Los más viejos –o al menos los más de mediana edad- de los lectores recordaran la serie Curro Jiménez. En una época donde España despertaba a la democracia y no se soñaba con el entonces denominado Mercado Común, Sancho Gracia, racial bandolero de Sierra Morena, se dedicaba a la lucha contra el francés durante la Guerra de la Independencia. La serie fue lo suficientemente larga como para que Curro se dedicase a esquilmar a los ricos tras cumplir con su patria, pero su espíritu guerrero quedó presente. Puede que los gabachos tuviesen artillería y al genio corso de su parte, pero siempre había una buena navaja de Albacete para poner en orden las cosas.
Treinta años después de las andanzas de este personaje por nuestra televisión, el inefable José Luis Garci recupera su esencia. El cineasta madrileño se halla cada vez más lejos de la modernidad, tanto en las épocas que elige para ambientar sus guiones (ha dicho públicamente que no rodará nada centrado en la actualidad) como en estilo e ideología. Sangre de mayo, el polémico film –en realidad un montaje de una miniserie que pronto se verá en las autonómicas- amparado por Esperanza Aguirre, que ha volcado recursos sin fin de la comunidad que preside para que el proyecto fuera posible (se ve que Garci no es uno de los titiriteros que tanto gustan a los voceros de la presi madrileña), llegando incluso a colocar un cartelón del film en la fachada de sus oficinas en la Puerta del Sol con motivo de su estreno, es una película patriotera. Los franceses aquí son como los apaches en los westerns de serie B que tanto frecuentaba Garci en los programas dobles de su infancia. Una presencia amenazante que sólo está allí para hacer daño a los protagonistas. Es evidente que una película no es un manual de historia, pero algo más de explicaciones sobre que hacían acantonados en Madrid los soldados de Napoleón no vendría nada mal.
Claro que esta ataque de Garci no sólo es político, sino intelectual. Ahí está el bueno de Paco Algora, que formó parte de los primeros repartos de Curro Jiménez curiosamente, como ese dramaturgo que critica los afrancesamientos de Moratín y defiende la tradición teatral española. Y ese actor que bebe los vientos por lo que viene allende los Pirineos, pero que es un frívolo y un borrachuzo (muy adecuado y malévolo que lo encarne Carlos Larrañaga). Uno cree que Garci ajusta cuentas con esos intelectuales con los que nunca se ha terminado de llevar bien.
Pero todo esta ranciedad sería tragable si el film al menos fuera bueno, pero no lo es. Garci elige el viejo truco de la narración amorosa de unos seres cotidianos arrastrados por los huracanes de la historia. Pero el romance entre el picaresco Gabriel (personaje galdosiano, protagonista de los primeros Episodios Nacionales) y la modistilla es sencillamente polvoriento, a pesar de la deriva dickensiana del prestamista que tiene a la chica a pan y agua. Y demasiado largo. No nos engañemos. Todos esperamos el estallido popular del 2 de mayo y antes hay excesivas escenas propias de Garci, monótonas y con diálogos sobrecargados. Y cuando el motín llega está rodado de forma decepcionante, imitando descaradamente a Doctor Zhivago en la carga inicial y sin nada de pulso épico.
Reflexión aparte merecen los 15 millones de euros que según parece ha costado el film. Aunque el gran Gil Parrondo esté en la dirección artística, los decorados son de un cartón piedra cantoso y da la impresión de que Madrid, a pesar de su jocosa presentación en el prólogo del film, leído por el propio Garci, sólo tenía una calle donde pasaba todo. Si a esto unimos que las escenas de masas son muy poco masivas, en fin, uno no quiere pensar mal, pero no se ve tanto dinero. Al menos en la pantalla.
La película acaba con planos del Madrid actual, una finta que ya hizo Scorsese en Gangs of New York, como diciendo que esa sangre de mayo regó la actual metrópoli. Claro que ese discurso se le vuelve en contra. El Madrid actual, que acoge razas y pueblos como una nueva tierra de promisión, no tiene mucho que ver con ese de manolas y manolos que se nos ha contado. Pero bueno, el propio Garci ya ha dicho que la actualidad no le interesa. Que siga refugiándose en los territorios del mito. Aunque ello desemboque a llevar a otras épocas de nuestra historia los deplorables modos de los panfletarios Pío Moa y César Vidal.
Muy buena la crítica amigo Alcancero, pero hay algo que, en mi ignorancia, no acabo de comprender. Cuando dice usted que el romance entre Gabriel y la modistilla es «polvoriento» qué quiere usted decir ¿qué la película tiene dos rombos?
Buena apreciación, amigo replicante. Teniendo en cuenta que es Garci, el fan de «Casablanca», es lógico que el polvo sea el que se acumula en los estantes del guión y no los que gustan en «Diario de una ninfomana».