Robert Hanssen pasa por ser el superespía americano, aunque desgraciadamente para el poder de Washington trabajó para el enemigo moscovita. Lo curioso es que empezó a hacerlo el mismo año en que Gorbachov llegó al poder, con lo que la Guerra Fría que ahora pretende recalentar Putin igual nunca se aplacó demasiado. Como los más conocidos superespías británicos Philby, Burguess y McLean, aprovechó su posición estratégica en la comunidad de inteligencia para acceder a secretos cruciales que pasó a Rusia. Hanssen era miembro de FBI y pasaba por ser el mejor analista soviético de la agencia. El daño hecho es incalculable. Códigos secretos, agentes americanos destinados en todo el mundo, el plan de contingencia sobre evacuación del gobierno de Washington en caso de guerra nuclear, las medidas de control de la embajada rusa en la capital del Potomac y un largo etcétera pasaron por sus manos.
El director Billy Ray se ha encargado de poner en imágenes en El espía (absurdo y simplificador título teniendo en cuenta el original, Breach, brecha) el tramo final de la carrera de Hanssen. El verdadero protagonista es Eric O`Neill, un joven y ambicioso agente del FBI que fue puesto de “escolta” del superespía. Cuando este fue delatado por un agente doble, el chico fue asignado como asistente de Hanssen con el fin de conseguir pruebas incriminatorias. En tres meses cayó en manos de la justicia, que fue implacable con él. Le condenó a cadena perpetúa, que cumple aislado del mundo en una celda de la que sólo sale una hora diaria. Billy Ray demuestra de nuevo el interés por los mentirosos que contó en su debut, El precio de la verdad, sobre el escándalo verídico de un megaguay periodista neoyorquino que se inventaba sus reportajes de impacto. Y demuestra la misma carencia. El guión de la cinta está muy por encima de su dirección. Las cámaras de Ray son eficaces contando la caída en desgracia de Hanssen, pero la turbiedad moral de su guión no la explota todo lo que sería menester. La película pertenece a gris mundo de los espías funcionarios de John Le Carré. El agente doble es un personaje complejo: cree que se halla marginado dentro de la agencia, en un rasgo muy de funcionario. Miembro del Opus Dei, católico de misa diaria, utiliza con la esposa de O’Neill las tácticas sectarias propias de su organización. Es desconfiado y pone a todo el mundo a prueba, como muestra de la paranoia en que vive. Es la gran baza de la película, la creación del personaje y su soberbia encarnación por parte de Chris Cooper.
Frente a el, Eric O’Neill, al que al principio se le mantiene engañado sobre el alcance de su misión. Su lealtad se divide entre su ambición, su matrimonio que se resiente con la persecución a Hanssen, y sus superiores. Lo malo es que empieza a mantener una relación amor-odio con el jefe al que tiene que atrapar, lo que le lleva a un debate moral. Tanto que O’Neill acabó dejando el FBI tras la experiencia de ser a su vez un desleal sancionado por el sistema. Lástima para su carrera, pues antes del asunto Hanssen se estaba especializando en terrorismo. Siete meses después de la detención del superespía, que tuvo lugar en febrero de 2001, sus conocimientos en ese campo hubiesen sido muy apreciados. El problema es que como se dijo Ray no termina de explotar las cuestiones morales y se queda en la parte de thriller, aunque resuelto con gran eficacia. De haberlo hecho ahora podríamos estar ante una de las obras maestras del año. También perjudica la interpretación de Ryan Philippe, muy inferior a Cooper y a la gran Laura Linney, que encarna a su jefa. En cualquier caso, El espía es un film de gran interés y que puede ser una magnífica alternativa a un cine dominado por las películas propias de las navidades.