Los años desnudos: clasificada S nos muestra los aspectos más horteras de nuestra Transición democrática. Viendo algunos filmes y leyendo determinadas novelas parece que era un época donde todos hablaban de Marcuse, escuchaban a Lluis Llach o eras apaleados por los comandos de la extrema derecha. Pero esta obra de los domeñados Félix Sabroso y Dunia Ayaso, que han abandonado el histerismo de sus primeras obras y serenan su mirada, pone las cosas en su sitio. También eran los tiempos del cine más casposo y de una música que triunfaba, y que los realizadores usan prolíficamente en su banda sonora, bastante chillona. Caso de Ana y Johnny, pioneros del pimpilenismo, o el galán de opereta Manolo Otero.
Es la música adecuada para esta historia nada nostálgica y con su punto de coña, pues es la que escucharían los personajes de la película, que como muchos en aquellos prodigiosos años iban a lo suyo y no sentían nada de los cambios políticos que se producían en cascada. Supervivientes en medio de una España en transición y con una crisis económica en marcha. La historia la escriben los vencedores, y en este caso todo esta realidad sociológica quedó marginada en las memorias a partir de los años 80, cuando la movida y el ascenso de Almodóvar empezaron a hacernos creer que vivíamos en un país chic. Es por ello que los que se acerquen a esta película buscando nostalgia saldrán defraudados. Es más, la historia que cuenta podría haber ocurrido en otra etapa, pues es universal. Pero Sabroso-Ayaso querían hacer un homenaje a estas generación de actrices del destape, que fueron juguetes rotos. Sus cuerpos desnudos fueron explotados hasta la saciedad y cuando pasó la moda nadie les dio una oportunidad. Pocas se reciclaron y casi todas se extinguieron, cargando en muchos casos con el sambenito de guarrindongas. Acusación hecha a veces por los mismos que entraron en la turbulenta adolescencia con el poderoso reclamo de sus rotundos cuerpos –la anorexia nadie sabía lo que era- desde kioscos y carteleras.
Los años desnudos es un drama femenino, y no una comedia a pesar de sus puntos humorísticos. Uno echa de menos más caña en como se hacían esas películas cutres. Te cuentan de que a veces las actrices se limitaban a recitar números ante las cámaras, sin saberse el texto, pues luego eran dobladas inexorablemente y daba igual. O la impagable secuencia de una de las películas que ruedan las protagonistas, una presunta denuncia carcelaria que es una excusa para que las chicas enseñen las tetas, como todo en esos filmes. Tampoco es una disección a fondo del ambiente de ese cine, escandaloso en su tiempo y que ahora, con la pornografía dura disponible por internet es entrañable. Salen dos personajes que de haber existido realmente merecerían uno de los brillantes post del señor Paco Fox, como son ese productor a lo José Frade (lo que yo me follo que no lo vea nadie más) y ese director con ínfulas de arte pero que hace basura, encarnados muy bien por Luis Zahera y Antonio de la Torre, respectivamente.
Más bien, la película habla de la explotación eterna femenina. Al trío de actrices protagonistas no sólo las mangonean en las producciones S, donde sólo importa el tamaño de sus pectorales, sino fuera de ellas también. La que quiere ser actriz seria lo consigue al precio de la soledad. La que quiere hijos y familia descubre que dentro de la sacrosanta institución del matrimonio puede ser una paria. Y la que quiere vivir su vida sin ataduras acaba siendo un juguete roto. El resultado es más enjundioso de lo que parece a primera vista, pues el guión roza el tópico en más de una ocasión pero sabe remontarlo con sensibilidad, a lo que ayuda un brillante trío de actrices. Mar Flores hace un encomiable esfuerzo ante unas sobradas Candela Peña y Goya Toledo. Ellas ponen mucho de verdad en Los años desnudos: clasificada S.
Y para despedir este post, no resisto la tentación de colgarles un youtube de una de las canciones que ilustran la banda sonora del film y que demuestra el grado de horteridad que tuvo gran parte de la cultura popular de la Transición. Atención a los versos finales, cuando la cantante cae en pleno orgasmo canoro, y puede que de los otros.
«Tómame, libérame del pudor, y muéstrame tu cielo confortador».
No se meta con Ana y Johnny que con sólo dejar este único tema ya ganaron méritos de sobra para ocupar un lugar de honor en la historia de la transición. Que lo que hizo el «Libertad sin ira» de Jarcha por la democracia lo hicieron con creces ellos por la tan necesaria liberación sexual de la pareja española.
Seguro que si esta rima la escribe Santa Teresa en vez de Ana y Johnny se consideraría una obra maestra de la mística.
Buscando en internet el vídeo me encontre con un comentario enjundioso en algún blog frikie. Propugnaba que Sergio Dalma y Mónica Naranjo hiciesen un remake de la canción.
Y si son malévolos y cambían en el tema la palabra «amar» por otra también de la primera conjugación pero muy mal sonante y que describe el acto más físico del amor (perdon por tanto retruécano pero el público de este blog es heterogéneo y escribo en horario protegido infantil) verán que la canción adquiere su pleno significado.
Ha sido la primera película que me he echado a los ojos tras largo tiempo tras largo tiempo de sequía. Y, a pesar de que encontré las tramas algo forzadas y topicazas, me gustó. Lo mismo porque tengo la feromona feninista cada vez más activa conformepasan los años. Al salir, no podía dejar de pensar que esas lluvias trajeron estos lodos. Y lo que te rondaré, morena. Y rubia.