Además de la vida laboral y familiar, Mr. Brooks tiene que conciliar su vida asesina. Respetado miembro de la sociedad de Portland (Oregon), empresario de éxito, feliz padre y esposo, en sus ratos libres es un criminal en serie. El film nos devuelve pues al psicópata primigenio. Mr. Brooks no es un supervillano al estilo de Hannibal Lecter o el manitas Puzzle de Saw, ni un metafísico del exterminio como el Kevin Spacey de Seven. Es un sujeto que como ocurre como los asesinos sistemáticos de verdad lleva su vida como puede y de vez en cuando tiene que calmar su pulsión criminal. Lo que lo hace más terrible si cabe. El asesino está entre nosotros.
Pero no se crea que esta estrategia diluye a los psicópatas a los que estamos acostumbrados, sino todo lo contrario. Mr. Brooks ofrece interesantes variantes sobre el gastado tema de los psychothrillers, que la convierten en una curiosa y estimable película. El protagonista se considera a si mismo un “adicto”, con lo que es consciente de su situación, aunque intenta dejarlo. Sin embargo, las complicaciones derivadas de un error cometido en su última incursión nocturna le obliga a montar una trama para sobrevivir. Vemos pues como el asesino no mata como ya se ha dicho impulsado por una acción torcidamente moral, sino por esquivar la cárcel como un simple delincuente. Eso nos lo hace extrañamente humano.
Pero el señor Brooks también tiene que mantener su status social que no puede verse empañado por su rostro en la tele diciendo que es al asesino al que se lleva tiempo buscando. Desde este punto de vista es un acierto que le de vida Kevin Costner, con su aspecto de patricio votante del partido republicano. Su aire de padre de familia y su habitual estilo lento de actuar lo hace muy inquietante en sus movimientos, sabiendo como sabemos que esconde a un asesino. Además, a veces los psychokillers nos pueden hacer un favor, como descubre la tenaz policía –la recuperada Demi Moore- que lo persigue. Pero lo mejor es que el film plantea la posibilidad de que la psicopatía sea algo genético, lo que obliga al señor Brooks a tener que matar para salvar a su familia, conciliando así su vida secreta y su vida privada. Un tema en el que no nos podemos extender para no desvelar un aspecto crucial de la trama, pero introduce un giro shakespereano. Igual el trono del asesino en serie es codiciado como el de Inglaterra, aunque por gente sin clase para ocuparlo.
Una historia de turbulencias morales que no cae en la moralina. Nunca se condena a Mr. Brooks, y a veces da la impresión de que el mundo que le circunda es peor que el suyo. De hecho incluso nos puede caer bien. El único pero a esta película es que Bruce A. Evans, mejor guionista que director, no explota hasta las últimas consecuencias las cínicas paradojas de la película, y lo deja todo a veces en un confortable formato de thriller que se puede quedar corto. Sin embargo, esto no es óbice para poder disfrutar de este Mr. Brooks bastante corrosivo bajo su plácida apariencia.