El escritor y sus fantasmas

diciembre 14, 2007

Viendo La vida íntima de Martin Frost uno recuerda el comentario que en el post anterior hizo el Profesor Franz sobre las duraciones de las películas. Este segundo intento del aclamado novelista Paul Auster de convertirse en director de cine, tras la decepcionante Lulu on the Bridge, daba para un corto. Pero no para un film de hora y media donde lo que se puede y quiere contar se resume rápidamente y se alarga en exceso, con demasiados tiempos muertos que sólo optan a rellenar el metraje.

 

            Y es lástima, pues la idea es interesante y hasta bonita. La vida íntima de Martín Frost pretende ser una fábula sobre el escritor y sus musas. Las de los talentosos son guapas, encantadoras y sexualmente activas. Las de los mediocres, más bien lerdas, aunque pueden tener otros talentos. Es como si Auster advirtiese malévolamente contra todos aquellos empecinados en cultivar determinado arte para el que no están preparados cuando tienen otras cualidades que no explotan por su ceguera. Argumento peligroso, pues puede volverse contra el propio novelista metido a director de cine. Un buen narrador literario no tiene que devenir necesariamente en un buen narrador cinematográfico.

 

            Pero insistimos en que el desarrollo de este prometedor argumento está muy mal ejecutado, con una historia a la que Auster no sabe sacar partido. Hasta actores como David Thewliss e Iréne Jacob están perdidos frente a sus personajes, que las más de las veces son entes inanes a la espera del próximo giro de guión. Además, hay un peligroso escoramiento hacia el onfalismo del “escritor y su mundo” bastante cargante, con esa gratuita voz en off diciendo obviedades de su oficio. De un Príncipe de Asturias se espera más que reflexiones tipo “la inspiración a veces aparece o a veces no” o la división de las historias “las hay lineales, circulares, etc”. Ombliguismo que se refuerza con la presencia en el reparto de la hija del Auster, Sophie (que curiosamente se llama como la retoña de Coppola a la que intentó convertir en actriz y luego en directora) y con que en la versión original la citada voz en off es la del propio novelista. Puede que los aficionados a relacionar cine y literatura saquen algún provecho de esta película, pero los cinéfilos seguro que no.


Desde Hitchcock con amor

diciembre 10, 2007

            Anoche recibí una entusiasta llamada de mi amiga Hermanastra. Acababa de ver en Internet el anuncio de Freixenet rodado por Martín Scorsese y me conminaba a hacer lo propio. Fue un buen consejo. No es que me negara a ver el spot, pero es la típica cosa que uno va dejando y acaba por no hacer, a pesar del reclamo que supone el director de Toro salvaje. Así que me decidí a verlo anoche mismo, aprovechando que cuando me llamó estaba conectado a la red.

 

            Más que un spot, es todo un cortometraje, protagonizado por el propio Scorsese. Siguiendo un poco las modas, empieza como un falso documental donde el cineasta habla con un presunto entrevistador asegurando que ha descubierto un guión inédito de Hitchcock y lo va a rodar, aunque desgraciadamente falta un página. Tras esto se pasa a la caña del spot. Una recreación de la famosa escena del concierto de El hombre que sabía demasiado, con guiños a Encadenados –la botella de uranio, ahora de cava-, Vértigo –el cuello de la protagonista femenina vestido de rojo- y a los estrangulamientos varios que tanto gustaban al mago del suspense. Es un corto impecablemente rodado y que clava la fotografía y la estética de las grandes películas en color de Hitch en los 50. Harris Savides, que recreó la fotografía de los 70 en Zodiac y la de los 60 en American Gangster, que se estrena en navidades, ha sido el elegido para clonar el mundo del autor de Psicosis. Thelma Schoonmaker, la montadora habitual de Scorsese, ha hecho lo propio en La clave reserva, que así se llama este trabajo. Como se ve, un equipo de campanillas.

 

            El resultado es un talentoso divertimento, donde ese irredento cinéfilo que es Martin Scorsese ha podido jugar a ser uno de los grandes genios del cine y demostrar un sentido del humor que no es frecuente en su obra. Hay que agradecer a Freixenet que haya sabido dar un giro a su habitual anuncio navideño y haya dejado de lado a las burbujas con ese aire a número de revista caduca. ¿Quién será el próximo elegido? ¿Se imaginan a un Tarantino o a un Fincher felicitándonos las navidades?.


Policías campestres

diciembre 8, 2007

El director Edgar Wright y el guionista y actor Simon Pegg se dieron a conocer en 1999 con la corrosiva comedia televisiva Spaced. Aunque desconocidos aquí, son un éxito en Gran Bretaña. Siguiendo los pasos de los Monthy Python, están comenzando a labrarse una carrera cinematográfica con la parodia como eje. Hace tres años presentaron Zombies Party, burla de las películas de muertos vivientes pero que demostró que más allá del humor se movía una visión del mundo interesante. Ahora repiten con Arma fatal.

            El título castellano (el original es Hot Fuzz) incide en la idea de que vamos a ver una sátira de las buddie movies con parejas de policías incompatibles entre si de gatillo fácil. Aquí se juntan un legalista y eficaz sargento con un pueblerino agente, que se pasa la vida admirando las ficciones policiales del cine que engulle en su casa. El primero ha acabado en un pequeño pueblo ya que sus superiores londinenses están hartos de su competencia que les deja en ridículo. El segundo es el hijo del sempiterno jefe de policía del pueblo. Pronto el paraíso que es la pequeña localidad muestra oscuros secretos.

            Algunos considerarían a Arma fatal un ejemplo de cine postmoderno. No es un homenaje ni una parodia, sino todo lo contrario. Como le pasa a Tarantino, infinidad de películas son la referencia de la trama y se sirve de ellas para llegar a un extraño territorio que suena a ya visto y a nuevo a la vez. La película gira sin despeinarse desde la sátira amable de la vida campestre inglesa, sus colectas parroquiales y sus pintas en el pub, al thriller de conspiraciones, desembocando en una ensalada de tiros muy moderna y mejor filmada que otros títulos muy reputados en este campo, por cierto. Lo malo es que la sigue en todo, incluyendo la nefasta manía de no acabar a tiempo las escenas de acción y recargándolas más de lo preciso. Pero a cambio, Arma fatal ofrece una trama muy ingeniosa que no descarrila en sus cambios de rumbo, un grupo de personajes trazados con una solidez que hace tiempo no se veía y un descacharrante humor. Eso sí, si a alguien le interesa que corra a verla. En la sala a la que acudió este Alcancero el pasado jueves, día festivo, sólo habíamos tres espectadores, mientras al lado se llenaban las sesiones con filmes infantiles.


El asesino está entre nosotros

diciembre 7, 2007

Además de la vida laboral y familiar, Mr. Brooks tiene que conciliar su vida asesina.  Respetado miembro de la sociedad de Portland (Oregon), empresario de éxito, feliz padre y esposo, en sus ratos libres es un criminal en serie. El film nos devuelve pues al psicópata primigenio. Mr. Brooks no es un supervillano al estilo de Hannibal Lecter o el manitas Puzzle de Saw, ni un metafísico del exterminio como el Kevin Spacey de Seven. Es un sujeto que como ocurre como los asesinos sistemáticos de verdad lleva su vida como puede y de vez en cuando tiene que calmar su pulsión criminal. Lo que lo hace más terrible si cabe. El asesino está entre nosotros.

            Pero no se crea que esta estrategia diluye a los psicópatas a los que estamos acostumbrados, sino todo lo contrario. Mr. Brooks ofrece interesantes variantes sobre el gastado tema de los psychothrillers, que la convierten en una curiosa y estimable película. El protagonista se considera a si mismo un “adicto”, con lo que es consciente de su situación, aunque intenta dejarlo. Sin embargo, las complicaciones derivadas de un error cometido en su última incursión nocturna le obliga a montar una trama para sobrevivir. Vemos pues como el asesino no mata como ya se ha dicho impulsado por una acción torcidamente moral, sino por esquivar la cárcel como un simple delincuente. Eso nos lo hace extrañamente humano.

            Pero el señor Brooks también tiene que mantener su status social que no puede verse empañado por su rostro en la tele diciendo que es al asesino al que se lleva tiempo buscando. Desde este punto de vista es un acierto que le de vida Kevin Costner, con su aspecto de patricio votante del partido republicano. Su aire de padre de familia y su habitual estilo lento de actuar lo hace muy inquietante en sus movimientos, sabiendo como sabemos que esconde a un asesino. Además, a veces los psychokillers nos pueden hacer un favor, como descubre la tenaz policía –la recuperada Demi Moore- que lo persigue. Pero lo mejor es que el film plantea la posibilidad de que la psicopatía sea algo genético, lo que obliga al señor Brooks a tener que matar para salvar a su familia, conciliando así su vida secreta y su vida privada. Un tema en el que no nos podemos extender para no desvelar un aspecto crucial de la trama, pero introduce un giro shakespereano. Igual el trono del asesino en serie es codiciado como el de Inglaterra, aunque por gente sin clase para ocuparlo.

          Una historia de turbulencias morales que no cae en la moralina. Nunca se condena a Mr. Brooks, y a veces da la impresión de que el mundo que le circunda es peor que el suyo. De hecho incluso nos puede caer bien. El único pero a esta película es que Bruce A. Evans, mejor guionista que director, no explota hasta las últimas consecuencias las cínicas paradojas de la película, y lo deja todo a veces en un confortable formato de thriller que se puede quedar corto. Sin embargo, esto no es óbice para poder disfrutar de este Mr. Brooks bastante corrosivo bajo su plácida apariencia.


A puerta cerrada

diciembre 5, 2007

Lo mejor de Habitación sin salida es ver como asume su filiación hitchcockiana sin complejos. Unos títulos de crédito a lo Saul Bass nos llevan a un matrimonio cuya relación está en caída libre que se pierde en una carretera secundaria y acaba en un destartalado motel. Como en Psicosis el viaje, amenizado por sus mutuos reproches, ha tenido signos extraños, de los que harían volverse a un antiguo romano, y la habitación que cogen también es víctima del voyeurismo, aunque tecnológico en vez del artesanal agujero en la pared de Norman Bates. Solo queda la irrupción apuñaladora, y aquí es donde definitivamente la película se actualiza, pues es más de uno el asesino y con otros fines que la psicopatía. No obstante, la modestia de sus planteamientos la hace simpática, pues con una cierta elegancia preside las tribulaciones de la pareja protagonista, así como una adecuada dosificación de la tensión, además de sacarle buen partido a la situación única. Lo malo es que al final cede demasiado a la moda y presenta un desenlace sobrecargado que rompe todo lo anterior que incluso roza lo inverosímil. Una vez más, don Alfredo puede dormir tranquilo. Nadie puede arrebatarle aún el cetro aunque lo intenten.


Tiros devaluados

diciembre 4, 2007

Lo malo de Hitman no es lo que ofrece, sino lo que no ofrece. Uno espera ver un thriller de acción pleno de tiros y estos no abundan mucho. Teniendo en cuenta que después de todo es una adaptación de un videjuego, su única esperanza de sobrevivir en la competitiva y sobrecargada cartelera actual era tomar el camino de la reciente Shootem’up: olvidarse de la trama y ofrecer un disparatado pero desengrasante espectáculo de tiros limpios. Pero Hitman desprecia esta vía y se suicida presentando una historia de intrigas internacionales –donde el poder ruso vuelve a ser el malo de la película. Atento, señor Putin- y de prostitutas redentoras de asesinos natos bastante mal contada. La película se acerca a veces a su destino natural en la secuencia del tiroteo de Estambul y en la lucha a sable a cuatro bandas de la estación. Demasiado poco para salvar a Hitman del aburrimiento más absoluto.


Morbosidad estorbada

diciembre 3, 2007

En Canciones de amor en Lolita’s Club Vicente Aranda parece volver a aguas conocidas. Por cuarta vez en su carrera adapta al novelista Juan Marsé, y la obsesión sexual pura y dura, tal vez el tema favorito del octogenario director, es el centro de la trama. Aunque nunca ha desaparecido de su obra. Sus dos filmes más recientes, Juana la Loca y Tirant lo Blanc, pivotaban en torno a ella. En el primer caso, de una forma patológica y necrófila, en el segundo más festiva e irónica, lo que llevo a que esta adaptación del libro de caballerías de Martorell resultase terriblemente incomprendida. Claro que Aranda no es santo de devoción de la crítica desde la desabrida polémica mantenida con La mirada del otro, por otro lado un completo desbarre del cineasta.

 

            Probablemente la crítica tampoco sea muy benévola con Canciones de amor en Lolita`s Club, pero esta vez con motivo. Es un proyecto curioso, pues nació como un guión de Marsé para Fernando Trueba que al final no prosperó. El novelista decidió convertirlo en libro y ahora de la mano de Aranda cumple el destino para el que fue concebido. Dicen los críticos que no es la mejor obra del novelista catalán, y tampoco es el film más destacado del veterano director. El estilo distante de Aranda no es el más adecuado para un historia de personajes al limite, con tendencia al grito y a la sobreactuación. Se pierde intensidad dramática con demasiada frecuencia a lo largo del metraje. Por otro, el intento de hacer un nuevo Amantes, la obra cumbre del director, no cuaja. En aquella película se supo hacer una historia sobria y ceñida al malsano encoñamiento de sus protagonistas, pero ahora hay demasiadas tramas que oscurecen el cogollo. Mafias, ETA, amores secundarios, padres con ex novias del protagonista, que no encajan bien entre ellas. Así, la competencia sexual entre los dos hermanos, el tortuoso policía y el enamoradizo deficiente psíquico, se pierde entre el ruido de un guión demasiado ambicioso y una dirección a veces muy átona ante lo que se está contando.

 

            Aunque el principal problema es Eduardo Noriega, que da vida a los dos hermanos. No resulta creíble en el papel de policía perennemente cabreado, resultando un handicap absoluto para toda la película. Lo mejor del film es cuando la verdadera voz de Vicente Aranda se abre paso, en las secuencias de la habitación del burdel donde Flora Martínez, el valor más seguro de la película, despierta la morbosidad, que no el morbo, de los dos hermanos, obligándoles a enfrentarse a demasiadas cosas de ellos mismos. Pero por desgracia, en Canciones de amor en Lolita’s Club los personajes tienen que ocuparse de muchas variables como para explotar ese camino.


Terror televisivo

diciembre 2, 2007

Grandes esperanzas blancas del terror hispano, con más pretensiones que los entrañables viejos cutrerios de Paul Naschy y compañía, los catalanes Jaume Balgueró y Paco Plaza demuestran con [REC] que también pueden divertirse. Decir esto puede ser una boutade ante un film con el confeso objeto de hacer pasar al espectador 80 minutos de tensión en la butaca, pero para sus directores es una obra más relajada que sus trabajos por separado. Había más elaboración e intención en la magistral Darkness, Los sin nombre o Frágiles de Balagueró y más mala uva en la interesante El segundo nombre, de Plaza. En algunos casos, como en Darkness, llegando incluso a una atractiva metafísica del fantástico.

 

            [REC] no deja de ser un film de terror a la moda. Presenta zombies al moderno estilo impuesto por Danny Boyle en 28 días después o Zack Snyder en la magnífica y coñona El amanecer de los muertos: rápidos, letales, siempre empapados en sangre propia o ajena y con unas dentaduras a prueba de bomba que muerden a los incautos humanos a diestro y siniestro.  Y con una gran capacidad de aullar ayudados por unos técnicos de sonido que no vacilan en subirles el volumen. Como se ve, los torpones zombies de Romero, padre espiritual de todos los muertos vivientes que en el cine han sido en los últimos años, han pasado a mejor vida sin el preceptivo disparo en la cabeza.

 

            Sin embargo, dos detalles salvan a [REC] de la rutina. Uno, lo de rodar cámara al hombro, lo que posibilita una inmediatez y una desestructuración de la planificación que ayuda al terror, al hacerlo todo más espontáneo. Dos, ambientar la acción en un viejo edificio de pisos de Barcelona, lleno de puertas pesadas para romper, de escaleras con recovecos y de pisos destartalados que pueden ocultar todo tipo de horrores.

 

            Pero por lo demás no deja de ser un convencional film de terror. El plantearlo todo como un reportaje televisivo que se está grabando en ese momento acaba siendo un artificio que no deja de volverse en contra de la película, al hacerse cansino. Los personajes se nota demasiado que están ahí para que se los vayan comiendo los zombies. Los sustos son fáciles y previsibles. Y hay una chocante deriva final que intenta darle una confusa explicación conspirativa a todo lo que está pasando algo gratuita.Y que parece demasiado pensada para que las pandillas de adolescentes discutan a la salida de la sala sobre su significado final.

 

            Tal vez la verdad de este proyecto se filtre en los momentos más relajados de la trama. Al principio, antes de que se desate todo, con el reportaje en el cuartel de bomberos que parece una parodia de la televisión cutre (“estoy deseando que pase algo”, dice la descerebrada reportera, digna representante de su clase) y en las entrevistas a los atrapados vecinos del bloque. Contado con un humor con el que igual hay que ver el resto de la trama, que a pesar de sus handicaps ya dichos consigue ser a veces adrenalítica. Seguro que Plaza y Balagueró pronto vuelven a sus personales fueros y nos dan mejores perlas de su talento.