Jaime Rosales ha hecho con Tiro en la cabeza un arriesgado experimento. Estaba preparando un film cuando le llegó la noticia del asesinato por parte de ETA de una pareja de guardias civiles en el sur de Francia. Ellos estaban en una operación de vigilancia desarmados –por lo visto ese es el acuerdo con el gobierno de París, pueden hacer su trabajo pero sin pistolas- y coincidieron en una estación de servicio con tres terroristas, que al percatarse los despacharon sin contemplaciones en el aparcamiento. Uno de los agentes murió en el acto y el otro tardó cuatro días en hacerlo. Ocurrió en Capbreton, el 1 de diciembre de 2007.
El cineasta, que aún no podía soñar que con su segundo film, La soledad, iba a ganar el Goya dos meses después, decidió hacer una película de urgencia sobre el tema. Se preparó y rodó en tiempo record, pues nueve meses después de su brusca determinación Tiro en la cabeza se ha presentado en San Sebastián y se ha estrenado en cines (y en internet previo pago). Aviso a los que vivan en el entorno de Alcancero, no busquen el film en los cines de la Bahía, pues no está. La vi en Madrid en mi reciente escapada aprovechando el puente del Rosario.
Film de urgencia, sí, y se nota demasiado. No tiene la rigurosa construcción de las otras dos obras de Rosales, y se halla hecha como a brochazos. Sigue la frialdad del escalpelo en su algo sociopática visión de las relaciones sociales, pero no basta. Así como en Las horas del día y en La soledad todo ello iba encaminado a mostrar una situación global de desamparo vital, aquí no lleva a ningún sitio. El problema es que Rosales cae en la trampa del final sorpresa, que como ya dije en el post anterior sobre El niño con el pijama de rayas marca mucho la narración. A muchos les parecerá discutible que se centre en las horas previas del etarra antes del atentado. Seguramente su carácter de film minoritario le salvará de las iras de la carcundia copera y demás, pero esa visión unilateral puede dañar su recepción para muchos.
O no. Rosales nos muestra la vida de este hombre. Come, bebe, va a fiestas, liga, habla con abogados, un urbanita solitario como tantos en nuestra desquiciada sociedad. Pero al final sabemos por qué lo hace. Como el psicópata de Las horas del día, la mejor película de Rosales hasta la fecha, es un asesino. Pero esa condición no atiende a un trastorno interior, sino a que es un etarra. Esto nos obliga a replantearnos todo lo visto hasta ahora. La pregunta es qué pretende Rosales con esto. ¿Mostrarnos que un criminal es un hombre corriente y moliente cuando no está en lo suyo? ¿Hablar de los monstruos que se agazapan junto a nosotros en al autobús? No queda claro. Y es que la película se pierde en su propio artificio. Se rodó con cámaras ocultas, aunque los actores, no profesionales ninguno, sabían que les estaban filmando. Pero los diálogos se eliden y sólo queda el ruido ambiente. Únicamente se oye, con toda la intencionalidad del mundo, los “txakurra” (perro en euskera) que lanzan los etarras a los guardias civiles cuando van a por ellos. Pero todo esto, incluyendo la fealdad de los planos aplastados por el uso del teleobjetivo y el que algún incauto se pone delante del objetivo bloqueando la visión, como en las cámaras ocultas, la hace una película marciana.
Aunque hay un problema moral. Con una cuestión tan sangrante como la del terrorismo en España, parece contraproducente hacer una película ensayo que prima la forma (y que da para un corto y no para 85 minutos de vellón) antes que el fondo. A lo mejor, después de todo, Tiro en la cabeza es la historia de una impotencia. Puede que Jaime Rosales no sepa de que habla un etarra en sus ratos libres y lo convierte en una pieza de un artificio. Pero a este Alcancero, como espectador y ciudadano español de primeros del tercer milenio, le gustaría saberlo. Tal vez así quedase una película menos arriesgada pero más efectiva.