Todos somos empleados

En un visionado superficial, Casual Day puede verse como una hija bastarda de Smoking Room. También hay una crítica a los usos y costumbres de las grandes empresas actuales a través de la relación de dominación entre sus empleados, pero el debut de Max Lemcke en la dirección llega más allá que la algo sobrevalorada película de Roger Gual y Julio Wallowits. Y eso que la primera escena hace temer que la inspiración de Smoking Room sea más que admiración. Afortunadamente, el film que nos ocupa encuentra pronto su propio rumbo.

 

            El Casual Day es una de estas prácticas que se han copiado de Estados Unidos, como el neoliberalismo y otras joyas del moderno orden mundial. Consiste en que los empleados de una empresa se vayan juntos al campo, dejando las corbatas en casa y conviviendo o fingiendo convivir. Uno cree que antes de esta moda ya en España teníamos los partiditos de fútbol los sábados y ese invento genial de las relaciones sociales que son las comidas de Navidad, pero no soy nadie para enfrentarme a la modernidad. La película habla de uno de estos Casual Day. En realidad resulta ser una trampa. Se aprovecha para hacer pruebas psicológicas a cargo de un profesional de los recursos humanos (encarnado por Alberto  San Juan) en las que se adivina el truco, como cuando consigue que uno de los empleados confiese que su bajo rendimiento laboral deriva de sus problemas matrimoniales.

 

            En realidad, el día contra el stress y por el buen rollito va dejando claro que las clases quedan patentes. Las diferencias son explotadas, como la planta que ocupa cada uno en el edificio, o la rabia de uno de los empleados cuando se queda fuera del reparto de un oso con su madroño. Hay un jefe –Juan Diego, que se está especializando en estos papeles- que no descansa y aprovecha el Casual Day para hacer alguna de las suyas, mezclando el paternalismo de los viejos lobos de empresa con los despiadados métodos actuales. La partida de Paintball que más que unir encona a los unos con los otros. Y, sobre todo, la historia que une a todas las demás: la del novio de la hija del jefe, una metáfora del empleo moderno. A pesar de no gustarle nada todo lo que ve, no tiene más remedio que ir tragando, incluso a través de un magnífico final donde queda claro que lo que importa es mantener el sistema. En el fondo, muchos somos como este chico. Con lo que se demuestra que este día no tiene nada de casual, sino que sirve para fortalecer los lazos, no emocionales, pero sí sociales.

 

            Lo curioso es que esta magnífica película no concursara en el pasado Festival de Málaga, como todas las españolas que se estrenan estos meses primaverales. A lo mejor es que es buena.

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