Tras ver El niño con el pijama de rayas uno no puede por menos que pensar en el viejo chiste racista y muy poco políticamente correcto: “Están matando en Ruanda a los negros y a los panaderos” “¿Y a los panaderos porqué?”. En principio, la versión cinematográfica que Mark Herman ha hecho del best seller de John Boyne es un nuevo film en el largo y cansino capítulo de películas sobre el Holocausto (salvo error u omisión, es la tercera sobre el tema en este 2008, tras El último tren a Auschwitz y Los falsificadores) pero su tesis no deja de ser resbalosa. La sensación que se tiene tras salir de la sala no es que el Holocausto sea terrible en sí, sino de que es muy malo porque ha muerto en la cámara de gas alguien a quien no le tocaba hacerlo. Como estos filmes que se cuestionan la pena de muerte no porque sea aberrante en si misma, sino porque le puede tocar ser electrocutado a un inocente.
Y es el riesgo en que cae la historia pergeñada por John Boyne, que ahora busca su inspiración en el motín de la Bounty. Es de estas novelas demasiado centradas en el final sorpresa e impactante y en función de eso la trama cae en la trampa que señalaba en el párrafo inicial de este post. Siempre es peligroso usar niños para llevar grandes mensajes, pues la manipulación emocional de espectador se halla latente en todo momento. Y el planteamiento de un tema tan complejo como el exterminio nazi de los judíos con dosis de moralina es discutible. Cuidado, irresponsables alemanes de las SS que dirigís campos de concentración, vuestro estudiado sistema de muerte masiva puede volverse en contra vuestra. De nuevo se hace de este tristísimo episodio histórico un drama particular entre gente a la que no le tocaba.
Y no es que el film carezca de interés, a pesar de su asepsia. Mark Herman es de estos directores tan correctos que dan grima. Nada chirría en sus trabajos, pero tampoco hay nada que nos entusiasme, como en los telefilmes de la BBC. A pesar de eso, hay temas interesantes en el guión, como el distanciamiento de la madre del niño protagonista de lo que hace su esposo, comandante de un campo de exterminio, como ejemplo de esa Alemania silenciosa que no apoyaba pero tampoco se oponía al hitlerismo. Y una excelente secuencia, como es la de la cena donde se descubre el pasado poco nazi del padre del teniente Kotler que acaba con la violencia hacía el asistente judío de la familia, mostrando como el fascismo busca chivos expiatorios para superar las contradicciones sociales. Pero ya apunté antes el problema. El final sorpresa hacia el que todo se dirige y que ahoga todos estos interesantes apuntes, como si el castigo de los cielos cerrase a la trama toda posibilidad de desarrollarse. Como en las dos películas que mencione al principio de este film, El niño con el pijama de rayas no pasará a la historia de los filmes sobre el Holocausto (aunque se atreva a filmar los prolegómenos del asesinato masivo en una cámara de gas) y abre una vía muy peligrosa de retorcimiento argumental para que brillen los escritores y directores, más allá de las implicaciones morales de tan resbalosa tragedia histórica.
Me epata usted con su elegante uso del adjetivo resbaloso.
Gracias. Nada tan lástimoso como resbalar con el lenguaje.