el tiempo, aunque sigue la mezcla de actores americanos y patrios con un adecuado nivel de inglés. Los resultados han sido más bien mediocres a excepción de la sorprendente El maquinista, que a pesar de seguir la gozosa tradición del subgénero de hacer pasar los suburbios de Barcelona por Los Angeles, fue una gratísima sorpresa más allá de la anorexia inducida de un soberbio Christian Bale. Tal vez por ello Fernández ha confiado en su director, Brad Anderson, para el proyecto de Transsiberian, aunque hay que decir desde ya que se ha quedado muy lejos del título anterior.
Eso sí, la película recupera otras dos tradiciones de ese cine setentero del que deriva. Una, las fotitos de los protagonistas en el cartel. Otra, es inevitable pensar en uno de los clásicos de esas producciones, Pánico en el Transiberiano, de Eugenio Martín, que mezclaba en su reparto a Peter Cushing y Chistopher Lee con Silvia Tortosa, lo que no deja de ser meritorio. Pero si el primer film ambientado en el legendario tren panruso era de terror hecho al estilo Hammer, que imperaba mucho en esa época, el de Anderson es un thriller ambientado en la Rusia postcomunista. Un caos donde nada funciona y que tiene tics de la guerra fría, como nativos antipáticos y chillones junto con una policía que no olvida los hábitos del KGB. Casi veinte años después de la caída del muro sigue siendo un país hostil y poco recomendable. Pero Transsiberian tiene muchos problemas. El verdadero conflicto tarda mucho en estallar y lo que hay antes es bastante aburrido, perdiéndose mucho tiempo en prolegómenos. Cuando empieza la verdadera trama, lo que queda es un thriller apañadito pero muy insuficiente, aunque la presencia del gran Ben Kingsley ayuda a mejorar el visionado. Y que no deja se seguir la filosofía Hostel de que los americanitos típicos harían mejor quedándose en casa y no saliendo de viaje. Aunque lo peor es que te queda la sensación de que esta historia se podía haber ambientado perfectamente en Milwaukee y no hacía falta el anzuelo del Transiberiano. Pero es norma de estas películas ofrecer un gran escaparate que no contiene a la larga mucho contenido.