Algún veterano crítico de cine, más conocido hoy en día por sus exabruptos radiofónicos que por sus amplios conocimientos, decía que en sus tiempos la conocían como “La imperial Cyd”. También confesaba que en los duros años 50 los chicos españoles iban a los musicales porqué allí se veían piernas (aunque como decía aquel aburrido productor de La calle 42, después de varias semanas es una pierna que sube y que baja). Desde ese punto de vista la recién fallecida Cyd Charisse recién fallecida, no defraudaba. Unas largas extremidades capaces de enrollarse como las de una serpiente. Pero su muerte nos retrotrae a una época del cine desparecida para siempre. La de los grandes musicales de la Metro, lujo y technicolor a toda pantalla. Alcancero tuvo hace años la oportunidad de ver The Band Wagon en una sala y la experiencia fue alucinante.
Cyd Charisse sufrió el fin de la era dorada del musical. No era buena actriz, y no supo reciclarse. No cantaba y solía doblarla Marnie Nixon, la misma que cantaba con la cara de Audrey Hepburn en My Fair Lady. Pero toda su sosería se transformaba cuando bailaba, combinando letalmente arte y erotismo. Suya era la interminable pierna que frenaba a Gene Kelly en el número onírico de Cantando bajo la lluvia. Y ahí están sus dúos con Fred Astaire en la citada The Band Wagon o La bella de Moscú, donde tuvo otro de sus más recordados momentos cuando en solitario danzaba con gracia infinita cambiando sus ropas de institutriz soviética por lencería fina occidental. Pero fue el gran Nicholas Ray el que supo aprovechar esta esquizofrenia de Cyd Charisse, leona cuando bailaba, modosita cuando no, en la magistral Chicago, años 30. Su mejor película y su mejor papel. Su fallecimiento deja huérfano de recuerdos a una era que nunca volverá.
Está tomando tintes de necrológica, este blog…
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