¿Qué opinará Michael Moore de La edad dela ignorancia cuando vea como su admirado Canadá, al que contrapone como modelo a la locura estadounidense en sus documentales, es un caos en este film de Denys Arcand? El presunto paraíso es en realidad un sitio con una burocracia inhumana, con un sistema sanitario desastroso y con un grado de incomunicación y competitividad que no tiene nada que envidiar al resto del mundo posindustrial.
Arcand cierra con esta película una inconfesa trilogía que inició hace 22 años con El declive del imperio americano y siguió con la soberbia Las invasiones bárbaras. En ellos hace una crítica de la generación progre, la que iba a cambiar el mundo en los 60 y sólo trajo a la larga el neoliberalismo salvaje, convirtiéndose en víctimas y verdugos. En la primera de la serie veíamos a un grupo de personajes atrapados en sus contradicciones. En la segunda, cómo el paso del tiempo les había afectado y se reunían para despedir a uno de ellos que se moría de cáncer. En su adiós y en su autoeutanasia se ennegrecía el discurso. En La edad de la ignorancia seguimos a un superviviente de esa generación. Tal vez envidie al que murió, pues su vida está completamente carente de atractivos.
Pero hay mucho más que una desencantada crónica generacional en esta trilogía. Si seguimos sus títulos, vemos una nada inocente e irónica reflexión histórica. Al igual que la caída del imperio romano dio lugar al oscurantismo de la Edad Media, así nosotros estamos entrando en otra era similar. La película contrapone las fantasías del protagonista para evadirse de su triste realidad con el absurdo de un mundo tecnificado pero insensible. No obstante, este es el punto más débil la cinta. No añade nada a otras historias de corte similar. Pero es más efectivo el choque entre la insensibilidad de la administración frente a las tonterías New Age. Puede que estos funcionarios hagan feng-shui y motivación, pero luego no pueden dar respuestas a sus usuarios y a veces toman decisiones inhumanas. Como a esa víctima de un accidente a la que hacen pagar una farola que rompió en su desgracia.
Es por ello que la mejor secuencia es la del torneo medieval, mitad fantasía de unos pocos mitad fiesta gótica para unos descerebrados. En ese policía que se transmuta de fraile en la mascarada y porta un discurso fascista está la caña de la película. Estamos en un mundo donde la tecnología no esconde que entramos en una nueva Edad Media donde la razón está marginada y el integrismo con visos de cruzada toma el mando. Ya hemos visto en la triste labor de este funcionario el fracaso del estado liberal y éste se halla desmantelado y las grandes corporaciones trasnacionales toman el lugar de los señores feudales.
Arcand cuenta esto con su habitual humor dolorido. La pena es que La edad de la ignorancia tiene los fallos dichos de las fantasías y un final excesivamente largo y poco convincente, donde se defiende la vuelta a los orígenes comunales ante tanto caos. Pero a pesar de estos handicaps es un film inteligente y con los suficientes momentos álgidos como para justificar su visionado. No es el menor de ellos la aparición del cantante de moda, Rufus Wainwright.