Seda es un fenómeno editorial que refleja bien alguna de las características de nuestro tiempo cultural. Aunque se vende como novela, es un cuento que se lee en un rato. Los compulsivos escritores del siglo XIX se escandalizarán en sus tumbas de ver como esos tomos ingentes que ellos producían como churros se han convertido en pequeños ejemplares ideales para ser devorados en AVE y puentes aéreos. Seda juega con el exotismo del misterioso Japón y con una historia que ofrece menos de lo que aparenta su aparataje literario. Pero está muy bien escrita y Baricco maneja con habilidad sus cartas, con esa estructura repetitiva que muchos de sus lectores reconocerán como propia de sus vidas.
El libro se publicó en 1996, con lo que su adaptación cinematográfica ha tardado. En principio, el director, François Girard, parecía una magnífica elección. Cineasta poco prolífico, su excelente El violín rojo demostró que era capaz de manejar intimismo de categoría con estrellas y grandes presupuestos. Pero por desgracia el francés no se halla a la altura en Seda. El film no alcanza el lirismo necesario, sino que se queda en un melodrama con pretensiones de esos televisivos con que las cadenas nos torturan los fines de semana por la tarde. Girard se queda en la epidermis de la historia pero no sabe sacar todo su jugo. Su acercamiento cae en lo convencional, pero con un punto trascendente que juega en su contra. Demasiada fotografía bonita y demasiada música empalagosa. El fantasma del aburrimiento empieza a tomar cuerpo en el visionado del metraje. Además, la adaptación elimina por fuerza uno de los logros del libro. La repetición en los pasos del viaje del protagonista cada vez que se dirige a Japón que le daba a la historia su atractiva estructura pendular, la de un hombre que se mueve entre dos mundos completamente opuestos con el que acaba habiendo un insospechado diálogo.
En cuanto a los actores, Alfred Molina demuestra su poderío, Michael Pitt, el hermano nada menor de Brad, sigue avisando de que puede ser uno de las estrellas del futuro y la insoportable Keira Knightley se empeña en su único recurso: poner permanente cara de asco. Hay que estar de acuerdo con Carlos Boyero. El estrellato de esta chica es uno de los grandes misterios del cine contemporáneo.
Anda. Pues El Violín Rojo me parece una de las películas mejor hechas que he visto… para variar (nunca ganaré al Scene-it), no recordaba su nombre.