Manuel Gutiérrez Aragón es uno de estos directores a los que la democracia sentó mal. Cineasta estrella en la Transición, cuando empezó el lujoso cine impulsado por Pilar Miró y se aplacaron las pasiones de finales de los 70 hizo su obra más recordada –La mitad del cielo– y a partir de ahí empezó a decaer en una carrera bamboleante. Sus últimas películas no hacían concebir muchas esperanzas, pero miren por donde, Todos estamos invitados, que ha salido con algunos premios en el reciente Festival de Málaga, le devuelve su crédito.
Esta película, más que sobre ETA, es sobre la situación global de Euskadi en la actualidad. Se rodó durante la última tregua, al igual que otro film con la panda, perdón, banda terrorista al fondo, Yoyes, se hizo durante el penúltimo alto el fuego en la era Aznar (sí, esa tregua que el PP parece haber olvidado que existió). Lo sorprendente es como el cine español ha mirado hacia otro lado con uno de los grandes problemas del país que lleva cuarenta años vigente, aunque afortunadamente conoció tiempos más cruentos que los de ahora. Se aprovechan los tramposos parones de la banda para acercarse a este conflicto, con el resultado que las películas resultantes llegan a los cines cuando las armas vuelven por su triste cauce. Ignoro si esta desidia argumental es por miedo o porque el cine español no se quiere complicar la vida y ahorrarse el espectáculo de salas asaltadas por abertzales.
Y lo curioso es que Todos estamos invitados no da ninguna esperanza, como si durante su rodaje sus responsables supieran que iba a seguir todo igual a pesar de la tregua. Lo que muestra es una situación sin salida y que se retroalimenta. En poco más de hora y media se muestran muy bien las claves del conflicto, centrado en ese profesor universitario, trasunto de Savater y otros similares (encarnado por el cada vez más seguro Jose Coronado) que es amenazado por ETA y tiene que llevar escolta. La inseguridad de una persona en esa situación queda manifiesta a la perfección, así como el abandono al que se ve sometido por sus amigos. En parte por miedo (“si no tuviera dos nietos yo hablaría claro”, dice uno de los personajes), en parte por convencimiento, en parte por apoyo tácito. Tampoco este personaje es presentado como un héroe cívico, sino como una persona sometida a tensiones humanas. Eso enriquece la película y la salva del maniqueísmo, como el personaje del etarra desmemoriado que tiene que optar por sus antiguos compañeros o por una nueva vida, al que da vida un soberbio Óscar Jaenada. Hay detalles malévolos, como ese sacerdote metido en el meollo terrorista o ese dirigente de la banda que sigue dirigiendo el negocio desde la cárcel… ¡delante de un funcionario que lo vigila!. Las críticas no se meten muy a fondo, pero las situaciones quedan reflejadas.
No es un film perfecto. Al final amaga la sombra del justiciero como resolvedor de problemas y algunas escenas chirrían, como la del profesor y su novia o la de algunos de los etarras, con diálogos de opereta. Pero su pesimismo ante el conflicto vasco, sin apoyar a negociaciones o manos duras, sino mostrando una situación a la que no se ve solución, y acercándose a los seres humanos que la padecen sin discursos políticos, es encomiable. A ver si Todos estamos invitados abre una vía en nuestro cine de afrontar con honestidad y sin tapujos el conflicto vasco.
¿No cree usted que Coronado está más seguro desde que toma Activia para regular el tránsito intestinal? Entonces, ¿lo que le pasaba antes era que no cagaba? Vamos, pregunto.
Pues no se yo si mejorar el tracto intenstinal mejora las interpretaciones de los actores. Pero sí que Coronado forma parte de estos actores españoles que naciendo como guaperas más bien bordes -Pepe Sancho y Juan Luis Galiardo, por ejemplo- a los que la madurez está sentando muy bien. Vea si no la magnífica «La caja 507». Pero ahora que lo pienso, en la película su personaje debe tomar bastante Activia, pues se pasa el tiempo cagao con los etarras en la nuca.
Ayer pasé por las salas y aposté por cine español, no salí mal parada. Cierto que no esperaba un peliculón, pero leer la crítica de Alcancero me picó la curiosidad y luego según se iba desarrollando la cinta hubo detalles que me sacaron un poco de la trama, pero en general fue una buena experiencia.
Coincido con el insigne Blogger en que no trata tanto de la organización ETA (que aparece esbozada, obscura, pero presente) como de las relaciones humanas de algunas de las personas en conflicto y de cómo este les afecta al mismo tiempo que lo retroalimenta y perpetua.
En parte no puedo evitar reflexionar que realmente el conflicto lo tienen unos pocos, con malas digestiones de una historia no muy grata pero a superar y sujetos a la inercia de sus propios acontecimientos, incapaces de pensar en cómo sería tejer una vida propia fuera del clima de enfrentamiento.
Me gustó especialmente el modo en que dibuja una sociedad con detalles exquisitos, refinados y sensibles, como el de la cocina vasca en ciertos ámbitos [parecia un publireportaje a veces], sus fiestas populares, su paseito por La Concha, el amor por los bosques, donde luego se practica el tiro, aparecen satélites guardaespaldas, se cierne la muerte (un poco en plan peli yankie de payaso asesino), y se amenaza y se excluye. Es ese contraste lo que muestra la complejidad del ser humano y sus pobrezas.
Lo último ya: Los chiquitos de JarraiPlus, malcarados, bordes, resentidos, poco discretos… No sé, no sé.
Besitos a todos.
Bienvenida, señorita ESA. Es cierto que parece a veces un documental televisivo sobre «usos y costumbres vascas», pero eso lleva a dos reflexiones. Una, el lamentar que una sociedad capaz de llegar a ese refinamiento pueda albergar tantos demonios. Y dos, el peso de esos lazos a la hora de entender un fenómeno como el de ETA, lazos cuasi tribales que pueden explicar la ley del silencio que a veces se vive allí. Y sí, ya dije que los etarras eran los menos creíbles de la historia. Por cierto, aprovecho para decir la escena que más me impresionó: la de esos ciudadanos tomándose tranquilamente su cafelito matinal mientras la calle arde en una bronca de la Kale Borroka. Que mejor forma de manifestar lo interiorizado que está el conflicto. Un beso a usted también.